dedicado a: -vilinsky
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―IZI, ¿TODO BIEN?
La voz rasposa de Cruz logró bajarla de su nube, mientras ambos estaban en el auditorio casi vacío de Psicología. Al moreno se le había hecho casi costumbre llegar a la misma hora que Izaro, quien lo llamaba para que no se durmiera.
Lo curioso, era que Cruz no dormía. Y si lo hacía sólo por treinta o cuarenta minutos por día, era más que suficiente para él. Con el trabajo que tenía, el cuidar de su madre y de Volsk, no podía permitirse dormir en caso de que algo les ocurriera.
―Si si, nomas que despedí a Ginés hoy porque se iba para sus tierras, se lo notaba nervioso.―bostezó usando el pliegue de su codo. ―Pero qué se yo, siempre anda medio hiperactivo o así de inquieto.
―Puede ser, mucho no puedo opinar porque no lo conozco lo suficiente pero es buen pibe, se le nota. ―ambos sonrieron de lado.
De refilón, él pudo notar cómo los párpados de su contraria amagaban con caerse del sueño mientras ésta luchaba con no hacerlo ya que estaban entablando una conversación amena.
―Izaro, te estás durmiendo.―atreviéndose, llevó sus dedos a los coloridos cabellos de la fémina que obstruían sus bellos y enrojecidos ojos. ―Falta una hora para la clase, intenta dormir un poco.
Extendiendo sus brazos en dirección al de hebras negruzcas con una mueca somnolienta en su fino rostro, éste la miró confundido.
―No entiendo, ¿qué querés hacer? ―preguntó mirándola con curiosidad.
―¿Puedo dormir encima tuyo?
La saliva casi se estancó en la garganta de Agustín cuando escuchó lo que había salido de labios carnosos y ajenos.
No le incomodaba en lo absoluto y no le molestaba pero fue una sorpresa para él.
―Obvio si no te molesta eh...éstas sillas son re incómodas.―murmuró tallando sus ojos con pereza.
―No no, vení. ―acatando las órdenes que el rapero poeta le indicó, Volsk se levantó de su asiento para sentarse en el regazo del joven Román. ―¿Estás bien ahí o querés más lugar?
―Estoy bien Agus.―abrazándose a la cálida anatomía del varón, se acurrucó en el pecho ajeno con los ojos cerrados. ―Si te molesto levantame enserio, mirá si en una de esas te lastimo un huevo boludo.
Carcajeándose, el ambiente se tornaba más cómodo e inocente gracias a la dulzura de Volsk y de la paciencia de Cruz.
Izaro no era muy alta, rondaba por el metro sesenta y sus piernas no eran largas sino que eran bastante voluptuosas y adecuadas a su altura. Y sobre el cuerpo ajeno, quien le desenredaba los nudos de sus teñidos cabellos, encajaba perfectamente.
A los ojos de Agustín, oscuros como el vacío cósmico, le parecía una niña. La cual quería cuidar de ella como si fuera parte de él, quería envolver su corazón con un listón dorado y rodearlo de hormigón para que no pudieran lastimarla.
Pero eso no era lo esencial, ya que tarde o temprano presenciaría un desastre y de cuidarla tanto, ésta no sabría manejar la situación y perdería la cabeza.
Y allí estaría él, dandole cuello.
[...]
―¿Vas a ir a la fiesta por la primavera, Agus? ―preguntó una Izaro bastante risueña debido a la cantidad de azúcar que había consumido porque Cruz le había regalado una bolsa de gomitas.
―Izaro, creo que estoy grande para eso. ―se rió mirándola recostándose en el asiento de su auto.
―Dale Agustín, más vale me decías que no querías ir conmigo. ―enarcó una ceja.
―Si quiero ir con vos, es que hace banda no salgo...
―Y que dejaste de tomar. ―recordó con orgullo la fémina a su lado.
Ayudándolo con el tema de su adicción al alcohol a causa de la pérdida de su amada, Volsk le pagaba las sesiones y la rehabilitación. Y ahora llevaba casi cinco meses limpio, y se sentía mejor que nunca.
Quizás porque cuando iba con la de cabellos azules, revivía. Se sentía más que a gusto con su compañía sin las necesidad de alguna sustancia en su anatomía, solo que temía que se le hiciese costumbre tenerla al lado.
¿Qué haría si un día no está? ¿Si tan sólo se esfuma o es una imaginación suya y realmente Izaro no es más que un personaje inventado por su inconsciente?
―Agustín, te estás hiperventilando. ―habló preocupada, y bajándose del auto lo ayudó a desabrocharse el cinturón y sacándolo de allí lo sentó en el pasto seco al costado de la ruta.
El sudor frío le recorría por la espalda y los escalofríos se hicieron presentes cuando cerró sus ojos. Izaro estaba presenciando un ataque de pánico y concentrándose se empeñó en recobrar la estabilidad de su contrario.
―Agustín escuchame, respira conmigo. ―éste se negaba a abrir los ojos pero el tacto de ésta lo obligó a hacerlo. ―Mantené diez segundos la respiración y exalas, ¿sí? ―repitiendo la acción por un minuto completo, lograba calmarse mientras tragaba saliva con menos complicación. ―¿Por qué lloras? ―preguntó acunando el rostro ajeno en sus manos.
―¿Cómo sé que sos real? ¿Cómo sé que no sos parte de una distorsionada realidad que mi mente se encarga de hacer?―murmuró con rapidez, sintiendo cómo sus párpados se humedecían.
―Tocame, así podes comprobarlo.
Con timidez llevó sus manos al rostro contrario y con las yemas de sus dedos recorrió cada facción, cada cicatriz, cada lunar desapercibido, cada mancha por el sol.
Muchas personas le habían dicho más de una vez a Izaro que, si la miraban mucho tiempo a los ojos, podrían ahogarse.
Pero Cruz, podía morir y renacer en ellos como un fénix.
―Ya estás bien, tranquilo, acá estoy... ―abrazándolo con fuerza aún estando sentados en el quisquilloso césped que les rozaba las prendas inferiores, sobó con cariño su espalda.
Y el rapero poeta se dió cuenta que, ella también podía ser su hogar cuando el suyo se esté desmoronando a causa de los podridos cimientos y materiales.
Que podía salvarlo con tan sólo rozar su suave mano en su demacrado rostro.
Que podía iluminar el último barrio con sólo su luminiscente presencia.
Que podía resguardarse en ella cuando los demonios en sus hombros lo molesten con los filosos tridentes en sus vértebras.
Que podía dejarse amar.
