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Devigi Basshot amaba el poder. Poder, control, fuerza, inteligencia, capacidad. Ella tenía claro que era lo que le interesaba.
La determinación por tener todo eso, la llevó a tomar una serie de decisiones en su vida.

Mudarse a un solitario apartamento a una corta edad, ordenar la empresa de sus padres luego de su muerte, o conducir todo el día para conseguir lo que ella quería. Ese era el tipo de mujer que era.

Pero tal vez esas decisiones eran las que traían todas las partes malas a su vida.

Su solitario apartamento se sentía demasiado vacío, estaba ocupada casi todo el día en la empresa heredada y estaba cansada de bajar y subir de su auto tantas veces en un solo día. Pero ella no iba a detenerse hasta encontrarlos.

Ella ansiaba uno de esos, necesitaba uno. Era lo único que la alentaba a buscar en el GPS de su auto el próximo centro de animales más cercano. Lamentablemente, luego de varias horas de búsqueda, las veterinarias de su ciudad se habían acabado, viéndose obligada a salir de ésta si quería encontrar uno. Pero eso no iba a detenerla.

Mientras conducía por la carretera y veía como el sol empezaba a ocultarse, maldecía a todas las tiendas. Aunque, pensándolo bien, tal vez a lo que deberían ir dirigidos sus insultos era a los vendedores bobos, pues ninguno había podido entender a lo que se refería; tal vez hasta podría culparse a sí misma por no ser lo suficientemente clara.

Pero, ¿Qué más podría hacer? No podía solo llegar a la tienda de animales y pedir uno, le negarían su existencia.

Porque, obviamente, esas preciosas criaturas eran consideradas demasiado inteligentes. Su posesión como mascota era algo completamente normal y aceptado pero, tener muchos de ellos, enjaulados y listos para ser vendidos como pedazos de carne, eso era ilegal.

Intentó calmar su enojo poniendo un poco de música en el estéreo del auto, cantando de vez en cuando la animada canción. El viaje de hora y media, a partir de ese punto, pasó como el viento.
Aún tarareaba la melodía mientras se disponía a bajar del auto por decimotercera vez en el día.

Era una veterinaria común y corriente, tanto por fuera como por dentro, con jaulas llenas de todo tipo de animales domésticos, desde pequeños consejos hasta lagartijas de medio metro.

Devigi se limitó a observar a los cachorros juguetear entre sí hasta que alguien se dispusiera a asistirle, lo que no tardó.

— Estos perritos llevan en esta vida poco más de cuatro meses.

El comentario del empleado del lugar no hizo más que lograr un leve sonido de compresión por parte de la chica.

— De hecho, buscaba algo más grande— informó, quitando rápidamente la vista de las crías.

— En ese caso, los perros adultos están en la otra parte de la tienda.

La intención del buen vendedor era solo lograr la compra y ser lo más amable que podía con los clientes, pero Devigi no sé contuvo de maldecirle en su cabeza por no saber a lo que se refería.

— Tal vez algo aún más grande— sugirió, intentando sonar como si todavía estuviese pensando en qué tipo de compañía prefería.

— Bueno... ¿Algo más grande que un perro adulto?— el vendedor pareció pensárselo varios segundos antes de negar con la cabeza, con una sonrisa divertida.— Lo único que podría ser más grande es una cría de caballo, esas hasta llegan a pesar lo mismo que un humano— riéndose de su propia broma, el hombre no notó cómo a Devigi se le iluminaron los ojos ante esa palabra.

🍯HoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora