27 (relleno)

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―LILO TE EXTRAÑÓ, y mucho.

















Alzando su cristalina mirada de la cachorra bien cuidada que habían rescatado de la desolada ruta, le sonrió a labios sellados al rapero poeta.

―Se nota, yo también la extrañé mucho.

Ésta vez, Cruz no disimularía en verla como él quisiera. No esperaría a que ella estuviese distraída para intentar contar cada pestaña oscura que la fémina cargaba, no reprimiría los suspiros de total embeleso acerca de la singular belleza de su contraria. No, ya no.

Estaba enmendando su error, de a poco, pero lo hacía. Había sido cruel con ella y desde esa noche, la tierra de su barrio se había agrietado. Como si Izaro fuese la lluvia que daba vida al suelo muerto o que resucitaba flores totalmente marchitas, que el sol se encargaba de incinerarlas sin piedad alguna.

Ella no era una simple lluvia.

Ni siquiera podría serlo.

Ella era una tormenta tranquila, pero también era brisa violenta que destruía todo a su paso. Era los relámpagos que tanto sorprendía a algún niño curioso que admirase la tormenta desde la ventana de su cuarto.

Tal y como su madre había dicho, en todo lo bello siempre había algo mustio.

Agustín quería recuperar a Izaro, sólo si ella le permitía nuevamente la entrada a su alma.

―¿Tenés hambre, Izi? Aprendí a hacer fideos con salsa, tengo algo de salsa que la otra vez preparé y congelé...y bueno no sé, te puedo cocinar eso.―preguntó mientras se dirigían a la cocina y oían las uñas de la cachorra contra el suelo, detrás de ellos.

―¿Salsa blanca o tuco?

―Tuco, no hice salsa blanca porque sé que no te gusta y...

―¿Y? ―preguntó la muchacha acercándose a él, colocándolo un poco melancólico al notar la curiosidad que brillaba en los portales de Volsk.

―Porque tenía la esperanza de que, algún día íbamos a vernos...otra vez.

Arrugando su nariz, Izaro sintió que el calor en sus mejillas nuevamente la atocigaban. Aclarándose la garganta con disimulo, colocó un mechón de cabello detrás de su oreja con perforaciones antiguas.

―Agustín, que sepas que nunca dejé de quererte.

―Ya sé, Izi. Si no hubiese sido así, no hubieras agarrado mi mano para que te ayudara a levantarte del piso y me hubieses golpeado. ―respondió aún de espaldas con una pequeña sonrisa de lado.

—Bueno tenes razón. —cedió la de ojos claros.

—No sé si cuente pero, yo tampoco dejé de quererte.

―Lo sé.

Volteándose con lentitud al sentir bastante invasiva su presencia, pero que no le molestaba en lo absoluto, la miró mientras pestañeaba ralentizadamente y suspiraba con inquietud. Al recibir aquel suave y gélido tacto en su piel labrada, fue lo que lo hizo retener su respiración cuando Volsk hizo peso en las puntas de sus pies para así acunar el afilado rostro ajeno en sus manos.

Sentía que tenía el mundo entre sus extremidades y, como niña era, quería atesorarlo a un costado de sus costillas o hacer que tomara terreno en su plexo.

Y que nunca se fuera.

Los ojos oxidados del tucumano examinaba las facciones de la muchacha como si fuese la primera vez que la veía, en aquella estación de servicio de mala muerte ubicado en medio de la ruta. Una extraña energía lo recorrió de pies a cabeza, ocasionando que sus manos hormiguearan y éstas se dirigieran a la anatomía que irradiaba tanta luminiscencia con su presencia.


―Seamos uno con la noche, Izaro. No me muestres la luz, mostrame oscuridad. Mostrame algo que nadie antes lo haya visto, algo que te dé temor y no quieras mostrárselo a cualquiera. Serva me, servabo te.― murmuró cerca de su rostro, rozando su nariz en la mejilla derecha de Izaro.


Dándole acceso a su cuello, para que el varón se diera el lujo de colocar su cara allí e hiciera lo que le plazca, llevó sus manos al cabello azabache del artista y acarició las hebras casi oscuras de éste hasta los pequeños vellos de su nuca.
El corazón latía delicadamente pero con ese frenesí instalado en su esternón y el cosquilleo en su vientre, hacían una combinación inefable para Izaro. Sólo se había sentido así con un inocente amor de un pasado.

Entonces, ¿estaba enamorada de Agustín Cruz?
No, algo mucho mejor que sólo estar enamorada de él.

Lo amaba despierta, lo amaba a escondida. Lo amaba mañana, lo amaba cerquita. Lo amaba más o menos, mucho, demasiado.

No sabía si amarlo era bueno.

Pero no amarlo, sería mucho peor.

―Enseñame a olvidarme de pensar, sólo por hoy. Mañana quiero estar sobria, pero con tu embriagadora sonrisa en mi piel. ―pidió en un débil ronroneo.―Cuidado con las cicatrices de ayer.

Mirándola con más seguridad que antes y con desbordante cariño, tomó la iniciativa de besarla en silencio y sin apuro.

Para Cruz, la noche era eterna. No importaba cuál sea el motivo, para él las noches y la oscuridad se le hacía infinita. Sólo con la persona correcta.

Sus pequeños diablillos que, de vez en cuando lo visitaban y molestaban con blasfemias posados en los hombros desnudos del joven Román, aparecían en el frío. Pero con la presencia de Volsk corrían despavoridos y se ocultaban en algún rincón de la casa. No querían siquiera estar en la misma habitación si de la muchacha se trataba, tenían miedo.

Miedo de no ser el centro de atención de Agustín, gracias a la estrella ambulante.

Cuando él veía a la de piel pálida, todo se congelaba. Sólo existían ella y él, pegados y bailando en el borde del abismo al compás de la sinfónica del infierno.

Devolviéndole el beso mientras intentaban juntar sus fervientes corazones, más si aún se podía, Cruz se separó para mirar una vez sus mejillas sonrojadas y sus labios voluminosos más hinchados que de costumbre y sonrió con ilusión.

―¿Esto es un okey para que pueda volver a tu vida?

―Nunca te saqué de ella, no podría. Esto, es un okey para que seamos uno ésta noche, toda la vida si es posible.





















mi autoregalo je. espero les guste, beso beso.

mustio ; acru. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora