Alguien más

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April

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April

Veo como se viene contra Diego y empieza a golpearlo, él trata de defenderse, pero mi vecino no se lo permite lanzándolo directamente al suelo.

—¡Levántate imbécil! ¿No que muy gallito? —estoy tan desesperada que empiezo a buscar ayuda, pero nadie quiere meterse en la pelea y eso me cabrea más.

Diego se levanta de improvisto y le da con el codo justo en el labio haciendo que éste sangre de inmediato. Mala idea, porque mi vecino se pone más furioso de lo que ya estaba y antes de que se vaya contra él me interpongo entre los dos.

—¡Basta! ¡Maldición! ¿Siempre tienen que comportarse como unos jodidos cavernícolas? —mi corazón bombea más rápido de lo normal.

—Salte de mi camino —gruñe— ¡Apártate, April! No me hago responsable si sales lastimada.

—¿Serias capaz de golpearme solo por seguir una estúpida pelea? ¡Vaya, poco hombre me saliste! —reclamo.

—No nos hubiéramos peleado de no haber sido por ti —la mandíbula se me desencaja.

—¿Por mí? —pregunto molesta.

—¡Si, por ti! —se acerca más, pegando su torso a mi pecho— Eso era lo que querías ¿cierto? —aplaude— ¡Bravo!

—¿De qué estás hablando? —no entiendo nada de lo dice.

—¿Querías volverme loco y que perdiera la cabeza por ti? —su aliento se mezcla con el mío — Lo has logrado vecina.

Ni siquiera me da tiempo de nada, ya que se apodera de mis labios de una forma desesperada. Trato de alejarme, pero me estrecha más a su cuerpo.

Mi mente se niega a seguirle el beso, pero mi cuerpo lo aclama de una manera inhumana, pierdo esta batalla cuando muerde el borde de mis labios haciendo que me estremezca y suelte un pequeño gemido.

Sus brazos me envuelven y su lengua toca la mía saboreándola como si no hubiera un mañana, mis labios se amoldan bien a los suyos, atrapa mi labio inferior entre sus dientes y tira un poco de el haciéndolo aún más placentero. Empuño las manos en su camisa, una semana, una jodida semana sin sus labios, una semana pensando en cuando los volvería a probar. Nos separamos con la respiración agitada y es ahí donde la vergüenza y culpa recaen sobre mí.

Trata de acercarse, pero se lo impido yéndome para donde está Diego viéndome dolido.

¿Qué hice? ¡Malditas hormonas!

—Ni lo intentes —dice cuando ya estoy a poca distancia.

—¡Diego! —susurro con los ojos llenos de lágrimas.

—¡Pensé que odiabas a ese imbécil! —me quedo callada —¡Que no lo soportabas! Fui un idiota al creer eso.

—No es lo que parece —me excuso.

El imbécil de mi vecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora