1. Caída

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"Veo la noche en tus ojos

Me atraviesas con tu mirada

Detén el tiempo, en este instante

Me siento tan vivo"

Buck-Tick – Ai no uta


—¡Ven aquí, bastado!

La voz de Jotaro Kujo hizo eco en el pasillo, haciendo que la persona frente a él comenzara a huir lo más rápido que le permitían sus piernas. Se abría paso entre los alumnos que salían de sus salones con el fin de retirarse hacia sus hogares. El miedo lo invadía, era algo más que obvio, pues la expresión de su rostro parecía contagiarse a quienes lo miraban.

—¡No me hagas repetirlo dos veces, Kakyoin!

Saltó las escaleras, ayudándose con su Stand para evitar hacerse alguna lesión, su rodilla dolía debido a una mala broma que le hicieron en la mañana, así que no podía correr tanto como deseaba hacerlo. Para hacer mucho peor las cosas, su víctima era más que consciente de su culpa, pues se estaba encargando de entorpecer su avance creando una especie de telaraña de tentáculos verdes que solo ambos eran capaces de ver.

Logró esquivar alguno de estos, los otros, los tuvo que romper para poder hacerse paso. Cada segundo que pasaba empeoraba su humor. Lo amenazó otra vez, sorprendiéndose de que el joven fuera tan rápido. Forzándose hasta el límite para alcanzarlo.

Empujó a un grupo que entorpecían su persecución. Estorbaban y al parecer no se daban cuenta. Con cada paso estaba acercándose más, adelantándose de un salto antes de que el joven llegara a la puerta de entrada, ignorando a los profesores que le rogaban que no corriera. Lo tomó de la chaqueta de su uniforme y lo hizo parar de una vez.

—¿Qué crees que haces? —preguntó Kakyoin.

—Enseñarte una lección.

El rostro del joven se volvió pálido, forcejeó, pero fue en vano, un golpe en el estómago lo noqueó antes de poder correr una vez más. Escuchó gritos, pero no valía la pena voltearse y exigir silencio. Es más, debía irse antes de que a alguien se le cruzara la maravillosa idea de llamar a la policía.

No podía meterse en más problemas con la ley o no podría ingresar a la universidad, su abuelo, quien parecía tener conocidos por todo el mundo, se lo había dicho, haciéndole prometer que mantendría un bajo perfil hasta graduarse.

Jotaro comenzó a arrastrarlo fuera del establecimiento, llevándolo sin mayor esfuerzo hasta un edificio vacío que quedaba en las cercanías de su casa. Lo subió hasta la azotea y bloqueó la puerta con escombros para evitar que huyera. Si quería hacerlo, tendría que suicidarse o suplicarle piedad.

—Despierta de una vez... —murmuró, sacudiéndolo.

En ese instante un par de ojos violetas lo enfrentaron, perdiéndose un instante en la sensación que le producía mirarlos. Recordándole que había sentido exactamente lo mismo en la mañana...

Esa vez miró hacia arriba, ajustando su gorra en silencio. Ignoró las voces femeninas a su alrededor, o eso quería, ya que se sentía perseguido por estas, abrumándolo. Apretaba con fuerzas sus puños antes de acercarse a la escalera de piedra que se anteponía a su escuela.

Inspiró hondo a la vez que fruncía el ceño. Odiándose por tener que llegar a ese punto tan temprano por la mañana.

—¡Cállense de una vez!

Sabía que hacer eso no serviría de nada, pero de alguna forma calmaba un poco la ira que lo invadía cada vez que era acosado por sus compañeras. No las quería cerca por nada del mundo. De alguna forma, el convertirse en su objeto de deseo terminó por deshacerse del interés que sentía por ellas.

Mientras el mundo cae (Jotakak)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora