20- Un despertar diferente

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Porque puedes tener un momento de paz aun estando en el ojo del huracán.

25 de octubre, 2013

CHRISTINE

Tengo el brazo morado de tanto pellizcarme, pero sigo sin despertar.

¿Conclusión? ¡No es un sueño! Repito, ¡no es un sueño!

Esto no es un simulacro, señoras y señores. Júpiter Frost está dormido a mi lado, con su pálido torso desnudo y sus apetecibles abdominales a la vista. Las sábanas lo cubren desde la cintura hacia abajo; no se emocionen porque lleva bóxer (sí, levanté la sábana para confirmarlo).

Con lentitud me atrevo a acariciar su pecho con uno de mis dedos. Su piel es cálida, suave, y diminutos lunares se esparcen por sus hombros y torso en general; parece una galaxia llena de estrellas.

El recuerdo de la tarde anterior viene a mi mente con un sabor agridulce. Sigo furiosa, triste y enojada con el tema de Valerie, y me cuesta asimilar que ella está embarazada. Parece muy irreal y sólo puedo pensar en que las cosas ahora sí que se complicarán en mi casa.

Por otro lado, Júpiter se portó increíble conmigo, y entre besos, caricias, susurros cargados de ternura y abrazos, me hizo olvidar mis problemas hasta que caí en un profundo sueño.

Y aquí estoy, a la mañana siguiente, deseando quedarme acostada a su lado por siempre, sintiendo el reconfortante calor que emana su cuerpo. Pero sé que debo volver a mi vida, a mi realidad. Una realidad en la que una de mis hermanas está embarazada y la otra enferma; donde mi padre nos dejó por su secretaria quince años más joven y mi madre se encierra en su trabajo para no tener que lidiar con nuestra arruinada familia.

Esa es la realidad.

Mi único consuelo es que tengo a Sami a mi lado, y ahora también a Júpiter. No estoy sola.

Miro a mi alrededor escudriñando la habitación, ya que anoche no tenía ganas de hacerlo. Las paredes son de un color gris claro, el techo es blanco y el piso está cubierto por una alfombra de un gris más oscuro. Las cortinas del ventanal, que da paso a un balcón, son azules, y la colcha de la cama es blanca. La habitación en general está bastante ordenada para ser la de un chico; no me recuerda para nada a la habitación de Sami, que es un campo de batalla en comparación a ésta.

A simple vista hay un escritorio amplio, con silla reclinable, después está la puerta del baño. En la pared siguiente hay un estante lleno de medallas y trofeos -la mayoría, Júpiter los ha ganado con el equipo de fútbol del West- seguido de un gran armario; luego, junto a la ventana, hay un sillón. Y finalmente en la pared contraria, hay un gran televisor donde unas cuantas consolas se conectan.

No hay fotografías, ni cuadros. No reconozco el toque de Júpiter por ningún lado. La habitación es linda, pero me parece un poco... apagada.

Las ganas de ir al baño me hacen deslizarme hacia la orilla de la cómoda y gran cama tratando de no despertar a mi acompañante, pero no funciona. En cuanto pongo un pie en el suelo, él pasa uno de sus brazos por mi cintura y no me deja levantarme.

—¿A dónde crees que vas? —su voz ronca y somnolienta hace que se me paren todos los pelitos, y siento que se me eriza la piel cuando lo siento dejar un tierno beso en mi espalda, sobre la tela de la camisa.

Ay, marmotas, quiero despertar así todas las mañanas, porfa.

—Q-quería preparar el desa-yuno... —tartamudeo mientras él continúa dejando besos en mi espalda.

¡No, Christine, no comiences a tartamudear ahora!

Júpiter me arrastra de vuelta hasta que me acuesto nuevamente y pega su pecho a mi espalda, haciéndome sentir todo su cuerpo contra el mío.

La Regla Frost © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora