17. IRIS LETAL

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Por muy increíble que suene, las flechas que lancé al aire acababan en el lomo de la bestia, una tras otra

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Por muy increíble que suene, las flechas que lancé al aire acababan en el lomo de la bestia, una tras otra. Tiré seis después de atravesar accidentalmente a Deacon.

El Advolrt rentalizó sus movimientos, le incrusté dos y se desplomó sacando la legua morada junto con su líquido salivar.

Una insensatez, eso es lo que echó, prueba de ellos la flecha que descansa en el brazo del caballero. Abrazada al arco descendía hasta que mis rodillas rozaron las polvorientas piedras de la plaza.

Milagro es haber recordado lo básico de tiro con arco, siempre pensé que esas clases fueron inútiles, me equivocaba, gracias a las absurdas horas que me obligaron a dedicarles he conseguido seguir viva.

Lloré de alivió, estas situaciones me sobrepasan, pretendo ser fuerte, aunque carezco de fuerza para salvarme. La dicha fue efímera, Deacon fue acortando la distancia entre ambos intimidándome.

Acompañado de su espada desenfundada caminó hasta mí, sus pisadas rebotaron hasta mis oídos, extraño, siempre se me acercaba sigilosamente. Sus puños apretados a tal extremo que eran blancos, el iris letal de sus ojos me acobardo.

Agache la cabeza repasando que escusa utilizar sin revelar la verdad. Es imbécil, pero no estúpido, <estoy muerta> me sentencié.

Las lágrimas brotaron de mis ojos aterrizando a mi única falda sucia. Deacon siempre me dio una extraña sensación y no me equivoqué. El caballero paró frente a mí, sus botas estaban pegadas a mis rodillas.

Podía sentir el aura cargada de ira que transmitía, este es el caballero de batalla, decidido cambió la espada de mano apuntando a mi barbilla.

— ¿Quién eres tú? —armándome del valor que me aparece de la nada levanté la vista, nuestros ojos se encontraron y me arrepentí, sus pupilas exageradamente dilatadas estaban inyectadas en sangre, no se podía distinguir el marrón oscuro del negro —. ¡¿QUIÉN ERES!? —desesperado me colocó la punta de la hoja en mi cuello, Deacon creo un yacimiento de un hijo rojo de sangre en la piel desnuda de mi garganta. Landiel no falló él sería mi muerte.

.....

Me permitió vivir, no volvió a hablarme, tremendo favor me hizo. Evadí su pregunta igual que hacía él cuando le preguntaba, ignorar, fingiendo no escuchar. Mentir a un mentiroso, mi talento teatral no alcanza ese nivel, le digo: mi padre sabía lo que me pasaría en el futuro, que los arrogantes y prepotentes humanos llenos de testosterona abusan de los débiles, por eso me enseñó a defenderme, es medio verdad. Esta respuesta haría que formulará otra pregunta terrorífica ¿Quién es tu padre? Un muerto enterrado.

Lo mejor es guardar silencio, miré por donde lo miré da igual la excusa que le dé, estaría desconforme con cualquiera, ya sabe que miento referido a los Blumer.

— ¡DUELE! —. Gladis mordía las sabanas de su aterciopelada cama. La posición que compre funcionó.

Empezó a tomarlas esta mañana, Briseida no quería arriesgarse a los rumores, además a excepción de Gladis y yo nadie sabía quién era el padre.

Ayer llegue mal herida y tuvieron la decencia de dejarme descansar, el médico nos mandó reposo a ambos excursionistas que se toparon con el Advolrt. El caballero se llevó la azaña de haber hecho caer a la fiera, a todos le contó que se le incrustó una lanza por accidente.

Mis tareas se redujeron en evitar filtrar el estado de la pequeña Blumer, la encargada de cuidarla sería yo. Irremediablemente el corazón se me comprimía al escucharla patalear y gritar, las sábanas blancas se tiñeron de rojo por donde se encontraba sus caderas.

Gladis se encontraba sumida en un doloroso estado, al atardecer empezó a sangrar, seguido de náuseas y convulsiones.

Su rostro empapado en sudor desprendía lágrimas y gritos, sus finos cabellos negros estaban alborotados y pegados por su cara, sus manos masajeaban su vientre en busca de remediar ese descomunal malestar.

—Pasará, aguantad —. Lo mínimo que podía hacer es animarla.

Se retorció conteniendo un grito, sus finos dedos apartaron el paño con el que le retiraba el sudor.

—Cuando esto acabe, te mataré Leah —. Típico, ni en este estado dejaba a un lado su rencor desmesurado hacia mi persona —. ¿Estás disfrutando como la perra de tu madre verdad? —se hirió clavándose sus propias uñas en la palma de su mano izquierda.

—Leah ve a descansar y tráele el desayuno a primera hora —. Briseida abandonó la lectura del sillón y comenzó a limpiarla.

—Con permiso mi Lady —me retiré exhausta.

Por muy anaconda que fuera se desvivía por sus tres hermanas, aunque sean unas desagradecidas. La pitón es Gladis, ella tiene un doctorado en hacerme sentir inferior, sufriendo en agonía encontraba las fuerzas para recordarme quien soy. <Bravo Leah, por ella te quedaste y mira, nunca aprendes, la gente no cambia>, mi conciencia acertó.

La seguridad en la mansión es considerable, me topé con varios vigilantes en las escaleras, el Duque mantenía muy bien custodiada la su zona, es decir, su despacho y alcoba.

Entré en la pobre habitación tocándome el vendaje del cuello, me cuesta creer que me desgarrara la garganta, es un bárbaro imbécil.

—Pensando en mí —. El susurró en mis oídos es inconfundible, Deacon. Pegado a mi espalda me acarició el vendaje esperando alguna respuesta.

Estoy hasta las narices de él, esta noche todo lo relacionado con él se acaba.

De Cunas AltasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora