Señoras y señores...
14 de febrero, 2014
CHRISTINE
Allen termina de repartir los pastelitos entre todas las personas en la sala de espera. Finalmente se sienta a mi lado y me extiende el último: un cupcake de vainilla con chispas de chocolate.
—Guardé los más grandes para tí y para Valerie. Felíz día del amor y la amistad, cuñada.
Me sonríe mientras me insta a probar el dulce, y le doy una mordida sólo para no decepcionarlo.
¿Cómo puede sonreír en momentos así?
Todo iba bien. Marmotas, todo iba tan bien.
En las últimas semanas me las había arreglado para nivelar mis emociones, enfocándome en mi trabajo con la señora Frost y en mis estudios para olvidarme de Júpiter y de la situación de Hannah, y de pronto todo se complicó. Una llamada de Adrien desde la clínica anunciando que Hannah había contraído una infección y toda mi estabilidad pareció derrumbarse.
No entiendo... su cuerpo había aceptado las células de Oliver, estaba mejorando poco a poco, y ahora, de un momento a otro, está debatiéndose entre la vida y la muerte porque su sistema inmune -apenas desarrollándose- no es lo suficientemente fuerte como para luchar contra alguna bacteria o infección o lo que sea que ocurrió.
Y, sin embargo, Allen sigue sonriendo.
No sé cómo lo hacen, él y Sami. Tan únicos, con un espíritu tan positivo siempre, sin importar la mierda que se encuentran en el camino. Me encantaría ser como ellos.
Trato de devolverle la sonrisa, de verdad lo intento, pero fallo. Júpiter siempre me preguntaba cómo lograba sonreír a pesar de lo malo y ahora simplemente no puedo. Estoy pensando en Hannah, tan pequeña y luchando contra fuerzas más allá de nuestra comprensión, enfermedades que no deberían existir y tratamientos dolorosos y agotadores. Estoy pensando en el abuelo, siempre tan rudo y fuerte, que ahora está sentado en una silla a unos metros de mí con una expresión de desconsuelo que jamás le había visto. En mamá, de pie junto a una ventana, temblando y conteniendo las ganas de llorar. En papá, que lejos a ganar el premio a padre del año, está aquí con nosotros, abrazando a Valerie.
Y Oliver...
Él es quién más me duele, incluso tanto como Hannah.
Perdió a su mamá por el cáncer, no puedo ni imaginar cuán duro ha sido eso para él. Y ahora la vida de nuestra pequeña hermanita pende de un hilo de esperanza demasiado delgado como para aferrarse a él. Oliver está sentado junto al abuelo, y no se molesta en ocultar sus lágrimas. Llora en silencio y se disculpa cada vez que alguien se acerca a preguntarle si necesita algo. Pero no tiene que disculparse. No tiene por qué ser fuerte mientras todos nos desmoronamos. Quiero ir y abrazarlo, pero no tengo los ánimos para alentarlo. No tengo la valentía necesaria para acercarme a él y decirle que todo estará bien.
—Gracias, está rico.
Allen mira el pastelito casi entero en mis manos y frunce un poco el ceño.
—Si estuviese rico te lo habrías terminado.
—Lo siento, no tengo hambre —luego recuerdo que mencionó haberse desvelado preparándolos, así que decido darle otra mordida más—. Te quedaron buenos.
—Estos no los hice yo —su sonrisa se transforma a una de vergüenza—. Anoche metí la bandeja al horno pero me quedé dormido en la cocina y se me quemaron. Tuve que pasar a comprarlos de camino a la clínica. Prometí pasteles para todos, no podía llegar con las manos vacías.
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La Regla Frost © ✔️
Roman pour Adolescents[HISTORIA COMPLETA] Libro #1 de la trilogía "Guerreros contemporáneos" Júpiter Frost tiene todo para cumplir con el modelo del típico chico rompecorazones de su colegio, pero no lo es. De hecho, él es reservado, serio y silencioso, algunas veces inc...