Cerré los ojos ansiando que me besara, cada célula de mi cuerpo se intensifica en solo pensarlo. Sentía el calor de su cuerpo radiando sobre mí, su aliento chocando contra mi rostro, en nada sus labios sellarían los míos.
—¡ZORRA! —. Sin mirar siquiera la dueña de la voz lo supuse, Sindil tenía que ser tan oportuna. Abrí los ojos topándome con un suspiro de Deacon, Veloz enrosco su brazo izquierdo en mi cintura y con un leve movimiento de la derecha nos incorporó a ambos.
La rubia estaba a rebosar de rabia con su rostro rojo de la cólera que le daba nada más verme. Sindil era experta en atacarme, lo extraño era que permanecía callada observando dudosa al imbécil que estuvo a nada de besarme. Se cubrió el vientre con ambas manos sonriéndome con malicia.
—No podéis ir por allí rompiendo huesos, si continuas así nuestro hijo será señalado como el hijo de un salvaje —tragó saliva elevando su barbilla, mostrando una superioridad nula en ella.
Empuje a Deacon lejos de mí, si fuera por el seguiría sosteniéndome de la cadera. No fue un descubrimiento saber que ambos habían intimado, los escuche hace semanas, pero saber que la criatura era de él se trataba de otro asunto.
Sindil consiguió su objetivo, ayudándome inmensamente, aquí tengo la excusa perfecta para no caer en la tentación, me nubla dificultadme pensar y reaccionar con sensatez.
—No es lo que parece, puedo explicarlo —sus dedos hicieron prisioneras mis manos, sus ojos mostraban desesperación e ignoró por completo a la malvada embarazada.
—No tenéis porque, al fin de cuentas no soy nadie al que debáis rendir cuentas —estuve muy digna, controlando las emociones, hubiera preferido que él me lo diga, sabía que no tendría por qué hacerlo puesto que no somos nada que cómplices en una fechoría. Lo que tenía con suficiente claridad era que no sería la causante de separar a un padre se su hijo.
Mi boca decía una cosa y mis manos permanecieron entre las de él, sentí lo mismo que hace tantos años, pero más agravado, pero sin haber tenido antes que irónico.
—Exacto yo soy su mujer y tú sobras —. Sindil se aferró a las muñecas de Deacon intentando despejarlo de mí. Causo un efecto inverso a lo que ella aspiraba, con su mano izquierda le jalo del brazo tumbándola de rodillas al suelo. Por muy ficticio que resultó no sabía cómo actuar, irme, gritar, esperar respuesta.
—Leah es mi mujer —escupió poniéndose de rodillas, continúo acariciando mis manos. Perpleja me quedé ante dichosa situación, las palabras no salían y que se arrodillará ante mí me elevaba el nivel de complejidad.
—No mintáis —. Era su mujer de fachada, la verdad era muy distinta, desde el principio el me odiaba, se lo puse en bandeja de plata, bueno eso lo se bastante bien, en solo pensar el golpe que recibí en las nalgas cuando me soltó al suelo me deja en claro, lo que mal empieza, mal acaba.
Oprimiendo mi corazón retiré sus manos sobre las mías, esto era un adelanto de lo que sería mi futuro. Me marché sin interrupciones dejé a los amantes. Un día movidito, tanto que mi apetito desapareció.
Se siente horrible cuando la realidad te golpea de lleno y sin anestesia. Las mujeres se le pegara como moscas a la mierda, encontrar a un caballero que está ascendiendo considerablemente tarea sencilla no era.
—Comed un poco —me extendió un cuenco de madera Merna, sin aviso paso conmigo el atardecer, postrada en mi cama repasando el techo por séptima vez en esa tarde. Merna es lo más parecido a una amiga y Deacon, diablos, ¿por qué termino pensando en él.
—Gracias —alcancé el cuenco depositándolo en la humilde mesita de noche.
—Recuerdas lo que os conté de Sindil —. Imposible de olvidar teniendo en cuenta que hace unas horas me restregó por la cara su posición.
—No es de mi incumbencia —. Bajo ningún concepto me apetece escuchar algo de esos dos, las cosas se aclararon y están como debería.
—Pues debería, está reclamando a todos los varones —giré mirándola desconcertada —. Ha estado diciendo a cada uno que son los padres —contó con sus dedos en silencio—. Podría deciros que ronda la docena entre ellos están Mikel el cochero, Rethpul el jardinero, caballeros novatos y el que me preocupa, Deacon, cualquiera podría ser.
—Ellos se lo buscaron.
—Direis ella, querida —. Se puso en pie sacudiendo un vestido color ocre que lucía, nunca la vi vestir algo que no fuera el uniforme—. ¿Pensáis quedaros aquí? Dejad la melancolía, estar cruzada de brazos le da terreno a Sindil.
—Se lo envolvería en oro si es preciso —voltee al otro lado de la cama dándole la espalda.
—Lamerse las heridas antes de tiempo es impropio de vos, sois inteligente, Sindil busca estabilidad económica. Si mañana no movéis ficha, la actitud de difícil lo abrumara.
—¿Os mando? —pregunté. Sospechoso era que estuviéramos teniendo esta conversación, Deacon hace tiempo se gano a la anciana. Me senté observando como cruzaba sus brazos.
— ¿Quién? ¿Deacon? —articulé con mi cabeza un sí—. Está desesperado por hablar con vos, parece un cachorro abandonado, no seáis tan dura, domesticar y educar a un hombre es sencillo.
Un remolino de emociones contradictoria me invadió, ¿le importaba como me sentía? <Olvídalo Leah>, me tumbé boca abajo hundiendo mi cara en la incómoda almohada. Si no es por Sindil, ellas acabarían con lo que aún no ha comenzado, saldré herida ¿merece la pena?
Siento mucha la tardanza, estoy algo liada, intentaré que el próximo capítulo sea actualizado lo más pronto posible.
¿Os esperabais que los interrumpieran? ¿Os hubiera gustado que al fin se besarán?
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De Cunas Altas
Romantizm"El cuento de la criada en una pesadilla atrapada" Cuentos, cuentos y más cuentos. Estoy harta de que siempre tengamos que ser rescatadas, quiero ser mi propia heroína. Nadie salva a terceros de forma gratuita, esta sociedad está basada en tres prin...