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Devigi pareció quedarse pensando toda la noche, o al menos eso sintió cuando su alarma sonó, obligándole a prepararse para su día.

Ambos híbridos continuaban durmiendo en su cama cada noche. No consideraba eso una molestia, pues ya estaba acostumbrada a la rubia estirándose a lo largo y ancho del colchón, y la llegada de Honey solo supuso una reducción del espacio que Devigi le dejaba a la canina para estirarse.
Las habitaciones extras en el departamento eran solo formalidades, en caso de que alguno de los híbridos quisiera un poco de privacidad. Brigitte solía usar la suya para dormir siestas a cualquier hora del día en la que su presencia en la habitación de la mayor podría llegar a ser una molestia. La habitación recientemente brindada a Honey, no era más que una habitación de invitados, lo que prácticamente seguía siendo.

Para la sorpresa de Devigi, el pequeño no quiso cambiar los muebles, la cama, o el empapelado de las paredes, literalmente describía su habitación como perfecta. Era obvio que Honey ignoraba que ese orden estaba allí desde antes de su llegada, pero en su mente lo consideraba un regalo de su ama. De todas formas, el único uso que el felino le daba a la habitación era la de un simple probador de ropa, y según las cuentas de Devi, el chico solo entraba a su habitación unas cuatro veces al día. Nunca había dormido en esta, y nunca pasaba su tiempo libre allí, pues se aseguraba de estar cada segundo que se le permitía al lado de la mayor.

Pero Devigi sabía que estaba haciendo las cosas mal. Honey tenía una habitación propia en su hogar, lo había presentado a sus amigos, se había asegurado de que su relación con Brigitte mejorara, estaba convirtiéndolo en parte de su vida de todas las maneras que se le ocurrían. Y sin embargo, aún no podía llamar al híbrido "de su propiedad".

Devi nunca le mentiría al pequeño sobre su estadía en el lugar, no le prometería que se mantendría a su lado si no planeaba hacerlo en serio, no llenaría de ideas imposibles su cabeza. Ella quería que el felino estuviese en su vida. Pero no lograba manejarse a sí misma a la oficina de licencias.

Porque por más palabrerío que ella pudiese inventar, hablando sobre un futuro entero a su lado, Honey no era legalmente un híbrido que pudiese conservar. Para serlo tendría que hacer una larga fila, tener un papel con un sello y una historia muy convincente explicando su existencia.

La mayor problemática de todas era esa, el origen de su existencia. Devigi se imaginaba caminando en dirección de los trabajadores de la oficina para hablarles de la manera en la que había comprado a Honey, de entre muchas otras opciones, en una tienda ilegal de mascotas e híbridos. Las autoridades le exigirían más información acerca del lugar y ella no tendría más remedio que revelar la tienda, además de que se armaría un caso en su contra también por ser cómplice.

 Había aprendido todo eso en el momento en el que Brigitte llegó a su vida pues, aunque ella estaba ya registrada como híbrido de compañía, necesitaba poner su nombre para figurar como dueña. Sus amigos esa vez le aconsejaron no hablar de la manera en la que consiguió a la híbrido, que solo comentase que la encontró por la calle y decidió llevarla a casa, y que estaba en la oficina con el único propósito de encontrar a su dueño para devolverla a donde pertenecía, o en caso de no encontrar a su dueño, conservarla legalmente. Esa actuación de apenas veinte minutos le llevó a Devigi días enteros de entrenamiento, en los que debía asegurarse de no parecer culpable, de no sonreír exageradamente ni parecer muy seria, y de que Brigitte se supiera también su parte.

 Y ahora, con Honey, todo parecía aún más difícil. Devigi podría ser considerada la mujer más afortunada del planeta si las estrellas se habían acomodado en la posición correcta para alentarla a encontrar un híbrido varando solo por la calle, no una, sino dos veces en menos de tres años. Esa excusa parecía ya no ser la correcta.

🍯HoneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora