𝐅𝐎𝐔𝐑𝐓𝐘 𝐅𝐎𝐔𝐑

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Eunsan ; Champagne.
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Sus labios se posaron en aquella copa de cristal con vino rosado, tan antigua y anticuada como su abuela, pero había sido un regalo. Se sentía solo, abrumado por su trabajo, molesto por sus constantes amores fallidos y peor aún, acababa de ser abandonado esa misma noche. No es que le importara mucho, quizá sólo buscaba compañía y por eso salía con gente, pero siempre resultaba mal. Aunque no sabe cuando es que dejó de importarle que fuera así, solamente le molestaba estar solo. Se levantó de su viejo sofá, decidido a alejarse de todo por un momento, aunque sólo fueran horas, debía salir de esa solitaria y vacía mansión que sus padres le heredaron. Subió a su auto y sin rumbo alguno, emprendió viaje a quién sabe dónde. Sus ojos se posaron en un restaurante que estaba casi vacío, quizá ya iban a cerrar, después de todo era muy tarde, sin embargo quería entrar ahí. Aparcó y bajó con rapidez, colocó la alarma y entró al lugar, dejando algo sorprendidos a los meseros que parecían querer ahorcarlo con la mirada.

En cuestión de segundos ya estaba sentado. Se sentía totalmente deprimido y abandonado, además de odiado, ya que los meseros no parecían muy contentos. Uno de ellos le entregó la cartilla, pero él no quería comer, sólo quería compañía y despejarse, pero parecía no lograr ninguna de esas dos cosas.

— Muchas gracias... — Leyó el broche del joven. — Jeongin. Lindo nombre. — Sonrió.

— Gracias. — Dijo el castaño, con un leve sonrojo en sus mejillas. Lucía tierno con aquellos frenos en sus dientes. — Lo que necesite, avísenos, luego tomaremos su orden.

El joven se alejó junto a sus compañeros. Estaban tres chicos más, un rubiecito con pecas bastante atractivo, un chico castaño con ojos pequeños y muy sexy a su parecer, y un peli-negro muy guapo. ¿En quién de todos podría buscar compañía? Después de todo, sólo quería jugar un rato y sabía que también jugarían con él, no era gran cosa, pero al menos por esa noche no estaría solo. El ruido de la puerta lo distrajo de su minuciosa búsqueda de un buen candidato, y fue en ese momento en el que dejó de respirar. Aquel rubio que cruzó la puerta parecía un ángel caido del cielo, era una belleza, perfecto. Lo observó de pies a cabeza. ¿Estaba soñando? Se pellizcó; no, no estaba soñando para nada. Tragó en seco e introdujo su rostro en la cartilla, después de tantos años estaba sintiendo aquel sentimiento tan esperado, el amor.

— Una copa de champagne. — Dijo el rubio, llamando totalmente su atención. ¿Qué edad tenía aquel chico tan tierno?

— Señor, ¿qué va a querer? — Dijo el rubio pecoso, quien estaba frente a él, con una libreta.

— Una copa de champagne. — Jamás había probado el champagne, pero estaba tan perdido en cada cosa de aquel rubio, que apenas si podía pensar en lo que decía.

El de pecas se alejó, dejando ver al rubio que tenía en la mesa de al lado y quien ahora lo estaba observando con una sonrisa. Sus mejillas tomaron color y su boca formó una pequeña O, se sentía tan atontado por la belleza extrema de aquel joven. Y por parte del rubio no era distinto, el castaño era guapísimo. ¿Quién podría resistirse a sus encantos? Parecía salido de un manga, todo un modelo roba corazones. Ambos se admiraron por unos segundos, hasta que sus pedidos llegaron. Podía parecer algo tonto ir a un restaurante a esas horas sólo por una copa de champagne, pero ambos iban por la misma razón, para buscar compañía. El castaño observó su copa, parecían estrellas encerradas dentro de una cavidad pequeña de cristal, seguro estarían incómodas si fueran estrellas de verdad, o eso pensaba él. Los ojos de aquel rubio también brillaban, no importaba el color, sólo aquel brillo especial que tienen ciertas personas y que él lo tenía.

𝐎𝐍𝐄 𝐒𝐇𝐎𝐓𝐒Donde viven las historias. Descúbrelo ahora