MÁS DE QUINCE MINUTOS los individuos se correteaban alrededor del coche que Cruz cuidaba con su vida.
Soltando un grito frustrado al aire, se pasó una mano al rostro. Si bien había tenido paciencia con la de hebras plateadas, pero corretearla quince minutos para alcanzarla, lo dejaba en ridículo.
La muchacha era bastante escurridiza, y él bueno, cargaba unos pulmones casi incinerados.
―¡Izaro, por Dios! ―se quejó mirándola incrédulo. ―¿Podes ser un poco más madura y hacerme el favor de subir al auto?
―Ni loca, ¿a dónde me querés llevar?
―...Es que no te puedo decir.
―Dejame en paz, Agustín.―pidió pero volvió a correr alrededor del móvil cuando notó que el muchacho hizo una mueca e intentó alcanzarla.
Al fin lo hizo cuando ésta oyó un bocinazo en la esquina y éste aprovechó en pasar por arriba del capó para así tomarla en brazos, y dejarla dentro del vehículo.
―Quise que ésto fuera por las buenas pero sos complicada, encima, ¡me mordiste! ―exclamó viendo el dorso de su mano marcado por los dientes ajenos.
―¿Qué mierda querés, Cruz? ―fue directa, sin escrúpulos ni titubeos.
Recostando su espalda en el asiento de cuerina, posó su vista en el rosario de cuentas marrones que colgaba de su retrovisor y se permitió suspirar, intentando elegir las palabras correctas.
―Pedirte disculpas, es lo principal. La noche que te fuiste, dejaste a todo el barrio sin luz...y te hice mierda, de eso estoy consciente. Nunca quise que todo ese palabrerío saliera de mí, ni hacerte derramar lagrimitas de esos ojitos como el cielo.―mencionando aquello, Izaro se atrevió a mirarlo por cortos segundos para luego mirar sus manos mientras fruncía el ceño como una niña.―Cuando ví que te estaba destruyendo, supe que me merecía ser desterrado como uno de los ángeles favoritos de Dios. No quería romperte Izaro, en serio me disculpo de corazón y de palabra sincera. Yo entendería perfectamente que no quieras verme más, porque ni yo mismo querría ―logrando que ambos se miraran casi al mismo tiempo, el rapero poeta tragó saliva al ver cómo su error apagó el brillo de Volsk. ―, pero espero sepas que voy a estar ahí, cuidándote la espalda.
Escaneando el rostro de Cruz a una distancia prudente, hallaba una extraña paz en el huracán de fuego en el que se encontraban ambos seres. No expresaba nada, pero aquella nada era serena y verdadera.