Visita inesperada

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Dylan

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Dylan

Ya es de noche, enciendo el celular y veo que tengo 19 llamadas perdidas; 4 de Santiago, 6 de Rosalyn y 9 de un número desconocido.

Me voy al baño y me hecho agua en la cara, me he pasado todo el día fumando y durmiendo, por lo que ahora tengo planta de moribundo. Hago una mueca al ver la herida, ni siquiera me he curado el labio partido, el hijo de puta supo darme un buen golpe.

Bajo a hacerme un sándwich ya que no he comido en todo el día. Estoy por darle el primer mordisco cuando suena el timbre, lo ignoro y empiezo a comer, lo llevo por la mitad cuando vuelve a sonar el maldito timbre.

¡Maldición! Ni comer en paz puedo.

Me encamino a la entrada, juro que si es Santiago le voy a dar una patada en las bolas. Abro y me quedo paralizado con las maldiciones en la punta de la lengua.

Mi visita es nada más ni nada menos que mí vecina y no se ve muy contenta que se diga, cruzo los brazos y me apoyo en el marco de la puerta.

—¿Qué haces aquí?

—Tengo que hablar contigo.

—Desde cuando nos tratamos para hacerlo —frunce el ceño molesta.

—¿Nunca dejarás de ser un imbécil? —me colma la paciencia.

—¿Qué quieres?

—Aparte de imbécil sordo —bufa— Ya te dije que vine a hablar —esta niñata— ¿Me vas a dejar pasar o te quedarás ahí parado como idiota? —ruedo los ojos.

Se frota los brazos por el frío, la repaso y veo que trae una blusa con mangas a la muñeca y un pantalón corto.

«Hablar se me hará muy difícil teniendo cerca ese par de piernas desnudas» Pienso.

—Entra —me hago a un lado.

Volteo a verla y me quedo viendo un lugar en específico, me encanta ese culo.

—No dejas de ser un maldito pervertido —se queja, sonrío de lado y le guiño un ojo.

—Sabes cómo soy, ya lo deberías de tener muy presente.

—No sé cómo eres —hace una cara de sorpresa— ¡Ah, ya recordé! Hoy me demostraste como eres, salvaje —tenso la mandíbula.

—¿A qué has venido? No estoy para estupideces —suspira.

—¿Por qué fue la pelea?

—¿En serio a eso has venido? ¿Acaso no te lo dijo tu noviecito? —niega— Que mal, yo tampoco te lo diré, no vale la pena escuchar porque fue la pelea de un salvaje y un pelele.

Me voy a la cocina por mi emparedado y ella me sigue.

—Si solo es eso ya te puedes ir.

Cruza los brazos debajo de su pecho y estos se le resaltan, es imposible que aparte la vista de ahí.

El imbécil de mi vecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora