5. Exhausto

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"¡Alto!

Quiero ir a casa

Quitarme este uniforme

Y dejar el show.

Pero estoy esperando en esta celda

Porque tengo que saber.

¿He sido culpable todo este tiempo?"

Pink Floyd- Stop

-¡Bombardeo a las ocho en punto!

Gritó uno de los soldados, todos sus compañeros cubrieron sus cabezas e intentaron encogerse lo más que sus cuerpos les permitían, muchos de ellos, comenzaron a retroceder en esa posición hacia la trinchera más cercana. Kakyoin, sin embargo, no logró reaccionar a tiempo, siendo lanzado con fuerza.

-¡No se separen!

Se levantó con dificultad, avanzando una vez más hacia donde estaban las explosiones, ignorando las voces que rogaban para que volviera, disparando a cada persona que intentaba matarlo. Sintiendo como parte de su alma se rompía con cada disparo.

Deseaba arrepentirse, sentirse mal por ello, pero le era imposible sentir alguna clase de remordimiento.

El servicio militar lo había cambiado para mal, de eso estaba más que seguro. De otra forma no podía explicar a cabalidad los sentimientos negativos, su carencia de bondad, ni mucho menos el repentino odio que comenzó a experimentar con el paso del tiempo.

Si se daba el tiempo de enumerar cada cosa que odiaba podía decir sin titubear que odiaba al ejército, a sus superiores, la guerra, las balas, las pistolas, el ruido, la sangre y la lluvia que caía tras los bombardeos, pero por sobre todo...

Odiaba a sus padres.

Descubrió aquello por casualidad una mañana, tras recibir noticias de ellos. Decían que les era imposible trabajar en el extranjero debido a la inestabilidad política y económica del continente. Era la primera vez en meses que oía sobre ellos y su mensaje era, a su parecer, demasiado egoísta como para pasarlo por alto y guardar silencio como acostumbraba.

Esperaba que le preguntaran sobre si estaba bien de salud, o si acaso podía hacer algunos arreglos para volver a casa en su cumpleaños o las fiestas a fin de año, pero no, todo lo que escuchó fueron quejas y más quejas sobre el trabajo.

No le dolía en absoluto pensar en su odio, es más, de alguna forma, le era útil. Cada vez que disparaba su arma lo usaba para no acobardarse.

La guerra, por otro lado, había comenzado dos meses después de su llegada al ejército. Como le había sido imposible encontrar un argumento de peso con el cual negarse a participar, se vio obligado a realizar su servicio entre bombardeos, trincheras, gritos, sangre y muertos por donde volteara a ver.

A veces, cuando se sentía con las fuerzas suficientes como para seguir viviendo, usaba a la barrera de su Hierophant para protegerse y de paso salvar a alguno de sus compañeros. El resto del tiempo simplemente disparaba, una y otra vez, esperando que una bala enemiga le destrozara el cráneo o el corazón, para así morir sin siquiera notarlo.

Odiaba la guerra casi tanto como a sus padres, pero por lo menos intentaba verle el lado positivo. Ya casi no pensaba en sus sentimientos hacia Jotaro, mucho menos en él. Tenía cosas más importantes que hacer, cosas que no le gustaban, como preparar explosivos para las misiones, pero que mantenían su mente lo suficientemente ocupada como para no pensar en nada problemático.

Según sus compañeros, se había convertido en el ejemplo de una persona vacía. No intentaba hacer amigos, a pesar de que el resto no sintiera desagrado por él, pero en realidad era porque no le interesaba en lo más mínimo. Nadie de su pelotón podía ver a su Stand, así que nadie podía entenderlo en realidad.

Además, de esa forma, las cosas eran más sencillas, mientras menos cariño sintiera por alguien más fácil le era verlo morir.

A veces, más de las que quería admitir en voz alta, sentía deseos de huir, de correr lo más lejos que sus piernas le permitieran, correr hasta que sus dedos, se hincharan, dolieran y comenzaran a sangrar del esfuerzo y de esa manera dejar el ejército para seguir con su vida tal y como la dejó en Tokio hace ya cinco meses.

Pero pensar en hacerlo traía más de un problema, como el hecho de que su relación con sus padres estaba más que cortada le hacía recordar que no tenía ningún lugar al cual regresar. Había dicho cosas que nunca esperó decirle a alguien en su vida, cosas de las que, no obstante, no se arrepentía en absoluto de decirlas.

Incluso si se planteaba la posibilidad de comenzar de cero, le era imposible hacerlo en Japón, pues que un soldado huyera era considerado como acto de traición a la patria, por lo tanto, se transformaría en un criminal al que debían capturar y procesar.

Sobre pensaba las cosas, por eso odiaba tener tiempo libre.

Habían retrocedido mucho en la última batalla. El que estuvieran vivos y con heridas leves era suerte, ya fuera buena o mala, no le importaba, lo importante era pelear hasta el final, eso le decían sus superiores una y otra vez, luciendo sus brillantes y coloridas medallas, a pesar de que ellos nunca salían al campo de batalla con sus soldados.

Los refuerzos, suministros, medicinas y enfermeros solicitados estaban más que atrasados, no tenían munición suficiente como para enfrentarse a todos los enemigos a la vez. Había otros problemas más, pero no deseaba enlistarlos todos, no valía la pena.

Mucho menos en la situación en la que se encontraba en ese preciso instante.

-¡Kakyoin!

Estaba seguro de que esta vez sí moriría. Pero en un momento como ese, la muerte era gratificante, como un premio que merecía por aguantar tanto.

Las bombas caían cerca, demasiado cerca, tanto que tras oír por última vez su nombre, lo único que sus oídos percibían eran explosiones ahogadas, como si estuvieran más lejos de lo que sus ojos le indicaban, al mismo tiempo, un molesto y agudo sonido lo sacaba de quicio.

A su alrededor solo había polvo, humo, fuego y un asqueroso aroma a muerte mezclándose con el que dejaba la explosión, uno que le había sido familiar desde la primera vez que disparó un arma en contra de alguien.

Disparaba a las siluetas que se cruzaban en su camino, sin falta, sin darse el tiempo de descubrir si eran o no enemigos. Disparaba, eso hacía, solo eso podía hacer.

No era como si quisiera matar a alguien, esa era otra cosa que odiaba hacer, pero tampoco tenía otra opción, era eso o nada.

Quizás nunca había tenido opción alguna en su vida.

Quizás estaba destinado a morir de alguna forma trágica y violenta mientras se llevaba a otros a las profundidades del infierno consigo.

Pensó que, si moría, tendría la posibilidad de reencarnar como un ser menos solitario.

Cerró los ojos, dejando caer su arma descargada. Ya estaba harto de toda su existencia...

Aun así, deseó ver a Jotaro una última vez, incluso cuando era imposible...

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¡Hola!

Se supone que debo cambiar el resumen del fic para que se acomode a la trama de forma íntegra, pero todavía no he podido llegar a algo que me guste. Por mientras, mantendré el actual y así no lo echo a perder más.

Les agradezco por su apoyo, igualmente, soy algo tímida y me cuestiono si debo o no contestar alguno de los comentarios y no dar una imagen de alguien de alguien poco amigable (como mi mamá me imagina cuando hago clases, a pesar de que mis alumnos me amaban y de verdad los extraño mucho, pero bueno...)

Si el capítulo les parece muy corto, es que lo dividí en dos partes porque sentí que iba muy rápido. Además como estoy volviendo a adaptarme a esto de la narración, me es un poco difícil hacer capítulos más largos como antes (Véase la novela que tengo publicada), pero con el tiempo volveré a ser yo.

Bueno, eso es lo que les puedo contar por ahora.

¡Gracias por leer!

PD:
Aún no supero del todo lo de Kuroda y Tsukishima así que me odiaría si les doy un destino similar...

Mientras el mundo cae (Jotakak)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora