—IZARO, DESPERTATE MAMITA.
La voz firme y rasposa de Rodolfo logró despertarla rápidamente, y mientras ésta arreglaba su cabello el propietario del establecimiento la miró con algo de compadecimiento. Nunca antes se había dormido en el trabajo, tampoco faltaba y era muy servicial al momento de atender los clientes. De la edad de Izaro, ya no quedaban trabajadores con su mismas ganas de portar con tanto al hombro. Sin embargo, no podía dejar que se siguiera durmiendo, porque si lo permitía ésto seguiría ocurriendo y se convertiría en un mal hábito.
— Perdón Rodo, anduve estudiando éstas últimas semanas con todo y no dormía nada. —explicó, refregándose el rostro.
— ¿Y cómo te fue? — preguntó con interés mientras se dirigía a las heladeras.
Ella sonrió con orgullo, alzando su mentón.
— Aprobé.
Las risas y los aplausos de su jefe no faltaron, puesto que lo había dejado muy contento de que le diera tiempo de estudiar y de trabajar a la misma vez. Sacando dos latas de monster y un paquete de galletitas surtidas, se las dejó arriba del mostrador.
— ¿Para mí? —preguntó con entusiasmo.
El robusto hombre asintió con una sonrisa de lado. —Falta algo más, todavía.
Los ojos de Izaro se agradaron aún más cuando éste le entregó un fajo de plata, atada con una liga de goma.
—Pero...ésto es mucho.—murmuró en un hilo de voz.
—Te lo mereces, Izaro. Mereces que te pasen cosas buenas y tengas con qué mantenerte.—contestó dirigiéndose a la salida, probablemente iría a jugar al casino de la ciudad. —No te va a mantener toda la vida, pero te va va a dar un respiro.
—Yo..la verdad, no sé qué decir.
—Usalo bien, nena, yo probablemente no vuelva así que si querés podes cerrar antes.
Volsk asintió mientras veía a través del cristal como éste se marchaba del lugar con su camioneta, perdiéndose en las luces de la carretera.
Miró la cantidad de dinero que tenía en mano y una lamparita se encendió dentro de su cabeza. Tomó las provisiones necesarias y poniéndolas dentro de su mochila apagó las luces y colocó el candado al lugar.
Los halógenos amarillentos la acobijaban esa madrugada, así que tan sola no se sentía. Bajo la presencia de una luna casi llena se dirigió a una ferretería bastante humilde a unos kilómetros antes de ingresar a la ciudad.
— Mire, tengo ésto.— sacando los billetes, el aceitoso hombre que rozaba los treinta años la miró persuasivamente. —¿Me alcanza para comprar herramientas y arreglar un medio de transporte?
— Ya lo creo. —sorbió su nariz y acomodó sus lentes. —¿Lo tenés al coche?
—No, pero sé dónde ésta. —su contrario hizo una mueca. — ¿Cree que si apuramos, el auto esté listo para antes del alba?
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mustio ; acru.
Hayran Kurgu"sos viento de otoño, y en todo lo bello hay algo mustio."