EL OLOR A CERA PARA PISO invadió agradablemente a los invitados a la casa de dos pisos que albergaba los mayores recuerdos del varón de apenas barba creciente.
Izaro miraba fascinada todo a su alrededor como si estuviera en el mismísimo Louvre, y aunque para Cruz no era gran cosa la estructura y el lugar, miraba de reojo a la de ojos claros. Y sentía que el pecho se le abría, liberando aquellas flores marchitas que, por más que perdieran su color: el encanto y la belleza jamás se irían.
―¿Tu mamá sabe que me trajiste? Ya veo que era sorpresa y ve a una loquita de pelo azul: yo que ella me echo a escobazos.
Robándole una ronca carcajada, el de hebras negruzcas posó una mano en la espalda de su invitada incitándola a avanzar por el extenso pasillo.
―No te preocupes, mi vieja no es así. ―explicó en un susurro, deteniéndose en pleno pasillo iluminado por unos simples faroles de halógenos tenues.―Escuchame Izaro, es una señora adulta ya, de unos sesenta años. ―indicó con el mismo tono de antes pero más cerca de ella por lo estrecho del pasillo. ―Y es media...
―¿Media, qué? ―preguntó con extrema curiosidad.
Relamiéndose el labio inferior, Agustín carraspeó su garganta mientras ladeaba su cabeza.
―Es algo así como vidente, no te asustes, ¿sí? ―advirtió, suavizando su tono. ―Nunca le cayó bien Abril, capaz vos le caigas bien.
―¿Enserio me estás diciendo?―éste asintió encogiéndose de hombros. ―Si no le caía bien tu propia esposa..―hizo una mueca al mencionarlo, pero su contrario le restó importancia con una corta risa. ―..casi esposa, entonces, ¿qué me queda a mí?
―Izaro.
―¿Qué? ―preguntó preocupada, con una mano en su boca mientras mordía su pulgar.
Con genuina suavidad, el varón le quitó la mano de la boca dándole un apretón reconfortante en el dorso de ésta.
―Es imposible que, alguien no te quiera o te tome cariño.Haciendo una mueca de interés, la muchacha sonrió cabizbaja mientras jugaba con sus anillos. Claramente la lava oculta de sus mejillas no tardaron en aparecer, coloreándole dulcemente su rostro de porcelana.
―¿Vos me querés? ¿O me llegaste a tomar cariño? ―preguntó, atreviéndose a mirarlo ladeando su cabeza mientras se mordía el interior de su mejilla.
―Eso lo hablamos después, entra, que nos debe de estar esperando.
Tomando el picaporte con algo de temblor, ingresó a la habitación de mucha iluminación que casi le cegaba la vista. Y una risa alegre fue lo que la devolvió a la realidad, porque ésta se había perdido en las fotos colgadas en las paredes marrones.
―¡Agustín, hijo! ―la adulta abrazó calurosamente a su hijo mientras le besaba la mejilla.―Ay me pinchó tu barba, pero te queda linda mi vida.
―Me la voy a sacar igual, es que no tenía con qué afeitarme.―sacudiendo la cabeza le restó importancia a esa conversación para así, presentarla con Izaro.―Ma, ella es Izaro. Izaro, mí mamá. ―las presentó con leve entusiasmo.
―Estrella. ―mencionó la mujer tomándola de las manos e inspeccionando cada rasgo de su rostro. ―Eso significa tu nombre y te va a la perfección querida: tus ojos cargan toda una galaxia. Y ni hablar de tu alma...
―¿Qué pasa con ella? ―preguntó sumamente interesada en lo que la mujer le decía.
Agustín se alejó de ellas mientras tomaba asiento en un pequeño sillón que, su padre solía utilizar cuando fumaba pipa. Y mirándolas se dispuso a oírlas, pero quería oír realmente a Izaro, si iba a ser sincero.

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mustio ; acru.
Hayran Kurgu"sos viento de otoño, y en todo lo bello hay algo mustio."