<Malísima idea> pensé al ver como las venas de su cuello se tensaron, sus pupilas fueron exactamente las mismas que la de hace dos días con el incidente de las flechas.
Escupió mi regalo hacia mi cara, parpadeé incrédula. Deacon zarandeó su cabeza crujiéndola, he despertado a la bestia.
—Buenas noches —se despidió quitándome sus manos de encima.
Un portazo lo acompañó a salir de mi humilde habitación. Corrí cerrando bajo llave, podría cambiar de opinión y terminar con mi vida.
Bailé removiéndome en mi lecho, mi tormento es que cada vez que me invadía el sueño mi subconsciente revivía al borracho escupiendo sangre. Repasé las palabras de Landiel, "esto es lo que provocareis en la otra persona". Mi suerte se invirtió desde aquella noche, en parte gracias al caballero imbécil.
Tampoco se podría decir que tuviera una buena racha, la única persona que me ha cuidado y preocupado por mi estaba muerta. Hubiera salido de aquí hace tantos años, pero ¿a dónde?, ¿con quién? Las que consideraba mi familia nunca lo han sido, me crie con los Blumers, aparte de ellos no me quedaba nada.
La pitón agonizaba, la cantidad de sangre que perdió era considerable, su fina piel de porcelana se blanqueció más de lo normal, sus fuerzas la abandonaron, solo podía susurrar.
—Es todo culpa tuya —con lentitud enfatizando a la ligera sus labios Galdis me incriminó, sus ojos permanecieron cerrados y el resto de su cuerpo encorvado
Para las cuatros su máxima desgracia era yo, culparme de sus penurias le resultaban tan fácil, ¿Qué culpa tenía de que fueran malvadas? Ninguna.
—¿Qué os he hecho para que me odies tanto? —aproveché la intimidad de la habitación, el resto de las hermanas estaban ocupadas.
—Nacer —posicioné mis ojos al borde de la mesita de noche roja con destellos verdes.
"Nacer", cada día me costaba más codificar todo ese resentimiento. Las que debería odiarlas de por vida sería yo, por ellas callé, sufrí y lo más seguro que moriré. En cualquier momento estallaré de nuevo y me matarán. Sobrevivir implicaba dejarme pisotear por ellas.
Lo que me dolía es que mi propia sangre me repudia. Era masoquista su amor por mí, lo que entendí con el transcurso de los años, daba igual la sangre, nunca seré una Blumer.
Cuando Gladis acudió al mundo de los sueños me retiré con la bandeja en mano. En la cocina descubrí la novedosa Julieta de Deacon. Debido a la situación de Gladis se recomendó a Ava que atendiera al resto de señoritas y la Duquesa.
—Eres muy bonita —. Deacon la halago mirando hacia mí.
Apoyé la bandeja en la mesa de madera evitando al descarado caballero, hombres todos eran iguales.
Descarté que quisiera provocarme celos. La morena de piel bronceada sonreía tímidamente, sus dos avellanas esféricas se dirigían al suelo. Deacon le sostenía la mano, nada sutil, sus tendones se contraían al contacto de la chica.
Merna me hizo un gesto de pena, impulsivamente me señalé y ella curvo sus labios resaltando sus arrugas.
—Leah, ¿podríamos hablar? —. En la misma postura Deacon me nombró.
—¿Conmigo? —pregunté extrañada, mi dedo índice continuaba señalándome.
—Sí, con vos —soltó a Ava, unos pasos y lo tenía casi al lado—. ¿Podéis?
—Estoy ocupada con la señorita.
El silencio golpeó la cocina, los cuatros permanecíamos callados. Ava eran de las pocas que me ignoraban, para ella no existía, eso cambió, sus esferas oculares estaban dilatas y esa forma de mirar una calcomanía de Sindil.
—Estaré esperando, hazme saber cuándo dispongáis de tiempo —. Deacon se marchó por la puerta que daba la exterior.
Su actitud era diferente, su forma de hablarme también, pero la frialdad que transmitía me incitaba a pensar lo peor. ¿Querrá matarme?
Ava salió de la estancia golpeándome con su hombro izquierdo, otra voluntaria a la deslocuaz y desigual guerra de doncellas, Sindil en morena.
—¿Habéis peleado? —. Merna pelaba unas patatas mientras preguntó quitando hierro al asunto.
— Para nada —Respondí rellenando una jarra con agua.
—Leah tenéis un grave problema, si no os respecta ahora nunca lo hará, buscaros un mejor hombre.
Oprimí la carcajada, más sabía el diablo por viejo que por diablo. Merna y su intuición infalible con las personas.
—Gracias lo tendré presente —. Partí de allí dejando en soledad a la mujer más astuta de toda la mansión.
Gladis seguía en modo bella durmiente, ese cuento era mi favorito de pequeña, padre me lo leía a menudo antes de dedicarme unas buenas noches mi princesa.
La luz penetraba por el cristal del enorme ventanal, me incursioné hasta el enorme vidrio. Jugué con la cortina impidiendo que molestarán a Gladis, <malísima idea> pensé en el instante que los ojos de Deacon se topó con los míos, me miraba como un depredador miraba a su presa.
Por todos los dioses, ¿con quién me he metido?
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De Cunas Altas
Romance"El cuento de la criada en una pesadilla atrapada" Cuentos, cuentos y más cuentos. Estoy harta de que siempre tengamos que ser rescatadas, quiero ser mi propia heroína. Nadie salva a terceros de forma gratuita, esta sociedad está basada en tres prin...