EPÍLOGO.

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1 AÑO MÁS TARDE.

—Mi corazón es como un dios sin lengua,
Mudo se está a la espera del milagro,
He amado mucho, todo amor fue magro,
Que todo amor lo conocí con mengua.

He amado hasta llorar, hasta morirme.
Amé hasta odiar, amé hasta la locura,
Pero yo espero algún amor natural
Capaz de renovarme y redimirme.

Amor que fructifique mi desierto
Y me haga brotar ramas sensitivas,
Soy una selva de raíces vivas,
Sólo el follaje suele estarse muerto.

¿En dónde está quien mi deseo alienta?
¿Me empobreció a sus ojos el ramaje?
Vulgar estorbo, pálido follaje
Distinto al tronco fiel que lo alimenta.

¿En dónde está el espíritu sombrío
De cuya opacidad brote la llama?
Ah, si mis mundos con su amor inflama
Yo seré incontenible como un río.

¿En dónde está el que con su amor me envuelva?
Ha de traer su gran verdad sabida...
Hielo y más hielo recogí en la vida:
Yo necesito un sol que me disuelva.—finalizó la lectura, y notando que la mirada de su amigo se encontraba en cualquier parte de la habitación sólo pudo cerrar el libro de poemas.—Ginés tío, mírame por favor.

Los ojos tristes y opacos del murciano se dirigieron al barcelonés que se le notaba casi tan devastado como él. Pasaba días sin comer cuando las pesadillas volvían, encerrado en su cuarto con la música tan alta que hasta los cristales parecían quebrarse como el pobre y magullado corazón de éste. Un rejunte de pensamientos lo hostigaban en los momentos menos ocurrentes y a escondidas de sus padres y hermanos, consumía un ibuprofeno. Sólo cuando ya las piernas le flaqueaban del miedo y su pecho atinaba con abrirse al medio de la pena negra que emanaba su ser.

Porque en eso se había convertido, en un monstruo.

No de esos que se esconden debajo de las camas. Ni mucho menos el de las historias de terror en una pijamada.

Era un ser triste, oscuro y dolido que le habían arrancado sin piedad su alegría.

—Hoy, se ha cumplido un año de que se fue. De que e-ella...

—No sigas tío, te hace daño.—advirtió Pérez Rueda, dejando el libro a un lado de la punta de su cama.

El rencor y la tristeza hacían una muy mala combinación en éstos momentos, y para la mala suerte del de ojos verdes: no sabía controlar sus propias acciones y palabras.

—¡Coño déjame en paz, Pablo! Déjame revivirla en mi mente, por favor...—suplicando mientras tironeaba de su cabello, el rey sin corona sintió escalofríos al darse cuenta de cómo la mirada de su contrario cambiaba a una totalmente sombría y desconocida para él.

—Ginés escúchame, así no la dejarás descansar en paz como debe. Espabila anda.

—No va a ir al cielo, no la dejarán entrar. Intentó suicidarse, su alma no puede descansar y todo por mi culpa.—delirando al límite, murmuraba cosas sin sentido mientras hacía rechinar sus dientes de forma tétrica.

Su espalda totalmente encorvada cubierta de la camiseta blanca que vestía, un tanto amarillenta de usarla casi dos semanas seguidas, era lo que Blon tenía en su campo visual. Subía y bajaba pesadamente pero con un frenesí que llegaba a asustarlo en cierta manera. Arriesgándose a tomarlo del hombro, se echó rápidamente hacia atrás cuando el rubio se enfrentó con una postura demandante hacia su persona.

mustio ; acru. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora