3. DULCE VENGANZA

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Los días transcurrieron con mucha paz

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Los días transcurrieron con mucha paz. Toda la familia Wadlow acudió a la capital, a la celebración en el palacio real.

El propio rey nombrará caballeros a tres plebeyos, uno de ellos es Deacon, todos son héroes de batalla, sus logros marcarán la historia según los rumores. Los invitados de honor son dos ducados importantes, Wadlow y Ernst.

Los Ernst son familia lejana del rey, de echo el apellido es el mismo.

Me acostumbré a la calmada mansión, la llegada me supuso un gran desconsuelo, en fin, aguantaré, no tengo otra opción.

—Estás preciosa —. La querida sirvienta por todos los barones masculinos, Sindil, me halagó.

La marca de mi mejilla derecha junto mi labio rotó ganaba miradas y cuchicheos. La rubia mucama me sonreía disfrutando de mi desgracia.

Casi todas me odian, eso creo. He estado bastante ocupada y agotada para entablar conversaciones y estrechar lazos, tampoco ellas han intentado llevar la fiesta en paz. Debido a la gran demanda de abusos que recibo ellas se suman, físicamente se encargan las señoras y ellas me torturan la conciencia, me saturan.

—Gracias —mostré cortesía, si algo he aprendido es a dominar mis impulsos y actuar, de hecho, soy una magnífica actriz.

Limpiándome con un pañuelo el labio le di la espalda. Sindil carece de educación para responder, juraría que me está clavando sus ojos marrones como estacas en mi retaguardia.

Mucho antes de que la hermana del Duque Uriel Wadlow me golpeará por atenderla tan tarde, Arlime la jefa de las doncellas de servicio me encargo fregar el suelo de la entrada.

Atender a todas las señoras es estresante, todas quieren que la atiendan con rapidez y las primeras, ojalá pudiera dividirme en cinco para satisfacerlas. Sea por una u otra causa me ganaba algún golpe o insulto.

Con un trapo casi negro de la mugre del suelo limpie con ímpetus, es increíble que anoche con la llegada ensuciaran todo de barro. Las inmensas puertas de la entrada sonaron abriéndose, varios soldados pararon en seco al verme de rodillas frotando el suelo. Miré de reojo, enjuagando la tela sucia en el baldeño de agua con jabón. Uno de ellos dio un paso al frente, pisándome el brillante y húmedo suelo.

Subí la vista maldiciendo a todos los dioses, el osado resultó ser el desgraciado de Deacon.

—¿Estáis ciego? —pronuncié despacio enfrentándolo con la mirada.

Se giró mirándome por encima, a solo unos pasos de distancia, es veloz y mantiene el equilibrio, cualquiera se caería. Se quedó estático observándome de forma extraña. Si no lo odiará sería una de las muchas de su club de fans.

—Venga chicos —me ignoró, movió la mano hacia sus compañeros en señal de que avanzaran. Dudaron consiguiendo que el moreno se cruzará de brazos seriamente—. Es una orden.

Suspiré cerrando los ojos, esa escapada de aire seguida de una locura, así la denominaría. Tiré todo el cubo de madera con jabón y agua a sus pies, provocando que Deacon saboreara el líquido pomposo.

—¡MALDITA! —gritó. Ahora la que disfrutaría la dulce venganza sería yo.

Con mi sonrisa radiante eché la cabeza atrás dejando escapar la carcajada que el resto contenían. El escuadrón del salvaje se tapaban la boca con ambas manos reprimiendo las ganas de reírse de él.

Deacon intentó levantarse en vano, lo que logró con un abrumador éxito es devorar con su rostro el frío y limpio suelo, su uniforme estaba empapado al igual que sus cabellos.

El accidente lo despeinó ocultando sus ojos detrás de sus mechones negros, al igual que Sindil me miró con ganas de matarme.

—Espero que recuerde cuál es su sitio —gocé, decirle las mismas palabras con las que me intimidó es todo un placer—. Por su bien recuerde —triunfante vi como tensaba su cuello y apretaba los puños, se fue a incorporar cuando volvió a decaer—. El personal entra por la puerta trasera, no seré gentil la próxima vez.

De Cunas AltasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora