EL DE CABELLO AZABACHE no tardó en bajarse del auto y en acercarse cautelosamente al dúo dinámico.
El paso de ambos adolescentes eran de completa vacilación y nervios, irradiaban timidez y hasta podría decirse que Volsk se avergonzó que la haya visto de ésta forma. Pensaba una y otra vez la reacción o mirada de pena o hasta compadecimiento que posiblemente llegaría a recibir de Cruz, pero qué errada estuvo al sentir las manos de éste en su rostro afilado como una daga con mango de cuarzo rosa.
Analizó su labio inferior carnoso partido tocando con delicadeza en esa zona para verificar la profundidad de éste, por suerte no era más que un feo golpe pero debían desinfectar. Movió con sus dedos el rostro ajeno chequeando la ceja sangrante de la fémina, en éste caso sí necesitarían hacer puntos.
— La ceja va a necesitar puntos, si o si. — informó, separándose de ella y guardando sus manos dentro de sus bolsillos. — Vamos.
—Perdona, ¿a dónde iremos?—intervino el rubio, abrigando a la peligris con sus brazos alrededor de su anatomía.
Los ojos oscuros de Agustín los detalló, de arriba a abajo. Veía el sobreprotector brazo del rubio sosteniendo la cintura de su contraria, para que no perdiera el equilibrio y pudieran avanzar algunos metros si debían caminar.
Chasqueando la lengua y manteniendo su semblante inexpresivo como de costumbre, se dirigió a su auto. Pero antes de ingresar, volvió a mirarlos con algo de obviedad.
— ¿Confían en mí o no?
Una respuesta afirmativa por parte de la fémina y una negativa por parte del varón se entremezclaron, logrando que el mayor de los tres volteara confuso.
— Sí, confiamos en vos, Agus.—la voz de la de piel pálida sonó suave, rozando lo melifluo, pero sin perder el tono ronco que la solía destacar.
Bastándole aquella respuesta subió a su auto, esperando a que los otros dos dejaran de titubear y marchando hacia el desconocido destino, el rapero poeta suspiraba pesadamente cuando miraba de soslayo el retrovisor y su agarre en el volante era aún más firme.
Verla de ésta manera, totalmente magullada y apenas estable, había comenzado a crecer en su interior. Sentía ese cosquilleo en medio del pecho y era molesto, realmente ardía.
El vívido fuego se corroía en cada fibra y músculo de su anatomía de manera inefable ya que el tampoco sabía explicarlo, sólo podía gritar hasta quedarse sin aire.Los vidrios polarizados opacaron sus gritos frustrados mientras que el rosario que colgaba en el espejo lo acompañaba meciéndose lado a lado, y sintiéndose más aliviado no tardó en pestañear repetidas veces viendo de manera más nítida el color amarillo de los halógenos.
Y con una sonrisa ladeada pero rebosante de saudade, se imaginó a Izaro allí abajo de esas luces caminando por el borde de la calle. Ni él supo por qué su cabeza le mostró aquella diapositiva fantástica pero una ola de calidez lo invadió, sintiendo hormiguear las puntas de sus dedos logrando recomponerse en el asiento y relajando el agarre en el volante de cuerina marrón.
[...]
— Izaro si no te quedas quieta te puedo coser el ojo, sólo son unos minutos. —exasperó Agustín, acuclillado frente a ella mientras usaba el muslo de la muchacha como soporte.