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capítulo dedicado a: almabonet
-vilinsky
okuparedes
almadiamantte







LAS CARICIAS que la arena se encargaba de dar en las ojeras de Izaro, fue justamente por la misma razón que despertó abruptamente.
















Incorporándose en la fría superficie, entrecerró sus cristalinos ojos al notar la notable ausencia del moreno que la abrazó toda la noche.

Y ahora no estaba.

Espabilando un poco intentando no marearse comenzó a vestirse con aquel triste vestido azul que, luego incendiaría junto al mal rato que había pasado. Sus pies se hundían en la fina arena y aquella sensación le parecía tan bonita, así que sin calzarse sus fieles vans decidió llevarlas en su mano izquierda para luego, emprender una suave caminata en la orilla del agonizante río.

El viento soplaba mucho mejor allí, haciendo danzar de vez en cuando los cabellos azules de la muchacha. Sin tener alguna intención de acomodarse los rebeldes mechones, siguió caminando hasta que divisó a Cruz de espaldas a ella mientras fumaba algo cabizbajo.

Llegando casi a él, le silbó llamando su atención. Y con una sonrisa algo somnolienta se acercó a Agustín.

Las hebras negruzcas de Cruz parecían estar húmedas, en efecto había ingresado nuevamente al agua para conectarse con la realidad una vez más. Su torso estaba desnudo y en ciertas partes tenía arena, lunares que casi pasaban desapercibidos y pequeñas cicatrices que aunque a él no le gustasen, a alguien más sí.

Viendo cómo la muchacha se acercaba a él con una sonrisita inmarcesible, exaló el humo hacia un costado.

Se sentía como un adolescente, y no tenía idea de por qué.

Pero la sensación tampoco le disgustaba.

―Bobo, me asusté cuando no te vi al lado mío. ―habló en un suave tono, empujando con sutileza al rapero poeta.

―Izaro, estrella, no siempre voy a estar cuando abras tus ojos. Pero no es tu culpa, es algo que me cuesta dejar de hacer.―volvió a darle unas caladas a su rubio cigarrillo.

―¿El que? ―preguntó apoyando su mejilla en el brazo del tucumano mientras ambos miraban el alba, en cómo los colores iban combinando con las esponjosas nubes.

―Irme, desaparecer sin avisar.―contestó.

―¿Y si te quiero encontrar? ¿Y si quiero buscarte para saber que estás bien?

Sonriendo débilmente miró a la de piel casi traslúcida, quien lo observaba con ojitos inocentes y brillosos.

Ad Astra, bonita. Siempre a las estrellas, ellas saben mucho aunque no lo creas. Guardan los secretos y confesiones, y es por eso que colisionan.



[...]





Subiendo al auto en silencio, se colocaron los cinturones y bajaron las ventanillas casi al mismo tiempo. Anteriormente habían dado una silenciosa caminata por la orilla con los meñiques entrelazados, que Volsk se encargó de unir, y dormitaron un rato más bajo la presencia de un colorido y etéreo firmamento.

mustio ; acru. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora