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LA MUCHACHA DE HEBRAS PLATEADAS subía y bajaba la cremallera de su oscuro abrigo como pasatiempo.


Era alguien que se aburría rápidamente si no tenía con qué entretenerse, más si trabajaba desde las doce de la noche hasta las siete de la mañana y sólo las almas tristes y deambulantes circulaban por aquella zona.

La paga no era tan buena como esperaba pero juntaba cada billete para conseguir sus libros de estudio, los cuales estaban algo caros. Pero nada le impediría seguir estudiando lo que más amaba: Psicología.

Si bien sus padres le advirtieron que se terminaría suicidando aún así comenzó la carrera, y le estaba yendo bastante bien.

—Eu, Izaro. —su jefe, Rodolfo, la llamó haciendo que ésta levantara su vista algo asustada.— Prestá atención nena, no te quedes boludeando.

—Perdón Rodolfo, estaba pensando en otra cosa. —hizo una mueca de arrepentimiento y dejando de lado el cierre de la vestimenta, comenzó a prestarle atención al corpulento hombre.

—¿En él noviesito o en la noviesita andas pensando? —prendió uno de sus habanos.

—Dale Rodolfo, sabes que no es mí terreno.

— Mejor porque los chicos están más estúpidos de lo que corresponde. —ambos rieron, logrando que el ambiente se sintiera más suelto. —Venía a decirte que me voy, te dejo sola por unas horas.

Izaro tragó saliva y abrió desmesuradamente sus ojos.

—¿Enserio me decís? —éste asintió sin dirigirle la palabra. — Bueno está bien, tratalas bien a las chicas, ya suficiente con el trabajo que tienen.

El hombre le sonrió débilmente y se despidió de ella, subiéndose a la camioneta algo vieja de color gris.

La de ojos claros como zafiros se desplomó sobre la silla que su jefe le había obsequiado como regalo por sus diecinueve, la cual era bastante cómoda, y bufó todo lo que quiso.

Estaba sola en medio de la nada, en una estación de servicio más parecido a un paradero de mala muerte y su única compañía eran las moscas muertas en las luces led afuera del establecimiento.

—...ahora por dejarme sola voy a poner música a todo lo que da, ja. —habló sola mientras encendía la radio y colocaba la sección urbana donde los mayores hits de Biggie, 2PAC, Dr.Dre y Eminem pasaban hasta altas horas de la madrugada.

Si debía ser sincera, la música en cierta manera la hacía sentir menos miserable y un poco más acompañada. Cuando Rodolfo la dejaba por algunas horas, aprovechaba en subirle a la radio y desplazarse en su silla con ruedas por todo el lugar, a veces chocaba con las heladeras de las bebidas o tiraba algún stand de snacks pero dejaba todo en su lugar minutos antes que llegara el mayor del puesto.

Sus zapatillas sucias aún rechinaban en los lustrados suelos del predio, cuando bailaba. Levantaba sus hombros al ritmo de la música e imitaba las expresiones faciales que Slim Shady ponía en sus videos musicales.

Pero se detuvo abruptamente cuando vió unas luces de un auto resplandecer contra las ventanas, y asomándose más notó que el auto de Rodolfo no era.

Con rapidez se dedicó a bajarle apenas el volumen de la radio y volviendo a su puesto con una radiante sonrisa, esperó a su cliente.

Sus comisuras intentaron decaer al notar el estado de perdición que su cliente irradiaba. Por lo poco que pudo verle el rostro al haberlo saludado con suma cortesía, se lo notaba mal.

Extremadamente mal.

La canción Sky's the limit resonaba por todo el lugar, sumándole el ruido del ventilador de techo y el quisquilloso sonido que hacía el hombre al arrastrar sus pies por el piso encerado podría decirse que le daba una maligna paz. Cualquiera en su situación, llamaría a la policía al ver lo sospechoso que era éste hombre pero prefirió guardar silencio y mirarlo de a ratos su comportamiento.

Cuando el muchacho eligió lo que compraría se acercó a la caja y ni siquiera intentó buscar conversación. Pero qué difícil fue cuando la peligris abrió su gran boca.

—Linda noche, ¿no? —indagó, sin obtener respuesta alguna. —Son $250 en total. —cambió de tema, carraspeando su garganta.

El de corbata mal acomodada sacó el dinero de su saco bastante arrugado y se lo entregó. La miró cortamente y fijó su mirada en los anillos que ésta poseía, tragando saliva endureció su mandíbula. Poseía uno dorado en su dedo anular.

—Che, ¿querés alguna pastilla? Tengo tafirol, diclofenac, actron 400 y 600... —comenzó a buscar en el cajón de las pastillas mientras seguía enumerando.

Al levantar la mirada notó que ya no estaba más ahí, sino que él se encontraba apoyado en el capó de su auto, bebiendo de a ratos aquel líquido transparente y la mirada super vacía y apagada.

Saliendo del establecimiento, intentó acercarse a preguntar pero el auto de su jefe había llegado.

Justo en el momento menos indicado.

—Izaro, ¿todo bien mamita? —la miró, intentando descifrar sus expresión contraídas.

Ésta fijó su mirada en su cliente, quién no tardó en devolverle la mirada. Sintió frío y una sensación de saudade ante el opaco color de ojos del muchacho, y sin otra cosa que hacer, éste subió a su auto.

Marchándose lo antes posible de allí.

—¿Tenés idea quién era?

Galés la observó consternado y algo perdido al mismo tiempo.

—Creo no ser el indicado de decirte quién era, averigualo después si es que lo volvés a ver por acá.

Dejando a la muchacha con la boca hasta el suelo, ingresó a la estación de servicio.

—¿Pero qué? ¡Dale Rodo, no me dejes con la intriga, culo roto!



















strong beggining dea, bueno no se olviden de votar y comentar graaaciaaas.

mustio ; acru. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora