I
Dorian Gray tiene la vista puesta en las estrellas que brillan sobre su cabeza. Con su mano izquierda señala algunas constelaciones, no las recuerda todas. No creyó que algún día el conocimiento sobre el firmamento pudiera serle útil. Su mano derecha se entrelaza con la de la princesa Sophronia II, que está recostada a su lado sobre el pasto.
La pareja busca cada momento posible para encontrarse a escondidas. A veces se visitan a diario; en otras ocasiones, apenas un par de noches al mes. Sus escapadas dependen de los movimientos del rey. Dorian se ha presentado varias veces a la corte con distintas máscaras para poder saludarla en público; sabe que a ella le encanta eso, que la chica disfruta cuando puede recibir un beso del joven Gray sobre su mano.
Él comienza a cansarse del juego, su paciencia flaquea. En más de una ocasión ha estado a punto de gritarle a la princesa, de cancelar un encuentro. Es su ambición lo que le obliga a contener el vert y fingir. Se repite que él es eterno y que perder algunos meses en estas tonterías valdrá la pena.
Si eso es cierto o no, ni siquiera yo puedo predecirlo.
—¿Las constelaciones son las mismas en todo el continente? —pregunta ella, curiosa.
En reiteradas ocasiones hace preguntas sobre nuestra travesía y sobre los otros reinos. Sus ojos brillan, soñadores, al imaginar las aventuras. En la soledad de su habitación, su mente le ha propuesto la posibilidad de huir con Dorian, de vivir con él en un sitio remoto, de recorrerlo todo.
Pero es él, su amado, el que la contiene. Cuando Sophronia II sugirió la posibilidad de convertirse en fugitiva a su lado, el joven Gray se negó. Alegó con suavidad que eso no era correcto, que Alangtrier la necesita y que temería que el rey la persiguiera y la castigara al encontrarlos. Según Dorian, por la seguridad de la chica y del reino, lo mejor es tolerar lo que el destino ha querido para ellos, aunque les duela.
No puede decirle que, en realidad, de nada le sirve la muchacha si no es princesa, que jamás abandonaría todo por ella y que, de hecho, solo juega al amor porque quiere alcanzar el trono.
Y ella parece no sospechar nada.
—Sí —responde Dorian después de algunos segundos—. Pero se ven más cercanas o más lejanas dependiendo de dónde te encuentres. En los montes de Omanthag pareciera que uno pudiese tocarlas si se estira lo suficiente. En la cordillera casi nunca se ven, porque siempre hay nubes y el cielo se tiñe de blanco para resguardar la nieve.
—Me encantaría tener una estrella —bromea Sophronia—. Es más, me gustaría algún día ser yo una estrella y poder observar el mundo entero. Mi nana solía decir que mamá se convirtió en estrella al morir. Me señalaba siempre la misma, esa de allá. —Extiende su mano libre hacia el oeste—. Se supone que esa estrella es mi mamá. —Hace una pausa—. Sé que no es cierto, ya no soy una niña, pero me parece un pensamiento encantador.
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Condenar a Dorian Gray (RESUBIENDO)
FantasyEl calendario y el reloj son herramientas para esperar pacientemente por el propio final. Y absurdo es el actuar de Dorian Gray frente a estas verdades. Mi protegido es, hasta donde mis conocimientos abarcan, el único ser que ha nacido mortal y goz...