Mi cuerpo reaccionó en mi contra, no pronuncié palabra, escuché todos los insultos de mis amadas camaradas femeninas.
Permanecí inmóvil en todo momento, si fuera una ninfa me hubiera convertido en un árbol. Increíblemente se recuperó en cuestión de segundo.
Deacon se incorporó, veloz cruzó todas las miradas cotillas que nos rodeaban plantándose enfrente mía, nuestros ojos se encontraron, nada del estilo romántico, la ira que desprendía al mirarme hacía que cualquiera se estremeciera.
Tengo tantas ganas de salir corriendo y perderme, me da miedo, sus músculos se tensaron mostrando sus venas, nada bueno me esperaba. Desesperada devolví la mirada, intenté mostrarme segura, todo lo contrario, a lo que estoy sintiendo, las señoras no intimidaban tanto.
—¡TÚ! —. Solo le faltaba señalarme, por el desdén de su voz supe que la cagué, malditos reflejos e instintos de supervivencia.
—¿Yo? —pregunté incrédula, con un valor inexistente lo señalé—. Vos —sentía que mis piernas me fallarían sin previo aviso—. Seguidme, vuestro uniforme os espera.
Me gané su atención, sus descarados ojos me analizaron de arriba abajo, esto es justo lo que no quería.
Ninguno de los dos intentó entablar una conversación, me siguió en silencio. Entremos en la desolada cocina, Merna era la que permaneció cocinando, la única mujer madura y adulta de la servidumbre.
Manteniendo tres pasos de distancia recorrió el lujoso pasillo. Briseida remodeló toda la mansión, las paredes están bañadas en papel bordados de rosas doradas, los destellos dorados de las columnas, escayolas, arcos, incluso el papel es oro puro.
Me paré recargando fuerzas frente la puerta donde estaban reunidas, moví el helado pomo reluciente. Me retiré extendiéndole el brazo hacía la apertura, lo captó y sin tapujos entró.
Toda la atención se la llevó Deacon, todas le coquetearon, la modista y el comité de las víboras no me notaron, bastante con el numerito de la hermana menor de la Duquesa.
Gladis me baño en té, la mimada de los Blumer me humillaba día sí y día también, tuve suerte de que estuviera aquí el moreno. Los abusos continuados de las señoritas cesaron, están tan absortas con él que se han olvidado de su pasatiempo favorito, pisotearme.
Suelo nombrar interiormente a la gente de mi alrededor, no soy perfecta. Las víboras son la Briseida con sus tres hermanas y su cuñada, la hermana del Duque.
Aburrida pasé el resto de la mañana, los flirteos de las señoras son cotidianos, tanto que no me escandalizó su comportamiento.
Me centré en recoger la ropa, era de esperar que ninguna se dignará a recogerlas, sus prioridades se notan a leguas. Colocando todas las prendas en una cesta una silueta se paró enfrente, solo nos separaba una fina tela, una blanca sábana. Tengo bastantes emociones por un día, giré dando la espalda la sombra desconocida.
Una fuerza me tiró hacia atrás dejándome inclinada. Unos brazos me sostenían, perdí por completo el equilibrio, con temor cerré los ojos temiéndome lo peor. El viento amenazaba mi parte baja del vestido, ambas manos aprisionaban la desgastada tela negra y el sucio delantal casi blanco.
—Sigo, esperando—. Esa voz, refrescando el ¡TÚ! me vino a la mente, es Deacon. Parpadeé un par de veces hasta que me acostumbré a la luz solar, con su cuerpo encorvado me sujetaba y me proyectaba sombra ante el temible sol. ¿esperar qué? La lleva clara, lo que conseguirá es otra patada—. ¿Cuándo te vas a disculpar? —fruñí el ceño mirando al otro lado aguantando la risa que me producía pensar en rebajarme ante él, soñar con la disculpa le saldrá más rentable. Además, es el quien me tiró, él debe disculparse.
—Suélteme —. Con mi voz firme, semblante en blanco, nada de gestionar el contradictorio pensamiento, gritarle o reírme de su absurda petición, analicé lo cometido en este instante, ¿Quién es para sujetarme por la espalda? Caballero, mi trasero.
—Discúlpate —. No desvié la mirada, lo examiné arrepintiéndome en el acto, podía distinguir el traje por las hombreras grises casi plateadas y el azul de la chaqueta. Desde aquí abajo se distinguía la marca rosada, juraría que es una capa de su piel, la misma que sale cuando te dan latigazos, de echo yo tengo unas cuantas en mi espalda.
—¡SUÉLTEME! —grité, tanta cercanía por su parte me alteraba, es demasiado atractivo, el moreno seguía mirándome raro, levanté las cejas. Ahora soy yo la que espera respuesta del guapo bárbaro, es guapo, negarlo es de idiotas.
—Como quieras —esperé a que me incorporará a la posición en la que me sorprendió, en su lugar, el desgraciado se ganó mi odio de por vida.
Sus tonificados brazos y sus hábiles dedos desaparecieron, mi trasero amortiguó el choque contra el suelo. Se llevó sus manos a su torso cruzándolas.
—No te voy a obligar —sonrió con malicia—. Espero que recuerdes cuál es tu sitio —. Todo lo pronunció lentamente, con cinismo, la versión en moreno y plebeyo del Duque tratando a Briseida—. Por tu bien recuérdalo —. Su sonrisa se esfumó, se agachó quedando al mismo nivel, sentí pavor—. No seré tan gentil la próxima vez.
Se marchó amenazándome, escuché el sonido del césped pisado, todo el ruido de banda sonora de los soldados se paró, todos lo habrán presenciado, maldita sea la hora que te cruzaste conmigo, esto es la guerra.
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De Cunas Altas
Romance"El cuento de la criada en una pesadilla atrapada" Cuentos, cuentos y más cuentos. Estoy harta de que siempre tengamos que ser rescatadas, quiero ser mi propia heroína. Nadie salva a terceros de forma gratuita, esta sociedad está basada en tres prin...