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—NO GINÉS, no me podes acompañar al trabajo.


El de hebras rubias había estado insistiéndole desde la tercera clase en la que iban en el día con poder hacerle compañía en su mísero trabajo como cajera de una despensa que se hacía llamar estación de servicio.

— Prometo no hablar y hasta puedo ayudarte con las cuentas, soy bastante bueno con los números. — trotó hasta estar a la altura de su única amiga que tenía en ésta institución.

La de cabello gris hizo una mueca, como si lo estuviera considerando. Ella era malísima con las matemáticas y no las entendía, pero el miedo de que le pasara algo a Paredes no se lo quitaba nadie.

— No sé Gin, tengo un cagaso de que te pase algo. Literalmente está en el medio de la nada el lugar donde trabajo. — explicó mientras ingresaba al sanitario de mujeres, con el muchacho detrás de él. — ¿Qué haces?

— No me voy a dar por vencido tía, además te sostengo las cosas y juro no escuchar nada. — explicó rápidamente mientras abría desmesuradamente sus ojos.

Ésta bufó pero no le quedó de otra que pasarle sus cosas sin antes darle un apretón en la mejilla, ocasionando un quejido por parte del español.

— Auch, ¡más despacio, gracias! Pedazo de bruta eres.

Ella rió sonoramente, haciendo rebotar la alegría que llevaba por dentro, contagiando al de ojos esmeraldas.

Desató su cabello e intentó peinarlo con sus dedos pero estaba bastante amarañado, y una lamparita se encendió en la mente de Walls.

— Espera tía, así te arrancarás las greñas, recordé que tengo un peine en mi mochila.

— Qué metrosexual, Ginie.

Calla y déjame arreglar tu cabello.

La de piel pálida, casi traslúcida, aceptó a regañadientes.

No le gustaba para nada que toquetearan su cabello.

Aunque sorprendentemente, el tacto del varón era sumamente tímido y delicado en su cuero cabelludo, casi inconscientemente la muchacha sonrió como la trataba con tanta dulzura.

— Ahora sí, tenías muchos nudos joder. — le sonrió de lado y guardando su peine dentro de la oscura mochila la miró, y casi frunció el ceño ante las mejillas rojas de la chica.

— Ostia, ¿estás bien? — le tocó la frente y las mejillas, ocasionándole risas a la fémina.— ¿De qué te ríes?

— Me quiero cambiar de ropa.

Volvió a reír cuando vió las expresiones comprensivas del muchacho y éste amagó con irse de los sanitarios.

— Tranqui rey, date vuelta nomas. Mirás algo por el espejo y te corto la garcha.

— Vale vale, Izi. No voy a mirar nada lo juro. — se volteó dándole la espalda y cubriéndose los ojos con las manos, siguió hablando.— Además no tienes de qué avergonzarte de tu cuerpo, te lo he dicho muchas veces, ¿sabes?

— Si...ya sé. — se colocó una remera más holgada y blanca, colocándosela dentro de sus joggings grises y atándose los cordones de sus típicas zapatillas. — Ya te podes dar vuelta eu.

Éste se volteó y la miró con una sonrisa ladina. —¿Ves? Preciosa como siempre. — ambos miraron su reflejo en el transparente objeto pegado a la pared.

— Vamos, dale. — tomándolo de la mano y con la otra sostenía su mochila en su hombro derecho, empezaron a caminar por el gran pasillo de la institución hacia la gran salida.

—¿¡Eso quiere decir que puedo acompañarte en el trabajo!? — preguntó, rebosante de emoción.

— Si Ginés, podes acompañarme en el trabajo. — recibiendo esa respuesta afirmativa, el de brillante sonrisa besó ruidosamente la mejilla izquierda de Izaro. — ¡Agh, Ginés! Me dejaste baba, asqueroso.

— Perdona, es que estoy muy feliz. — sonrió achinando sus esmerilados orbes. — Te llevo en el coche, bella.

— Buenísimo porque una paja tomar el colectivo, la verdad.

Una vez que llegaron al estacionamento de la Universidad, el murciano no tardó en abrirle la puerta del copiloto, caballerosamente.

— Nosborn, qué galán. — rió débilmente colocándose el cinturón.

— Soy todo un Romeo, aceptalo.— encendió el auto color rubí y emprendieron marcha hacia la ruta seis.

— Espero no te arrepientas de acompañarme, Gin.

— Vamos chavalita, sabes que me divierto mucho cuando estoy contigo. — la miró de reojo, manteniendo su vista en la brea perfectamente hecha por la Municipalidad.

— Espero que se mantenga así entonces.

— Nada me hará cambiar de opinión, Izaro. — acarició rápidamente su mejilla, volviendo a conducir.

Ella por su parte, suspiró por lo bajo y mirando por la ventana el atardecer pintado de muchos colores, susurró.

— Esperemos que así sea.


















hay segunda parte, don't worry.

mustio ; acru. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora