3. Miedo

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"Hey, tienes que ocultar tu amor

Hey, tienes que ocultar tu amor"

The Beatles – you've got to hide your love away


Se sentó junto a Kakyoin, observando en silencio como dormía.

Al verlo desvanecerse en medio de la escalera no pudo hacer más que dejarse llevar por el pánico que comenzaba a apoderarse de él. Logrando hacer una torpe llamada a la vez que Star platinum se encargaba de recostar a su amigo sobre el sofá.

Sabía que debía llamar a una ambulancia, su mente se lo repetía, se lo gritaba, pero su cuerpo estaba lo suficientemente bloqueado como para olvidar cómo marcar todos los números de emergencia, llamando a su madre por inercia, recibiendo la sugerencia de llevarlo a la residencia Kujo cuanto antes mientras ella se hacía cargo de contactar con algún médico privado.

No podía decir si era producto de la culpa sentía o de los nervios al enfrentarse a una situación así por primera vez en sus diecisiete años de vida, pero se negaba a dejar la habitación, acercándose poco a poco a la cama donde el joven reposaba.

—Yare yare...—suspiró.

Tal vez si era culpa lo que sentía en ese instante, pues no podía sacarse de la cabeza la última expresión que vio en Kakyoin antes verse abandonado por él durante una semana. Parecía que algo malo había hecho y le había molestado.

Lo más probable era que había notado sus sentimientos por él y había sentido asco. No quería que fuera así, pero era inevitable, Japón seguía siendo muy cerrado con eso de las minorías a pesar de que ese terrible milenio estaba por terminar.

Pero incluso si se decía a sí mismo que estaba mal, no era algo que pudiera controlar a voluntad. De la nada había comenzado a amar su voz, luego su pelo, su rostro, su forma de ser y otras cosas que pronto comenzaron a convertirse en traviesos deseos que lo hacían más y más feliz de volver a la escuela a verlo otra vez.

Llevaban casi dos meses desde su primer encuentro y se había enamorado tan dulcemente de él que cuando lo notó, intentar tocarlo se le había hecho inevitable. Por supuesto, había puesto su empeño en que no se diera cuenta, fingiendo que eran gestos de amistad comunes entre jóvenes de su edad.

Le daba suaves palmadas a su delgada espalda para poder sentir su calor unos segundos. Le prestaba su gorra solo para poder disfrutar de su aroma mezclándose con el suyo y así creer que tenía esperanzas de que todos sus sueños junto a él se hicieran realidad. Aunque por sobre todas las cosas lo miraba en silencio mientras oía cada palabra que salía de su boca.

Suspiró. Si esa era la razón de todo ese problema, solo quedaba esforzarse por ocultar mejor sus sentimientos, enterrarlos en lo más profundo de su ser y pretender que solo lo veía como su mejor amigo. Tal vez así, lograría pasar unos cuantos años más a su lado antes de que cada uno hiciera su vida por su cuenta.

Apretó los dientes, acariciando su cabello, deshaciendo su ondulado y rojo flequillo con suavidad, no quería despertarlo. No quería que lo odiara.

Tendría que ocultar su amor...

—Solo esta vez...—dijo.

Se acercó a su rostro y besó su mejilla con lentitud, disfrutando del calor de su piel antes de perderla para siempre.

—Te amo, pero no puedo dejar que lo sepas...

Levantó su mirada al escuchar la puerta, encontrándose con su madre, quien traía las medicinas que el doctor le había recetado a Kakyoin. Su mirada era tan comprensiva y amorosa como siempre, aun así, sintió culpa de ser descubierto haciendo algo que no debía.

Mientras el mundo cae (Jotakak)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora