9. INCENDIO

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Pasaron los días con normalidad, nadie me preguntó nada, las doncellas murmuraban cuando me veían y sus miradas asesinas habían llegado a preocuparme

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Pasaron los días con normalidad, nadie me preguntó nada, las doncellas murmuraban cuando me veían y sus miradas asesinas habían llegado a preocuparme. Todos creían que somos amantes, si supieran que Deacon es un doloroso grano en mi trasero otro gallo cantaría.

Familiarizada con el entorno de trabajo amasé la masa del pan. Podría acostumbrarme a la tranquilidad que inunda la cocina, solas Merna y yo. Aparte de la ama de llaves y el mayordomo personal del duque, Merna es uno de los miembros más antiguos de esta casa.

Concentrada en remover el estofado Merna se encontraba pegada al puchero, a diferencia del resto es con la que menos estoy a la defensiva, me encanta la paciencia que tiene, nunca la he escuchado alzar la voz, insultar, ni criticar a nadie.

El rostro de Merna siempre está en armonía, me transmite paz y serenidad, nada la altera. Sus canosos cabellos recogidos en un moño alto siempre han permanecido bien sujetos, mostrando una elegancia que es impropia de la servidumbre. Por sus finas arrugas dibujadas en su calmado semblante se puede suponer que ha pasado lo suyo.

—Mi Leah —abrió la puerta Deacon entrando. Llevo evitándolo todo este tiempo, cada vez que nos hemos tropezado dice "mi Leah".

Rodé los ojos en dirección a Merna, quien curvó los labios mirándome. Deacon se colocó enfrente mío, al otro extremo de la mesa de madera, uso sus dos antebrazos recargando todo el peso. Encorvado me sonreía con picardía, es un niño grande.

—Leah iré a coger unos ingredientes del almacén —. Merna se excusó dejándome a solas con los ojos traviesos que me observaban con sumo detalle.

—Por fin puedo dejar de actuar, es agotador —cambió radicalmente, ahora recargó la espada en la pared cruzándose de brazos sobre su pecho.

Es un magnifico actor, cuando alguien se encuentra presente adopta el comportamiento de un tortolito. Gracias a mi interés en hombres, aclaró que es 0, no he perdido la cabeza como el resto, será todo lo atractivo que quieran, el uniforme le queda perfecto, pero es un grandísimo imbécil.

—¿Qué queréis?

Continúe con mi labor, intenté preguntar lo más borde posible.

—¿Te suenan los Blumer? —. Su pregunta me cogió desprevenida, pause mis manos mirándolo confundida.

—¿Perdoné?

—Estas perdonada —se acercó retirando uno de mis mechones del rostro —. Los Blumer cuéntame todo lo que sepas de ellos —me ordenó con el aura terrorífico que lo caracteriza.

—Yoo... —quise escapar, hablar de la familia Blumer es un tabú que me impusieron al llegar aquí. Su mano derecha me sujetó de lai muñeca izquierda obligándome a enfrentarlo —. No sé nada — mentí.

—Mentirosa, sé muy bien que antes servías en la casa del Barón Blumer.

—Era una niña, créame apenas sé algo —insistí en mentir.

—Cuéntame todo lo que sabes —se apartó de mí.

Tengo dos opciones discutir con él consiguiendo que me atosigué lo que queda de día o hacerle creer los rumores.

—Al quedar en bancarrota mató a su hija menor y se suicidó.

—¿Y el incendio? —alzó su ceja derecha esperando mi respuesta.

—¿Qué incendio? —. A mi mente vinieron mil imágenes, respiré tranquilizándome, los Blumers es igual a desgracias.

—El incendio que ocurrió en la casa Blumer, si mal no recuerdo cinco días después de que la Duquesa trajera a su familia a esta mansión—. Mi cara fue todo un poema, mis ojos se aguaron, noté como el pecho se me desgarraba —. Siento...

Me nublé, todo me daba vueltas ¿Cuándo pasó esto que ni me enteré? Corrí eufórica en busca de las únicas que me pueden dar una respuesta.

Hace unos minutos les serví el té en el jardín, Briseida y sus hermanas charlaban animadamente mientras tomaban un tentempié.

—¡¿CÚANDO PENSABAIS DECIRMELO?! —grité con desesperación, mi cuerpo temblaba, es una pesadilla, "en nada despierto" me auto engañé.

Briseida se levantó rápido, con dos pasos acortó la escasa distancia entre ambas. La anaconda no dudó en levantar la mano para abofetearme, mi orgullo no me permitió consentir que me pegará, no más, ya nada tiene sentido.

Capturé su mano derecha en el aire antes de que impactará sobre mi mejilla.

—Ni lo sueñes —. La ira hizo acto de presencia —. Me canse, todos se van a enterar de quien sois.

La retiré empujándola, conteniendo las emociones que me desbordan le di la espalda abandonando a las cuatros hermanas.

—Perra bastarda —. Varias manos me sujetaron por el pelo desde atrás.

De Cunas AltasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora