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LA TENSIÓN ERA PALPABLE DENTRO DE LA ESTACIÓN DE SERVICIO.



Volsk, Paredes y Cruz se mantenían en un silencio sepulcral mientras que de a ratos los dos adolescentes observaban al mayor por tres años.

—Joder Izaro, estoy bien. —se quejó ante la limpieza que la muchacha le brindaba a su herida.

— Las pelotas, Ginés. —lo miró fijamente, y por poco se sintió intimidado por el azul intenso que deslumbraba de los ojos de la de piel pálida. —Mejor desinfectar porque qué carajo sabemos si el cuchillo no estaba oxidado o tenía algo...

El de traje yacía apoyado en una de las paredes del lugar, cerca de las heladeras de alcohol, no obstante los escuchaba atentamente.

Sin mirarlos, bueno por lo menos a él no, sino a la peligris.

La analizaba discretamente bajo sus oscuros lentes de sol, más que nada sus acciones.
La manera en cómo cuidaba al español y en la lealtad que desde lejos se notaba.

Aunque le parecía una nena todavía, algo de carácter tenía.

— ¿Te vas a quedar quieto?—bramó, haciendo bufar audiblemente al rubio. —No me des vuelta los ojos, la re puta madre que te parió.

El rapero argentino sonrió disimuladamente y bajó sus lentes, viendo la escena.

Izaro se volteó hacia el otro muchacho y se levantó de un salto del suelo encerado, haciéndole frente. —¿Qué te parece tan gracioso?

Agustín permaneció en su lugar, quieto. La miró de arriba a abajo bajando aún más sus lentes y haciendo una mueca desinteresada se volvió a cruzar de brazos.

—Nada, ¿qué acaso no puedo burlarme de tu intento de médica con el chavalito?

Paredes se llevó una mano al pecho, algo ofendido. —Espera, ¿eso ha sido una burla?

—Sé de primeros auxilios. — volvió su mirada a Cruz.

— No parece.

Un tic nervioso apareció en el párpado izquierdo de Izaro, y sus manos no tardaron en formarse en puños.

Alarmando al de orejas perforadas.

Si bien Izaro tenía problemas de ira, le daba miedo en qué podía convertirse bajo ese choque de enojo puro y descontrol, y no sabría cómo calmarla luego.

— Tenés problemas con la ira, por lo que noto. —bajó sus oscuros portales hacia las manos de la peligris.

Con seguridad, alzó ambas de sus manos y afianzó su agarre en las muñecas de la contraria, casi obligándola a mostrar sus palmas sangrantes.

De tanto presionar sus uñas contra el interior de su extremidad, logró hacerse sangrar.

El delirante hombre de vestimenta arrugada observó las palmas heridas de la muchacha, teniéndola muy cerca de su anatomía de hecho, y sin gesticular alguna expresión en su rostro también le enseñó su palma, con cicatrices algo viejas y más extensas que las de ella.

—Todos tenemos un pasado, dulce Izaro. —la mandíbula del murciano se tensionó e intentó acercarse a separarla de él. —Pero queda en vos en ser más grande que tus demonios.

— No te conocemos ni de coña tío, ¿por qué tan preocupado por ella ahora? —hizo algunos pasos más cerca de los otros dos.

Soltándola con sutileza miró a ambos adolescentes y arreglando sus lentes y saco, formó una mueca en sus labios.

— Son jóvenes y no tienen idea de lo expuestos que están, digamos que yo soy su ángel de la guarda...más heavy.

— Pero tío, si seguro que tienes unos años más que nosotros, ¿estás de coña? —rodeó protectoramente a la única mujer del lugar, acercándola más a su cuerpo con sus brazos.

—Puede..pero más experiencia dudo mucho. —abrió una de las heladeras de bebida alcohólica y sacando una botella de Heineken, dejó arriba del mostrador la seña del dinero y salió del lugar, dejándolos anonadados.

Pero Izaro fue más rápida y lo siguió.

— ¡Izaro! Maldita libriana.— caminó apresurado detrás de ella y se mantuvo a distancia, viendo cómo éstos dos conversaban de algo que no podía oír.

Los cabellos platinados de la muchacha danzaban con la fría ventisca de aquella ajetreada medianoche, cerca de Agustín.

Una pregunta algo estúpida se le resbaló a Volsk, en un ataque de confianza.

— ¿Te voy a volver a ver? —preguntó en un hilo de voz, casi al instante arrepintiéndose de lo que había dicho.

El de ojos oscuros como la mismísima noche, más tranquilizador como lo era el conticinio, la miró con un atisbo de dulzura.

Pero que no pudieron brillar por la barrera que se había puesto el mismo.

— Tengo el presentimiento de que, vamos a volver a vernos. Espero no mal acostumbrarme.





















acá tienen, todas putas.

mustio ; acru. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora