19- Una noche diferente

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Canción del capítulo: Feel -  Robbie Williams

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Dicen que todas las familias tienen secretos, y los Frost no son la excepción.

JÚPITER

Christine ya no llora a medida que avanzamos, se ha quedado en silencio desde que le dije a dónde la llevaría, pero su expresión triste me provoca una rara y fea sensación en el pecho. Cuando llegamos a mi casa, estaciono frente a la puerta principal y bajo del auto, lo rodeo y abro la puerta para ella.

—No es necesario —dice cuando le tiendo mi mano para ayudarla a bajar.

Caballerosidad rechazada. Recibido.

—¿No tengo que entrar por la puerta de atrás?

Su pregunta me toma por sorpresa.

—¿Por qué entrarías por la puerta de atrás, Chris?

—Estoy vestida de mesera, no quiero avergonzarte.

La ironía en su tono de voz no pasa desapercibida para mí. Solía sentir a Christine muy cercana, ahora siento que su actitud, lejos de unirnos, nos aleja. La tengo muy difícil si quiero arreglar las cosas entre nosotros.

Sé que con palabras no se logra nada, así que tomo su mano y la insto a seguir caminando. Juntos.

—Pero...

—Vienes conmigo. Nada más importa.

Toda persona que nunca antes ha entrado en la mansión Frost se asombra por su tamaño y lujos, pero Christine parece ser la excepción. En el vestíbulo, echa una rápida mirada a su alrededor y luego vuelve a mirar el suelo de mármol con expresión vacía.

Sea lo que sea que le pasó es grave, y ya no tengo dudas de que sabe del embarazo de su hermana.

Su mirada se ilumina un poco, sonríe levemente y se agacha para acariciar a Otto, que ha bajado las escaleras corriendo para recibirnos. Otto no le ladra ni una sola vez, como si conociera a Christine desde siempre, y rápidamente aprueba sus caricias y se voltea para que ella le haga cosquillas en la barriga.

Cómo me encantaría ser el perro en este momento.

—Te llevarías muy bien con Hannah —le dice—. Ella ama los animales. Tienes un perro precioso, Júpiter.

Sonrío.

—Dicen que las mascotas se parecen a sus amos —comento, pero ella sólo se encoge de hombros.

Vuelvo a tomar su mano y avanzamos pasando por el salón donde no hay nadie. Si mi padre está, probablemente ya se encerró en su despacho.

Llevo a Christine a mi habitación y le digo que puede tomar un baño si quiere. Es mi turno de ser un buen hospedero.

—¿Tienes algo que puedas prestarme? —dice antes de entrar al cuarto de baño—. Mi ropa está empapada. Con un pijama estaría bien.

—No uso pijama.

—Oh... —de inmediato se sonroja, y no puedo evitar sonreír.

—Normalmente duermo sólo con bóxer —digo buscando entre mi ropa algo que pueda servirle.

—Con una camisa bastará, Júpiter.

Entiendo, no está para bromas. Así que rápidamente le doy una de mis camisas, un pantalón de pijama y un bóxer (vamos, que sé que sus adorables y tiernos calzones de abuelita también están mojados... por la lluvia).

La Regla Frost © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora