5. MIRADA LUJURIOSA

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—¡NO OSEÍS TOCARME! —grité con la esperanza de que el borracho se alejará

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—¡NO OSEÍS TOCARME! —grité con la esperanza de que el borracho se alejará. Prefiero la muerte a que sus pervertidas garras me acaricien.

El asqueroso tiró de mis piernas hacia él, me obligó a tumbarme boca arriba. Forcejé todo lo que pude mientras se acomodaba sobre mí. Soy experta en tortilla de esperma masculina y la patada que le encesté me hizo ganar el primer lugar.

—Puta zorra —me insultó retorciéndose de dolor, con mis agonizantes manos lo empuje lejos.

Me incorporé corriendo hacia la salida, escuché pasos, varios para ser exacta, volteé incontables veces para asegurarme de que el tipo no lograba alcanzarme, en una de esas ocasiones choqué con otra persona, no dudaron en sujetarme de las muñecas con extrema brutalidad.

—Eres tú —lanzó mis manos lejos como si tuviera el cólera. Vi a Deacon frente mí, sin camiseta alzando las cejas.

—Gracias hermano —. Para desgracia el malnacido se nos unió.

—¿Leah? —. Como somos pocos se sumó Sindil detrás del moreno semi desnudo.

La rubia intentaba contener su delantera, el vestido rojo que llevaba se encontraba hecho añicos en la parte superior, su dorada melena estaba desaliñada y con trozos de paja.

El alegre extraño movió las manos, casi me captura, lo esquivé.

—Ayúdame —supliqué por lo bajo, en un tono que solo entendería él.

—Búscate la vida —cogió la mano derecha de la rubia dándome privacidad con el cretino.

Ilusa, me reproché, nadie te salvará, siempre acabas sobreviviendo gracias a tus propios méritos.

Escuche el impacto de los tacones de ella alejándose acompañados de los pasos de él. Retomé la carrera alejándome del pervertido que se desabrochaba los pantalones del traje.

Vivó en una sociedad machista, a menos que seas noble o estés casada no se considera violación, supuestamente nosotras seducimos a los degenerados, somos las malas que torturan a los inocentes hombres.

Recogí la falda entre mis manos, poseída por el miedo revisé el recinto, mi violador era muy rápido, en nada llegaría a mí.

Unas cuantas palas estaban apoyadas en la pared cerca de la entrada, sujete un rastrillo girando repentinamente. Me sorprendí igual que él al sentir un líquido caliente impregnando mi ropa.

Temblé, no del frío, del pavor, le clavé las puntiagudas púas en su torso. Tosió desbordando sangre por su boca, quise gritar, pero no pude apartar la mirada del futuro cadáver, poco a poco se iba apagando la mirada lujuriosa.

Todo me daba vueltas, el aire escaseaba en mis pulmones, hiperventilé, lo he matado. Desprevenida me despejaron del muerto, mis dedos se aferraron al rastrillo como si fuera un escudo que me protegería de algo.

Alguien me abrazó desde atrás, mientras observaba como el cuerpo inerte se desplomaba a un lado, a su alrededor yació un considerable charco de sangre.

—Lo maté —. Una gota se desbordó de mis ojos descendiendo hasta el antebrazo lleno de cicatrices que me envolvía cálidamente, lo reconocí al instante. Tiré el arma homicida al suelo llevándome las ensangrentadas manos a mi rostro llorando como hace años que no lo hacía.

Deacon continuó callado, en un completo silencio, me entregaría y sería mi fin, al menos saldría de esta mansión, aunque fuera muerta.

—Solo te defendiste, ya pasó —me impresionó la tranquilidad con la que le quitaba peso al asunto. Se despegó de mi espalda plantándome cara, con delicadeza sus manos limpiaron las lágrimas restantes que surcaban mis mejillas—. Cuando lloras estás más fea —. Incrédula lo abofeteé con mi mano derecha, si me hubiera ayudado nada de esto hubiera sucedido.

Su mejilla izquierda mostró la marca roja de mi mano, su cabeza se inclinó hacia su derecha apartando la vista de mí.

—Me lo merecía —me agarró la cara obligándome a pegar mi frente a la suya, sus ojos no reflejaron emoción alguna—. Ahora harás lo que yo te diga, ¿entendiste? —cerré los ojos, sacaría provechó de la situación para coaccionarme—. Mírame —exigió consiguiendo que mis parpados se abrieran.

—Soy una asesina —contuve las lágrimas, aunque mi voz se quebró al pronunciar asesina. Seré muchas cosas, matar no entraba en mi lista.

—No, el asesino soy yo —me soltó agachándose al individuo desangrado. Hundió sus manos en el tinte rojo oscuro esparciéndolo por todo su cuerpo. Quise replicar, mi sexto sentido me prevenía del próximo acto del moreno—. Todo va a estar bien.

Enlazó nuestras manos alejándome de la escena del crimen, de camino al exterior recogió mi capa. Afuera la noche me aplastó, el aire que escapaba de mis pulmones se condensaba.

—Espérame en el estanque del ala oeste —desconectó nuestras manos comenzando a desgarrarme la ropa. Se libró de un guantazo gracias a que intenté cubrirme con mis manos el desgastado camisón beige.

—¿Estás loco? —sonrió de lado. Ya no le hablé de usted, el estáis no me salía con todo lo ocurrido, mi educación se esfumó con mis principios al haber quitado la vida a otro ser.

—Mierda —. Sus dedos empezaron a romper el único camisón que tengo, retrocedí temblando—. Estás llena de sangre, quítate el camisón y quémalo —. De cuclillas atrapó mi destrozado uniforme.

—Serás imbécil —. Mis filtros se estropearon—. No me voy a quedar desnuda —me tiró la capa a mis pies.

—Nadie debe verte —se marchó abandonándome.

De Cunas AltasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora