34. Persecución constante

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"Parece que aún sigues de pie,

Déjame terminar contigo, bang, bang, bang"

Mili – Camelia


—¡Maldita sea, Iggy, deja de ladrar!

Calmar a Kakyoin había sido más complicado de lo que Jotaro pensó en un principio. Parecía estar en un shock demasiado profundo como para poder continuar con su búsqueda. No dejaba de culparse a sí mismo por no haber sido capaz de evitar caer bajo el control de Dio, o por lo menos así lo intuía el más alto al enfrentarse a ese inquietante silencio suyo, que a su vez era adornado por una expresión que iba entre el enojo y la angustia.

Con un poco de dificultad, Avdol y su abuelo le ayudaron a curar las heridas resultantes de haberse defendido de los proyectiles lanzados por el pelirrojo. No era nada demasiado serio, pero dolía bastante. Afortunadamente todos parecían estar bien, el golpe que recibieron no había pasado más allá de un par de minutos inconscientes.

—¡Vamos, Iggy! —exclamó Polnareff— Harás que el enemigo se acerque.

Polnareff se alejó unos instantes, yendo en busca del perro que no dejaba de ladrarle a la puerta. La molestia le ganaba, pues a duras penas podía caminar. Su pecho dolía demasiado y sabía que una de sus costillas estaba a otro impacto de clavarse en uno de sus pulmones. La sentía cada vez que daba un respiro profundo para calmar el dolor.

—¿Por qué ladras tanto?

Tomó a Iggy en brazos, que estuviera tan agitado con tantas heridas en su cuerpo no le hacía nada bien. Se preguntó que pasaba, pues no dejaba de fijar la mirada en el mismo punto de la habitación. Le echó un vistazo al oscuro pasillo, donde una línea hecha con sangre se extendía desde la puerta hasta perderse en las sombras.

No había nada allí podía confirmarlo, sin embargo una idea no tardó en pasearse por su mente al ver aquella mancha en el piso, notando que faltaba algo importante en ese punto. Se puso pálido al instante, haciéndole una discreta señal al perro para que dejara de ladrar. Tragó saliva, forzándose a respirar normalmente, si se hiperventilaba sería su perdición.

Emprendió su regreso en silencio y muy lentamente, acercándose al resto del grupo mientras apretaba tanto sus labios como los músculos de sus brazos producto del miedo que repentinamente comenzó a invadirlo. Miraba en todas direcciones, sintiendo como la paranoia comenzaba a perseguirlo en forma de veloces movimientos que ocurrían a espaldas de todos, como si estuvieran siendo no solo observados, sino que también analizados.

—Chicos...—susurró muy despacio— No quiero alarmarlos, pero creo que deberíamos irnos.

—¿Qué dices, Polnareff? —preguntó Avdol.

Hizo una mueca para señalar la puerta, viendo como la boca del egipcio comenzaba a temblar. Asintió, levantándose lentamente e incitando al resto a hacerlo. Saber que no eran simples imaginaciones suyas lo hacían sentirse más ansioso que nunca, intentando tomar la mano derecha de su compañero de forma inconsciente para calmarse, encontrándose con el vacío que seguía a aquella venda que cortaba abruptamente el antebrazo por la mitad.

—¿Qué está pasando, Avdol?

La voz del señor Joestar hizo eco en la habitación, por lo que ambos no tardaron en hacerlo callar.

—El cadáver de Pucci...—balbuceó Polnareff— Ya no está.

No alcanzó a terminar de decir aquello cuando un fuerte crujido proveniente del oscuro pasillo azotó los oídos de todos. El sonido era constante, como si alguien caminara hacia ellos arañando las paredes con todo el peso de sus brazos puestos en las uñas.

Mientras el mundo cae (Jotakak)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora