Todo el mundo tiene algún secreto inconfesable, nadie está libre de pecados. Soy una simple sirvienta, una doncella de servicio de la mansión Wadlow, llevó trabajando desde los 10 años.
Era morir o servir a los Duques, me arrepiento de no haber elegido la muerte. Mi vida se ha convertido en un puro infierno, no existe forma alguna de escapar, de volar lejos de aquí, soy tan cobarde que me retracto ante la idea de partir.
—Leah —me llamó la gran Duquesa Briseida Wadlow.
—Si mi señora —clavé la mirada al suelo.
—Trae a Deacon —. Juraría que escuche mal, ¿Deacon? El famoso sanguinario soldado del ejército Wadlow, el futuro caballero nombrado por el rey en cuestión de días.
Briseida ni se dignó a mírame, nada nuevo, es una aristócrata fría, engreída y egoísta. Sus delicadas manos sujetaban la fina porcelana de su taza de té caliente, todas las señoritas se encontraban sentadas en la sala principal de la mansión tomando infusiones y criticando al resto de nobles.
—Tiene que probarse el uniforme, tráelo ya —exigió, su voz autoritaria me alertó.
—Como vos ordenéis mi lady, con permiso —me despedí haciendo la reverencia.
Con la misma atención recibida abandoné la lujosa sala, arrastré los pies hasta la parte menos cuidada de toda la mansión, el único acceso a la residencia de los sirvientes, mayordomos, todos los que nos encargamos de garantizarles una buena vida a los señores.
Procurando permanecer ilesa, correr con el uniforme de criada no es recomendable, la larga falda negra amenazó en varias ocasiones a mis alborotados pies, estuve a punto de devorar la mugrienta hierba en múltiples ocasiones.
Elevando con discreción la cortina negra del vestido alcancé a la congregación formada cerca de la residencia, próximo a los árboles de la parte derecha, retirados de las vistas de curiosos, no es el lugar habitual de entrenamiento, pero a la fresca plantilla militar le encantaba estar cerca de las sirvientas.
En estos dos días de constante revuelo regresó el Duque triunfante acompañado de su flamante ejército ampliado. La acogida nos supuso un extra de trabajo que continúo aumentando. Una de las ventajas es que mis queridísimas compañeras se encontraban placenteramente ocupadas, tanto que ni siquiera notaban mi presencia.
Visualmente analicé el ambiente, avisar a Deacon, sería sencillo y fugaz, si supiera cuál de todos es el futuro caballero.
Todos entrenaban a puño limpio, saltaba a la vista que sus intenciones eran impresionarnos. Como en todo rebaño uno en concreto se descarriló, descansando bajo la sombra de un inmenso árbol.
Cerca a tan solo dos pasos contemplé el torso desnudo del durmiente, la camiseta le tapaba la cara y sus brazos le servían de almohada, apoyados contra el tronco situados en su nuca.
Tragué saliva, una mala sensación me invadió, sería la primera impresión del sujeto, su tonificado cuerpo mostraba múltiples cicatrices. Tosí intentando despertarlo, misión fallida, ni se inmuto de mi presencia al igual que el resto de presentes, soy prácticamente invisible para ellos.
Me agaché un poco extendiendo mi mano derecha hacia él, no pude sentir ni el tacto, el salvaje se lanzó encima mía tirándome al suelo. Noté como la hierba me rozaba la piel. Me sujeto rápidamente lanzándome a un lado y apretándome las manos por arriba de la cabeza, ejercía una fuerza brutal sobre mis delicadas muñecas.
Cuando centré mi atención en su rostro un escalofrió me recorrió toda la columna, a unos escasos centímetros por encima de mí se encontraba un atractivo moreno desconocido.
Esos ojos marrones casi me cautivan, profundos y tristes, para la mayoría pasarían desapercibidos por la llamativa línea rosada nacida en su ojo derecho hasta su oreja derecha.
Su pelo negro azabache le caía en su pegajosa frente, su piel dorada, los rasgos definidos de su rostro me recordó a las imágenes de los dioses gravadas en los templos.
Sería el impacto o que es la primera vez que estoy en esta posición, no sé cómo salir de ella, él continuaba mirándome sin decir nada, mucho menos pestañear, como si de una escultura se tratará.
Con una patada en los pendientes reales conseguí quitarme al moreno, al instante se echó a un lado cubriéndose sus partes masculinas.
Me levanté sacudiéndome el uniforme dejando al insolente removiéndose de dolor por la hierba. La patada es lo primero que vino a mi mente y funcionó, soy libre.
—¿Estás bien Deacon?
Un soldado se aproximó al herido virilmente, escuché mal o ¡ES DEACON! Tierra trágame, me matará. ¡MALDITOS UNIFORMES! Grité interiormente, la causa de mi muerte será por unos trozos de tela.
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De Cunas Altas
Romance"El cuento de la criada en una pesadilla atrapada" Cuentos, cuentos y más cuentos. Estoy harta de que siempre tengamos que ser rescatadas, quiero ser mi propia heroína. Nadie salva a terceros de forma gratuita, esta sociedad está basada en tres prin...