CRUZ NO PARABA de divagar entre sus lagunas mentales a la hora de dar espiritismo sobre papiro y tinta oscura.
Su cabello húmedo por la ducha que se había dado aún goteaba, dejando un sendero en las hojas rayadas de su cuaderno universitario y en un vago intento de quitarlas, éstas se arrugaban y se rompían. Y sin ánimos de seguir escribiendo cerró el cuaderno anillado, recostándose en la silla.
El tic en su ojo derecho no tardó en aparecer y aquello lo molestó aún más sabiendo que el estrés de no saber cómo continuar con su proyecto musical, volvía para alborotar el conticinio. Se suponía que todo se le facilitaría teniendo de soporte el tema en especial que trataría su canción.
Las voces se colaron por sus limpios oídos, profanando su poca paz. Ni aunque quisiese ahuyentarlos podría evitar que le susurraran crueldades endulzadas, que más tarde se convencería de ello. Si las voces morían, el moría.
Y más de una vez había anhelado con desaparecer, sin que nadie lo supiera, sin que nadie se lamentara. Pero no podría, ya que aún tenía a su madre agonizando en sus orbes acaramelados.
— Dios...¡cállense, cállense, cállense! — tomándose del cabello y apoyando sus codos encima del escritorio, comenzó a murmurar blasfemias y quejas ante el constante mensaje que las voces le transmitían sin parar.
Y unos toques en la puerta ahuyentaron a aquellos diablillos de los hombros desnudos de Cruz.
— ¿Quién es? — preguntó algo perplejo de que se hayan ido con tanta facilidad esas molestias.
— Yo, Izaro. — miró las barnizadas uñas de sus pies descalzos y pálidos debido al frío que tenía.
Levantándose de la silla y pasándose una mano por el rostro se dedicó a suspirar antes de recibirla sin ninguna expresión más que de cansancio. Pero aquello cambió por un gesto de ternura acompañado de un diminuto puchero cuando la vió.
Izaro tenía entre sus manos una bandeja que contenía una gran taza de té con algunas rodajas de pan tostado y unos cigarrillos rubios.
— Te hice algo porque por el horario pensé que no comiste todavía y que quizás por el quilombo que se armó en el boliche te interrumpió y bueno, encontré té y el pan estaba medio viejo y ni empedo te lo ibas a comer así que lo tosté, casi me olvidé de desenchufar la tostadora y yo ahí queriendo meter el cuchillo. —habló rápidamente pero bastante claro y entre risas, cosa que logró ampliar su sonrisa. — Ya le puse azúcar así que está listo para tomar.
— Los cigarrillos. —indicó Agustín, con sus ojos.
— Tremendo laburo me mando y me preguntas por los cigarrillos.— bromeó. — Es sólo por si querés fumarlos más tarde.
— ¿Solo o con vos?
— Como quieras. — se encogió de hombros. — ¿Interrumpo algo?
Éste por su parte negó, haciéndola pasar y mirando de soslayo la piel erizada de las piernas de la muchacha debido al frío. — Quería escribir pero nada, a veces me bloqueo.
La de cabellos grisáceos hizo un ruido con su garganta en señal de comprender, y dejando la bandeja sobre un lugar vacío del escritorio se dedicó a mirar todo a su alrededor con suma curiosidad.
El moreno se percató de ello y la dejó tocar todo lo que viera por la habitación. Llevándose la taza a los labios la observaba trazar con sus dedos algún grafiti insignificante para él, en cómo movía vehemente su cabeza ante el boombap de fondo que acompañaba a ambos individuos.