IZARO MIRABA LADO A LADO el reloj rojo y viejo que colgaba de la pared manchada por la humedad.
El estómago le rugía audiblemente y más de una vez sus compañeros de aula se reían con ella y de los comentarios que ella soltaba con el fin de entretener al público. No había comido nada durante el día y ni dinero llevaba encima, por lo que haría la vieja confiable: tomar agua hasta llenar su estirable estómago.
— Che, boluda. —la llamó una de sus compañeras cuando la clase había finalizado y la mayoría estaba en el patio terminando sus apuntes o consumiendo su almuerzo.
—Ey, ¿todo bien, Maca?
—Te quería preguntar si tenías los apuntes de la otra.. —calló por unos segundos, confundiendo estoicamente a la de ojos claros. —¿Subiste de peso?
Izaro se sintió intimidada y algo avergonzada en el momento, por lo que terminó sacándose la chomba rayada fuera de sus pantalones en un acto reflejo.
— Qué se yo, ¿puede?
—Me parecía porque tipo se te nota más hinchada la cara, por eso. —contestó, sin intención de herirla.
Pero carajo que lo había hecho.
—Si es así no es tu asunto, Macarena. —sus mejillas comenzaron a tornarse rojas de la furia y la vergüenza que la cubrían de pies a cabeza.—Ahora pedile a magoya los apuntes, lindo día.
Marchándose del patio pasó por los pasillos de la gran institución, a pasos pesados y hasta podría decirse que agigantados con tal de asistir a su otra clase.
Abrió con suma tranquilidad la puerta del auditorio y notó que no había tantas personas, mejor para ella. Buscó sin mucha dedicación algún lugar perfecto para copiar lo que el profesor señalaba con fibrones de colores y desplomándose en la silla de madera, inhaló profundamente y exaló en silencio como si tuviera terror de que la oyeran.
Nunca se sintió insegura con el tema de su peso a ésta edad, donde se supone que la gente no es tan cruel.
Pero esa observación la había incomodado, y hasta podría decirse que le dieron ganas de llorar. Cosa que no hacía desde que tenía memoria.
Unos leves toques en su hombro la hicieron despertar de su ensoñación, que la había dejado con pequeñas gotas de mercurio en los ojos.
Secándose el agua salada de sus orbes cristalinos pestañeó un par de veces, intentando aclarar su vista.
—Ginés. —saludó, mostrando una débil sonrisa de lado. —¿Qué pasó? ¿No vino el profesor?
—No tía, te envían ésto, ten. —le entregó una barra de cereal, las que eran rellenas de frutilla. —Te hubiera comprado algo pero joder, me he dejado la cartera en casa.
Recibiendo el snack con una pequeña sonrisa tímida, se acercó más a su compañero de estudio. —Tomá, seguro manejas alta lija. —partió en partes desiguales el alimento, dándole la mayor parte de la barra a él.
—No no, tú lo necesitas más oye, desde donde estaba sentado oía rugir a tu estómago. —intentó rechazar gentilmente el detalle que ella tenía con él.
—No seas boludo y comé, porque me voy a enojar. —resignada, le colocó la comida en la boca.
Éste, por otra parte, engulló con tranquilidad y tomándola desprevenida, le dejó un beso en la mejilla.
— Eres demasiado buena para éste mundo, Izi.
— Y vos sos tan trolo, Gin.
Éste frunció el ceño, acompañado de una cómica mueca de confusión.
— ¿Es algo bueno eso?
La de apellido ruso soltó una carcajada, que hizo voltear a algunos de sus compañeros.
— Sí corazón, es algo bueno, no te preocupes.
— Ah vale, pues... —pensó forzosamente para luego mirarla. —Tú también eres trolo.
—A veces, no te me emociones, rubio. —aclaró, señalándolo con el dedo índice. —'Cuchame, ¿quién me envió la barrita, eh?
El de orejas perforadas se volteó discretamente y apuntó con su pulgar detrás de él. —El de capucha.
La mirada cristalina de la peligris escaneó todo el lugar hasta dar con la persona que su amigo le había indicado. Y su mandíbula casi caía al suelo de no ser por el español que sostuvo el mentón de la fémina con una sola mano.
—Joder chavala, ¿tienes idea quién es?
Y sólo pudo tragar saliva, volviendo su mirada al banco acendrado frente a ella.
—No...no tengo ni idea.
Pero Paredes no le creyó ninguna palabra esa tarde de Abril.
esaaaa muy buena eh