33. (Des)Control

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"Hey, tú, me conoces, me has tocado, soy real.

Soy el que siempre te deja ver e ir.

Y siénteme,

Soy peligroso,

Soy el desconocido

Y soy la oscuridad, soy ira, soy dolor

Soy el maestro

La canción malvada que suena dentro de tu cabeza,

Volviéndote loco..."

Dio – Don't talk to strangers


—Lamento no haber creído tus palabras, Avdol—dijo el viejo—. Esto es mucho peor...

Jotaro miró a su abuelo, ayudándolo a envolver gasa y vendas limpias en el brazo derecho del egipcio en silencio. Se preguntaba cómo seguía estando tan tranquilo después de perder una mano. Se suponía que un corte de esa magnitud debía causar un dolor inmenso, en especial al verse sometido a la manipulación de terceros.

La ambulancia de la fundación Speedwagon aún no podía llegar. Por algún motivo, todas las calles que circundaban a la casa habían sido bloqueadas, por lo que no les quedaba otra opción más que aguantar hasta poder salir de la mansión e ir en busca de ayuda para ese entonces.

—Está bien, señor Joestar. Algo así es difícil de asimilar.

Lo más importante era detener el sangrado de las heridas más profundas y asegurarse de proteger a Polnareff para que sus costillas rotas no perforaran ningún órgano vital. Sus piernas estaban débiles también, en especial su pierna derecha, la cual había perdido suficiente masa muscular como para impedirle mantenerse en pie por mucho tiempo sin sentir dolor.

—Deberíamos continuar—sugirió Kakyoin—. El sol se está ocultando.

Él había acabado de revisar el edificio con Hierophant green, asegurándose de hacer un inventario de cada ser vivo que habitara en esa casa y así tener un número certero de amenazas a las que se enfrentarían una vez que dejaran esa habitación.

La cantidad de ratones e insectos que encontró era sorprendente, aunque no tanto como las presencias más grandes. Esperaba encontrarse con cientos de enemigos esperando su llegada, sin embargo solo era capaz de detectar a dos personas en el piso superior.

Uno de ellos era incluso más joven que él o Jotaro, quizás diecisiete o dieciocho años de edad a lo mucho. Era un hombre, al igual que su acompañante, no obstante, no estaba seguro si catalogar a ese último como un ser humano o algo más complejo, pues no podía sentir nada en él que lo caracterizara de esa forma.

Tenía tantas dudas, como dónde si esa la persona que según Polnareff, Dio solía mantener siempre a su lado representaba o no una amenaza real; o si lograría acceder a ese fragmento de su memoria en el cual descubría el secreto del stand al que estaban por enfrentarse, entre tantas otras cosas.

La primera podía responderla con facilidad, dándole credibilidad a su esperanza, la que decía que mientras antes se enfrentaran a él más fácil sería derrotarlo. La segunda por otro lado, era como si su cerebro se negara cooperar. Tal vez, el trauma vivido en ese instante era mucho peor de lo que imaginaba y bloqueaba inconscientemente todo recuerdo relativo a sus últimos segundos de vida.

Mientras el mundo cae (Jotakak)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora