𝐓𝐖𝐄𝐍𝐓𝐘 𝐓𝐖𝐎

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Eunsan ; Painting.
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Sanha se encontraba sentado en el jardín de su casa, pintando un atardecer, aquel atardecer que se podía contemplar perfectamente sólo desde aquella esquina, junto a la cerca que dividía su casa de la del vecino. Una nueva familia se había mudado ahí, pero como él no hablaba con casi nadie, prefería no hacer amigos. Con seis años de edad, lo más normal es que desees tener muchos amigos, pero ese no era el caso de Sanha. Él quería ser un pintor tan bueno como aquellos de los que había oído hablar a su hermano mayor, los cuatro pintores del renacimiento y cuyos nombres habían sido utilizados en una serie que amaba, las tortugas ninja. Prosiguió con su trabajo, pero algo lo distrajo, una mirada penetrante puesta en él y en sus acciones. Volteó y ahí estaba un niño de cabello negro, intentando ver por sobre la cerca de madera y casi fallando en el intento.

— ¿Se te ofrece algo? — Preguntó, mirando con sus pequeños ojos al nuevo vecino.

— Y-Yo... Quería jugar con alguien y te vi aquí, así que vine. — Habló el peli-negro estirándo su mano por sobre la cerca para estrecharsela a Sanha. — Soy Dongmin, pero algún día todos me dirán Eunwoo, porque me gusta más ese nombre. Tengo nueve años.

— Soy Sanha y tengo seis años. — Dijo el menor y le acercó su mano para tomar la del mayor.

— Eres lindo. Me gusta tu cabello y también tu pintura. ¿Qué es? ¿Un atardecer? Desde aquí se puede ver uno muy bonito. — Sonrió.

— Gracias y sí, lo es. Desde aquí tengo la mejor vista. — Sonrió, viendo su pintura con orgullo.

— ¿Me pintarías a mí? Quiero aparecer con un piano, así como Yiruma, él es un muy buen pianista y espero algún día ser tan bueno como él. — Dijo. Apenas podía ver por la gran cerca que los dividía y por ello estaba sobre un cajón de tomates, aunque aún así era difícil.

— Ven y te pintaré, tengo mucha pintura. — Su expresión pasó de ser seria, a ser una amigable. Aquel niño no se veía malo.

Dongmin bajó del cajón y corrió hacia afuera de su jardín, para luego entrar al del menor. Se sentó frente a este y lo miró de arriba a abajo, sus pies colgaban de la silla blanca en la que estaba sentado y sus manos y ropa estaban repletas de pintura, al igual que su tierno rostro.

— ¿No hablas mucho, cierto? — Preguntó el mayor, ladeando su cabeza.

— No. — Dijo, mientras pintaba el rostro del peli-negro con mucho cuidado. — No me gusta socializar.

— ¿Sociali qué? — Cuestionó con confusión en su rostro.

— Olvídalo, los niños no me entienden, estoy adelantado a mi edad. — Alardeó orgulloso.

— Yo quiero entenderte. — Dijo, apoyándose sobre sus manos en el cesped y estirando su espalda.

— Socializar es hablar con la gente. Soy tímido, así que no me gusta mucho hablar con los demás. Además de que, como ya dije, los niños no me entienden. — Prosiguió, dibujando el cabello y cuerpo del mayor.

— Pues yo te haré cambiar de opinión, porque esta no será la última vez que me pintes. Vendré a diario por una nueva y hermosa pintura. — Sonrió, causando un sonrojo en el menor.

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