dedicado a: meskill
—IZARO, TENGO HAMBRE.
Los cristales orbes de la peligris se dirigieron de soslayo hacia el rubio, y bufó mientras seguía escribiendo a más no poder.
—La puta madre murciano del culo, en mí mochila hay comida fijate. —evitó mirarlo para no perder la concentración en lo que estaba dictando el profesor.
Sacando una barrita de cereal rellena de durazno, frunció el ceño ante el notable mal humor de su compañera y amiga de estudio. —Joder, parece que nos hemos levantado con el pie izquierdo.
Paredes engulló con tranquilidad el snack mirándola de a ratos al darse cuenta que lo estaba ignorando, y formando un puchero con sus labios posó una mano en su mentón observándola.
Las oscuras y tupidas pestañas de la fémina rozaban apenas sus pómulos, las cuales eran la mayor virtud de Volsk. Por mucho tiempo se las estaba cuidando ya que en un pasado se las había quemado con un barato rímel, el varón aún recordaba los gritos histéricos a través de la línea telefónica y no evitó en sonreír ante ese vago recuerdo.
—Me imagino que voy a tener que pasarte mis apuntes.—intuyó Volsk.
— Pues sí, estoy adelantando mis canciones sabes y no pierdo el tiempo ni siquiera estando en clase. —habló una vez el profesor guardó sus cosas y despidiéndose de sus alumnos se marchó.
Izaro pensaba en contestarle ni bien se levantó de su asiento pero una pesadez en su pecho le arrebató el aire y su rostro se coloreó de un fuerte carmín.
Había manchado la silla con sangre.
—No no no, ¿por qué me pasa esto a mí? —lloriqueó avergonzada e intentó limpiar con un pequeño pañuelo y alcohol en gel.
—Izi, ¿qué ocurrió? —miró la escena y rápidamente entendió, llevándose las manos a la cabeza.—Vamos al baño de inmediato, tía. Toma mi abrigo y átalo en tu cintura así nadie nota que te has manchado.
Saliendo a toda prisa del auditorio, Ginés corrió detrás de la muchacha con sus cosas, pidiendo disculpas cuando se chocaba con algún que otro alumno.
Para suerte de ambos, el baño estaba desolado y no tardaron en entrar y trabar la puerta para que nadie pudiera ingresar.
— ¿Izaro necesitas algo? ¿Tampones, toallas femeninas? Puedo conseguirlo. —habló cerca del cubículo donde su amiga estaba llorando de la vergüenza.
— No Ginés...necesito un pantalón porque éste tiene una mancha enorme. —sorbió su nariz mientras masajeaba su abdomen.
— ¡Tengo uno en mí mochila! —comentó con alivio sacando la prenda de su mochila, y estando en puntillas le pasó la prenda por arriba del cubículo. —Si te queda algo ancho dímelo, así te presto un cinturón.
Cambiándose entre lágrimas, guardó la prenda manchada dentro de su oscura mochila y tirando la cadena salió cabizbaja del sanitario.
—Izi, estrellita, ¿por qué lloras?— preguntó en tono dulce apoyándose en una de las paredes con azulejos blancos.
— Porque me dió vergüenza mancharme. —se quejó lavándose las manos bajo la atenta mirada del rubio. —Y peor que vos lo hayas visto...
— Pero si es normal, cari. Eso significa que no hay bendición.—su contraria le propinó un golpe en el pecho, mientras algunas lágrimas le seguían cayendo por las mejillas hasta su mentón. —Vale, lo siento, pero que sepas que no deberías avergonzarte que te haya visto así. Sólo es sangre mala que sale de ti, y ya. —se acercó a secarle las lágrimas y en dejar un beso en su frente. —¿Un abrazo?
