capítulo dedicado a: meskill
LLEGANDO AL REQUERIDO DESTINO, la peligris y el rubio bajaron a toda prisa del auto.
El pecho de Izaro se oprimió completamente al ver que, Cruz destruía su auto con un fierro que vaya a saber uno de dónde lo consiguió. Las calles estaban desoladas para suerte de ellos pero la policía no tardaría en llegar, y ninguno quería estar involucrado.
Paredes la tomó de la mano, haciéndola voltear. —Izaro, no.
Una de las características de ésta era que siempre fue terca, y sintiendo cómo ésta cualidad le salía por los poros se soltó del agarre de Ginés. Y maldiciendo corrió detrás de ella con el fin de detenerla, no podía actuar de tal forma porque podría asustarlo o peor: que la terminara lastimando.
— Agustín, soltá eso corazón.—habló en un tono persuasivo para el oído de Cruz, quien no tardó en mirarla vislumbrando sus ojos inyectados de mercurio derretido y tinta roja. —Ya pasó todo, ¿sí? —intentó acercarse a él.
Paredes respiraba con dificultad y las manos le sudaban de sobremanera al presenciar el acto bondadoso y arriesgado el que Izaro estaba a punto de cometer. Notaba los gestos del contrario, dubitativos y temblorosos, estaba más que claro que dentro de sus cabales no estaba por lo tanto aquello era aún más alarmante.
—¿Por qué me dejaste en el altar? — preguntó en un murmullo lleno de dolor y tristeza.
El silencio entre los tres tomó lugar por unos segundos antes de que la única mujer se animara a contestar, algo cuerdo y creíble para no desatar un desastre.
— No estaba segura...merecías alguien mejor que yo.—respondió en un leve tartamudeo, mientras que sentía la mano de Ginés haciendo que ésta tomara distancia con el ebrio muchacho.
— Pero, después escuché que...habías muerto. En un fuego cruzado en tu barrio dejaron que te pudrieras como un perro en la zanja. —comenzando a divagar soltó el objeto con el cual destruía su medio de transporte y se cubría el rostro mientras sollozaba desconsoladamente.
Ésta declaración les dió un baldaso de agua fría a ambos amigos, logrando que un sobrenatural peso les oprimiera el pecho. Izaro tenía un corazón tan inmenso, que a veces ponía a otras personas la importancia que no se tenía en ella misma.
—Agustín.. —el agarre de Ginés en su brazo volvió a dejarle los pies sobre la realidad. —Soltame pelotudo, ¿no ves cómo está?
—¿Acaso estás loca? No sabes qué coño podría hacerte en éste momento, el que estás viendo no es el Agustín de siempre, Izaro. —avisó atrayéndola más a él.
— Te estoy diciendo que me sueltes, imbécil, lo quiero ayudar. —se removió inquietamente bajo su autoridad, recibiendo una severa mirada del rubio.
Realmente estaba empezando a reconsiderar su paciencia con la fémina.
— ¡Ya sé por qué me dejaste! —el moreno de ojos oscuros como el pelaje de una pantera los interrumpió. —Yo me rompía el lomo trabajando, escribiéndote estribillos cuando te veía dormir pero...vos te fuiste por algo más fácil, circular, simple. —confesó acercándose torpemente a los otros dos.
—Apártate, Cruz. Que ella no es tú vida. —demandó el español en un tono brusco, poniéndose delante de Volsk como si fuera su escudo.
— Claro...tenía que haberlo sospechado. —Cruz se despeinó el cabello como si hubiera unido lazos y acabara de perder toda ilusión. —...te fuiste con otro, decime ¿qué fue lo que no te dí? —buscaba la cristalina mirada de Izaro por encima del hombro de Paredes. —Que yo recuerde te dí todo, Abril. ¡Te dediqué cada puta estrella del cielo y te conformaste con verlo desde un libro! —vociferó lleno de tristeza.— Yegua hija de re mil puta.
Con intenciones de abalanzarse hacia la muchacha, Paredes no tardó en empujarlo por los hombros mientras caminaba haciéndole frente.
— ¿Qué te pasa, joder? ¡Que ella no es Abril, es Izaro! La muchacha de cabello gris que fuma contigo por las noches cuando vas a la estación de servicio, ¡hombre! —lo encaró, haciendo oídos sordos a lo que la de piel pálida le exclamaba.
— Se te nota, ¿sabes? Te tiene loco, pero sabés que no te va a mirar con el mismo brillo de como vos la observas. Y te c-carcome porque así es la vida: te conocen, te hacen sentir algo y te tiran como un látex podrido. — murmuró totalmente ido, en un tono rebosante de veneno y recelo.
— Cállate.
— ¿Te sentiste tocado, eh? — comenzó a divagar sobre otras afirmaciones logrando que la sangre le hirviera completamente.
Y en un desquite, lo golpeó en la mandíbula, dejándolo tirado e inconsciente sobre el pavimento mal hecho de la calle.
— ¡Ginés, la puta madre! — acercándose al cuerpo moribundo, notó que aún seguía respirando. — ¡Lo re dormiste!
— Joder, ¡que no me eches la bronca tía! El tío estaba completamente fuera de sí y en cualquier momento nos metería el fierro ese por el duodeno, no estoy de coña. — lo señaló, obviando el contexto.
Izaro comenzó a soltar blasfemias por lo bajo mientras sostenía el puente de su respingada nariz.
—...la concha de tu madre, Bonelli. — se quejó estando de cuclillas mirando el sereno rostro de Cruz. — No lo podemos dejar acá, aparte de que lo tumbaste y seguramente vivía dentro de ese auto.
Ginés hizo una mueca de ofensa, llevándose una mano al pecho.
— Ni creas que lo subirás a mí preciado auto, Izaro.
— ¡Ginés, boludo!
— Está bien está bien, no me grites, te ayudo a subirlo.
Finalmente dejando el cuerpo de Agustín sobre el asiento trasero, ambos quedaron en silencio evitando compartir alguna mirada.
— ¿A tú casa?
— Sí, intentemos que mi vieja no lo vea y chinchulin no ladre.
Emprendiendo camino hacia el esperado destino, Paredes se atrevió a mirarla de refilón.
Notó el ceño fruncido, cómo su pecho subía y bajaba con pesadez, en cómo su pierna no dejaba de hacer aquel tic nervioso que había adquirido desde muy pequeña y como sus ojos amagaban en humedecerse.
— Izaro..lo siento, no había otra forma.
— Ni te gastes en decirme por qué lo dejaste inconsciente...no quiero hablar, por ahora.
Y creo que Paredes nunca se animaría a decírselo.
ey que pasa chavales, cap freskito freskito, ¡comenten mucho que me gusta leerlas!
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mustio ; acru.
Fiksi Penggemar"sos viento de otoño, y en todo lo bello hay algo mustio."