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TRES MESES MÁS TARDE.

Abril, finalmente era Abril. Quizás una de los meses favoritos de Izaro, la cual disfrutaba mucho ver la aglomeración de hojas amarillentas en el asfalto, oír las ramas que se quebraban bajo la pesada pisada de algún ser deambulando por las calles a altas horas de la noche. Y ésta vez, no sería diferente.

Por fin volvía a casa luego de que, la hayan internado. Fueron muy buenos con ella, tanto que cuando la arroparon la noche que fue la muerte de su madre, lloró desconsoladamente.

Su envase iba llenándose de a poco con cariño de todos lados.

Aún así sentía que jamás ese tarro de pequeños papelitos, o su corazón para ser precisos, podría recomponerse.

—Estamos en casa, estrellita.— anunció el murciano, mirando su cambiado perfil.

Se daba cuenta que ésta había intentado cubrir sus ojeras con maquillaje, fallando en el intento. También se había percatado de los nuevos modismos que había adquirido en terapia, lo típico de apretar una pequeña pelota en caso de que estuviera nerviosa.

Llevaba ésta en su mano, pero ahí permanecía. Sólo rodaba en su palma, giraba en su piel una y otra vez como si fuese su mantra.

Ginés mordió su labio inferior con sutileza para así llevar su cálida mano a la de Izaro, la cual parecía ser una estalactita. Sus dedos acariciaron el dorso ajeno, y quiso sonreír cuando sintió que seguía igual de suave que antes. No había cambiado casi nada, sólo la forma de ver sus cosas y lo nuevo que había adquirido en esas cuatro paredes con distintos terapeutas, todos los días desde aquella noche.

Volsk pareció reaccionar ante la combinación del metal ardiendo de su mejor amigo, y de su propio gélido tacto. Y con lentitud, entrelazaron sus manos mirándose una vez más antes de bajar del auto e ingresar rápidamente a la casa ya que, una tormenta se avecinaba.

—Bua tía no sabes, estoy escribiendo mucha música. Y madre mía, estoy muy cómodo haciendo esto.— exclamó el rubio castaño moviendo sus manos, llamando la atención de la de aspecto aniñado.

—Eso es buenísimo Gin, ¿me vas a mostrar algo de tú música?—preguntó curiosa, mirando por encima de su hombro ya que éste se sentó en la cama de espaldas a ella.—Dale porfis, un adelanto aunque sea.

Soltando un par de risas roncas al ver que su contraria rodeaba su cuerpo con sus manos, la miró y le sonrió abiertamente una vez que sus rostros estaban suficientemente cerca para verse en el reflejo del otro.

—Noup, pero espera, que te he escrito algo. Es un texto, no tiene rima, bueno de forma inconsciente claro.

Buscando el papel con más dobleces que Volsk jamás haya visto, se sentó mejor en la cama para oírlo. Y sonriendo débilmente al verlo nervioso y acomodando su cabello continuamente, le chitó para llamar su atención.

—No te pongas de modesto o nervioso conmigo, boludo.

Inflando sus mejillas, asintió aclarandose la garganta para recitar lo siguiente que decía en el arrugado papiro de tinta oscura con un tono de voz tranquilo pero claro.

—Vale, aquí voy.— tomando mejor postura estando de pie frente a ella, relamió su labio inferior.—Izaro, éste es Ginés escribiéndote con Oasis de fondo mientras admira la lluvia desde una aburrida ventana descascarada, escasa de pintura blanca. Tu nombre, encaja tan bien contigo, realmente eres una estrella. Mi supernova, una a la cual nadie podría eclipsar. Eres viento de otoño, eres ese frío penetrante en invierno, eres aquel fruto nuevo de un árbol de nísperos en primavera y, eres ese abrasante calor en verano. Eres una tormenta tranquila, ruidosa pero que pocas personas te miran con embeleso desde una ventana, así como yo.—sintiendo que su voz se quebraba, volvió a aclararla y continuar.—Eres todo lo puro en ésta tierra de gente corrompida, eres todo lo bello en lo mustio.

mustio ; acru. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora