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MESES ANTES.








LAS SUAVES CARICIAS que Cruz brindaba en la acendrada y desnuda piel de Volsk lograban erizar cada centímetro de su cuerpo ante tal delicadeza de sólo trazar sus dedos por las costillas ajenas. Se tomaba el tiempo de memorizar cada lunar que su ser cargaba, cada mancha por el sol, cada vello rubio de su nuca y cada sonrojo que a ésta se le escapaba cuando el rapero poeta la miraba con tanto embeleso.

Las palmas labradas de Agustín se dirigieron a la marcada cintura de su contraria para apretar aquella zona y acercarla más a él, estando en la desordenada cama junto a las sábanas anónimas de un hostel. La ropa estaba tirada por el suelo, y éstas prendas estaban iluminadas por la escasa luz del sol que entraba por las cortinas metálicas de la habitación.

El ambiente carnal y pasional ya se había esfumado luego de unas horas de puras caricias sobre el perfumado colchón del establecimiento, y las bobas sonrisas ya dolían en los rostros de los individuos.

—Estrella, ¿me contás de ésta cicatriz?—preguntó el varón, con la vista puesta en la extensa cicatriz de su vientre.

Mirando al techo intentó hallar algo allí para poder no debilitarse al contar aquello que tanto le pinchaba el corazón, pero luego de unos pestañeos ralentizados supo que la paz y el orden los encontraba en los ojos de Agustín. Acomodándose mejor en las piernas de Cruz mientras llevaba sus dedos a las clavículas estrelladas de lunares, esparcidos de manera uniforme en la morena piel, se atrevió a mirarlo.

—Es la cicatriz de...de mí cesárea. Resumido para no aburrirte: decidí hacerme responsable de mí descuido pero cuando me sometí al quirófano, el bebé había nacido muerto.—explicó con un deje de tristeza en su voz.

—Hermosa, no me podrías aburrir, nunca. Y lamento mucho tú pérdida, si te hubiese conocido antes...

—Si me hubieses conocido antes, la Izaro de antes te caería pésimo. Agradezco que hayas ido a comprar esa noche en la estación de servicio, y que nos hayas salvado del hombre que intentó apuñalar a Ginés.—interrumpió respirando profundamente y, entrelazando manos con el tucumano le sonrió con melancolía.—Ey, no me pongas esa carita Agus...estoy bien, en serio.

Al haber formado un puchero en sus finos labios rosáceos, acunó el rostro de Izaro entre sus manos y besó toda su cara, haciéndola reír. Y añoraba demasiado tener ese poder con ella, de poder hacerla reír, de hacerla reír hasta las lágrimas y de sacar el alma de tigre en los momentos requeridos donde los cuerpos se sumergían en la piscina del deseo y el placer.

Nadando entre otros planetas en sus cavidades bucales, Volsk movió sus caderas en un delicado vaivén. Y ocasionando un débil gemido placentero y ronco de las cuerdas vocales del artista, éste se separó apenas para analizar nuevamente el rostro esculpido por los mismísimos dioses que tenía a centímetros de él, y completamente desnuda a su merced.

—¿Qué?—preguntó algo agitada y con el ceño fruncido en dirección al varón.

Y esbozando una sonrisa lobuna, bajó sus manos a la cintura baja de su compañera antes de contestar lo siguiente, que quizás no sería lo último y único en repetirlo frente a ella.

—Sos tan hermosa, tanto que no me importa si tenés ropa puesta o no. En vos, encuentro el tan anhelado wabi-sabi.






































mustio ; acru. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora