Lágrimas de felicidad

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April

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April

Me levanto con el entusiasmo a niveles Dios.

¡Al fin! Pensé que este día nunca iba a llegar. No creo que haya algo que pueda arruinarme este día.

Superviso por octava vez la habitación y como siempre no hay nada que esté por ahí tirado y sin guardar.

Camino hacia el baño y me refresco la cara. Sigo en lo mío aun cuando escucho el sonido de la puerta.

—¿April?

—¡Voy! —grito, sacándole una carcajada a Esteban.

¿Se recuerdan del joven médico que me atendió? Pues él es Esteban.

Un chico castaño de ojos color miel de 23 años y de casi 1.75 de altura.

A lo largo de estas dos semanas y pico, nos hemos hecho muy buenos amigos. Desde que me ingresaron él nunca se ha apartado de mi lado, e incluso en sus días de descanso.

Y pues eso hizo quererlo conocer más y ahora somos amigos. Aunque Dylan cree que hace eso porque le gusto, pero no, yo sé que no es así.

Sonrío al recordar cómo se puso el imbécil la primera vez que nos vio hablando.

Todo fue un caos.

Dylan con los nudillos rotos.

Esteban con un ojo morado.

Y yo, que por poco y me daba algo, debido a unos medicamentos que me habían suministrado.

Agarro una toallita y me seco las manos mientras camino de nuevo a la habitación.

Él a diferencia de mí no se ve nada feliz, al contrario, esta cabizbajo y triste.

—¿Qué pasa? —voltea a verme, pero no dice nada. Me acerco y me paro frente a él —¡Dime!

—Te vas, eso es lo que pasa.

—Aunque me vaya sabes que mi amistad seguirá, además, las puertas de mi casa siempre estarán abiertas para ti.

—Tú me las abres y el... —se calla al percatarse de mi mirada y traga hondo— Y Dylan me las cierra.

—Dale tiempo, él siempre se pone en modo "salvaje" cuando ve por primera vez a alguien, pero media vez lo conoce y pasa el tiempo, cambia —me siento a su lado— Así pasó con mi mejor amigo Diego.

—¡Uhm! —suspira resignado— No será lo mismo sin ti.

—¿Por qué?

—¿En serio preguntas por eso? —asiento— En primer lugar, no creo volver a ver a alguien con semejante belleza —me guiña el ojo— En segundo lugar, no verás al novio de esa belleza moliendo a golpes a cualquiera que la voltee a ver.

—No es cierto.

—¿No? —pregunta incrédulo.

Me carcajeo.

El imbécil de mi vecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora