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LAS SÁBANAS CAÍAN en forma de cascada hasta el suelo de la sala de estar, logrando helar la carne de Izaro.



















Desperezándose en el cómodo sofá-cama de Cruz, no tardó en mirar en dirección a la ventana que hacía de lupa en el ambiente, haciéndolo más cálido a pesar de lo sombrío que podría ser el dueño de casa. Cuando finalmente decidió poner sus pies desnudos en los fríos mosaicos granulados de tonos verdosos y grises, se levantó de su cómoda posición para así poner todo en su lugar.

Dobló las sábanas torpemente, dejándolas bajo las dos almohadas que Agustín le había proporcionado ya que, recordó una vaga conversación que habían tenido en alguna madrugada fuera de la estación de servicio donde ella le había dicho lo mucho que le gustaba dormir con dos almohadas. Y entonces, el muchacho se lo cumplió.

Llevándose las manos a la prenda superior y viendo que era ajena, hizo una mueca con sus labios y buscando su propia ropa se encerró en el baño de luces amarillas y tenues, dándole más comodidad a su desnudez al ver lo bello que se veía su cuerpo bajo aquellos halógenos.

Se miró cada centímetro de su anatomía algo escasa de cráteres lunares y las acarició, con suma lentitud y amor. Porque se lo merecía, y debía seguir adelante para ella misma.
Las rodillas aún le escocían cuando estiraba sus piernas o las flexionaba pero supuso que sanarían en un tiempo, ya estaban desinfectadas y cubiertas de curitas de series animadas.

Una vez que las prendas fiesteras cubrieron su esbelto cuerpo, se cepilló los dientes con sus dedos y unos pensamientos algo obscenos la sorprendieron, como el flash de una cámara. Quitándose los dedos índice y corazón de su cavidad bucal se golpeó la frente, sintiéndose avergonzada de repente. Apurándose en salir del sanitario miró en dirección al pasillo, donde divisó la puerta entreabierta de la morada del rapero poeta.

Casi de puntillas, se dirigió hacia la habitación llena de grafitis y algo desordenada pero que aún así no asqueaba ni le generaba desesperación por ver todo fuera de lugar, era lo que caracterizaba al de ojos marrones al fin y al cabo. Dejando las prendas dobladas sobre la silla del escritorio, lo miró rápidamente mientras abría el cuaderno de éste para arrancar una hoja y comenzar a escribirle una carta con el pulso tembloroso, ansioso más que nada por miedo a que se despertara.

Escribía mientras mordía débilmente su labio inferior alternando su mirada cristalina entre su legible letra y en Agustín, quien parecía estar lo suficientemente cansado ya que había caído profundamente en un sueño casi de ensueño ya que su rostro no se había contraído en ningún momento.

Dejando la hoja escrita de tinta roja junto con una posdata inmarcesible, pensó que lo mejor era irse. No quería excederse de confianza con el de hebras negruzcas y desordenadas, simplemente no debía.

―Es muy temprano como para que te vayas, Izaro.―la voz ronca y mañanera del varón sonó tan angelical que por un instante, Volsk podría haberle rendido culto sin importar el escosor que sus rodillas le brindaban.

Titubeando en su respuesta, el moreno ya se había acomodado en su cama de tal manera que las frazadas no abrigaban sus hombros, y mientras la miraba algo somnoliento y borroso por las lagañas mañaneras bostezó usando el interior de su codo, contagiando inconscientemente a la de cabellos grisáceos.

―Es un abuso quedarme, ya me pasé de confianza.―habló rápidamente la muchacha, jugando con sus manos como tic nervioso de cuando se sentía intimidada por algo o por alguien.

Cruz la miró por unos cortos segundos para luego dirigir su mirada hacia su mesa de luz, donde yacían los cigarrillos que no había fumado a causa de la insistencia que el sueño le rogaba con bajar el telón y finalizar la obra. Haciéndole una seña, salió de su cama con tan sólo unos pantalones de algodón como pijama y el torso desnudo.

―Fumemos, Volsk.―colocándole el rubio cigarro entre los labios de la fémina, éste también se llevó uno a la boca mientras buscaba un encendedor.

La lava en las desiertas mejillas de la de ojos azules no esperaron ni un segundo para colorearle el rostro, dándole un aspecto más etéreo. Siguiéndolo a paso tranquilo y con las manos metidas en su campera de jean, ambos fueron al patio sintiendo cómo el rocío del pasto crecido les rozaba las prendas inferiores, en caso de Izaro a ella le causaba un divertido cosquilleo en su piel de porcelana.

Tomando asiento en una de las camas paraguayas que se resguardaron de la lluvia bajo un pequeño quincho que el mayor se le había ocurrido en construir, encendió su cigarro para darle un par de caladas mientras observaba las víctimas que fueron a caer en las telarañas de una de las vigas que sostenía el techo del refugio.

―Qué raro vos que no estés hablando hasta por los codos.―bromeó su contrario acostándose en la cama que se mecía como una cuna mientras fumaba y la miraba atentamente, sin hallar conexión entre el cielo que cargaba Izaro.

―El silencio es cómodo si estás con la persona indicada.―contestó exalando el humo por su boca, hacia un costado.―Perdón, lo de anoche me sigue dando mala vibra.

―¿Quién quedó peor? ¿Ella o vos?

―Ella sin dudas, hasta creo que le saqué las extensiones.―se mofó, rascando su mejilla.

―Esa es mi Izi.―rió cortamente, y ésta vez sí hubo conexión entre el petróleo y el océano.

―Pensé que me ibas a dar un sermón o algo parecido...

―Na, el que no ejerce respeto no merece ser respetado, corta. Pero, no es manera igual, la próxima ni le avises. Vos embocale el golpe y listo.―aconsejó.

―Wow gran consejo, lo tendré en cuenta.―respondió, ganándose una mirada inyectada de sarcasmo por parte de Cruz.―Agustín, ¿puedo preguntarte algo? bueno lo acabo de hacer pero vos me entendiste.

―¿No tengo de otra?―ironizó para luego reírse ante el bufido de su invitada.―Preguntame reina.

―¿Por qué te caigo bien?

Aquella pregunta lo tomó por sorpresa, realmente no se la esperaba. Buscando la respuesta correcta entre tantas variedades de opciones en su cabeza como una diapositiva escolar, sonrió diminutamente.

―Porque, en parte me recordás a mi yo de chiquito: hiperactivo, soñador, valiente y positivo ante todo. Pero carecía de algo que, vos tenés desde siempre, me la juego en decir que siempre fuiste así.

―¿Qué cosa?

Agustín sonrió nostálgico en dirección al sol oculto detrás de una nube.

―Exactamente eso, un corazón lleno de amor para repartir.

















bueno me gustó ok.

mustio ; acru. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora