28. PERDIENDO LA CORDURA

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Las palabras de ellas resonaban en mi mente, < ¿Qué esperáis ganar? Sabéis que estáis condenada y os esmeráis en evitar lo inevitable, patético

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Las palabras de ellas resonaban en mi mente, < ¿Qué esperáis ganar? Sabéis que estáis condenada y os esmeráis en evitar lo inevitable, patético.>

¿Qué estaba esperando? Tan malo era sobrevivir, si tan solo tuviera a donde ir me habría marchado hace tantos años. Negué con la cabeza despegando mis impulsos pocos elocuentes que iban ganando la batalla, entre mis manos sostenía un cuchillo reluciente en la tempestad de emociones.

Ella me obligó a sentarme en el borde de la cama junto a la mesita, sus finos y alargados dedos me forzaron a sujetar el arma de la cocina, <Disfruta de la única libertad que obtendréis>.

Perdiendo la cordura me dejó con la cruel soledad. Sutil proposición y mortífera lección, no era tan fuerte como aparentaba, no aspiraba a dinero, posición, ni placeres, quería una vida normal lejos de mi pasado.

Temblando levanté el metal brillante pensando, nadie me añorará, me llorará o recordará. Estaba tan agotada de esta situación, cerré los ojos asimilando lo que hacía tantos años debía haber hecho.

Era una cobarde sin motivación para seguir, ella me devolvió a mi penosa realidad.

La humedad intensificaba los olores y el helor a sangre se transpiraba al pisar la residencia, para callar mi instinto camine hasta donde descansaba Leah

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La humedad intensificaba los olores y el helor a sangre se transpiraba al pisar la residencia, para callar mi instinto camine hasta donde descansaba Leah.

Apresurado abrí la puerta, ese aroma punzante que se escabulle entre las fosas nasales y se apelmazaba a la garganta saboreando la esencia de un ser. Sabía que estaba relacionado con ella, si algo ocurre ella de una forma u otra estaba participe.

— ¡NO, NO, NO! —grité lanzándome a ella. Otra vez tarde, la fina hoja rasgo su muñeca derecha. Capture el cuchillo tirándolo al suelo, rebotó hasta llegar a la pared, la sangre de sus venas había sido liberada.

Leah intentaba librarse de mis manos, tumbada boca arriba forzaba y pataleaba eufóricamente, me coloqué sobre ella desconcertado. Desesperado quería aprisionar sus muñecas y presionarla. Odio las sorpresas y esta niña era una caja de ellas.

— ¡SUELTEME! —. Un poco más y me dejaba sordo, conseguí mi cometido bajo su mirada perdida. Leah se parecía en ciertos aspectos a mí, fingiendo para no hundirse, pero una vez que se pisa fondo nadie puede impulsarse solo.

— ¿Vais a abandonarme? —pregunté. Sus esmeraldas se aguaron conteniéndose, nuestras miradas conectaron, pode ver mi reflejo en ellos y la inmensa agonía que delataban —. Puedo hacer cualquier cosa que me pidáis, solo pido algo a cambio.

— El mundo no gira en torno a vos, ¿acaso estáis ciego? —estaba respirando agitadamente, el ajetreo la despeinó y dejó al descubierto su hombro izquierdo, la tensión era palpitante y las ganas por devorar esos carnosos labios me invadían.

Me centré, la prioridad era cortar la hemorragia que se causó, enrosqué con más presión mis dedos a sus delgadas muñecas cruzandole sus brazos, una débil barrera que debería recordarme mi lugar.

— Vos sois la que no veis —me incline hacia su rostro un centímetro más y perdería la cordura, cerré los ojos pegando nuestras frentes —. No me dejéis os lo imploró, hare lo que sea —. Como un puñal atravesándome el corazón Rhocan vino, las mismas palabras que usó antes de marchitarse.

Una lagrima rodó por mi mejilla, las cicatrices que nunca sanan son las que pasan desapercibidas a simple vista. Al abrir los ojos vi cómo me acompañaba llorando, se desahogó a gusto. Los hombres lloran, al menos yo no lloro delante de nadie, pero Leah como me dice Winston se está convirtiendo en mi debilidad.

— Estáis loco —aspirando ruidosamente por la nariz quiso cambiar de tema.

Ya no éramos nosotros dos solos en la habitación, Rhocan estaba allí parada sonriendo con los brazos cruzados, la pelirroja de ojos verdosos me estaba atormentando desde que la abandone a su suerte. Su hermosa melena estaba recogida en una coleta alta, vestía su nuevo color favorito negro, un seductor vestido de encaje negro.

"Enserio Deacon, vuestro amor mata". Su intención era herirme, siempre lo conseguía, levanté la vista encarando a la bruja, tan cerca y tan lejos que nos encontrábamos. Sacudí la cabeza llorando, mi amor mata, una devastadora verdad. "Contarle que me matasteis cuando os salve".

Me encorvé escondiéndome en el hombro desnudo de Leah. Deposité un tierno beso en su delicada piel y fui a susurrar en su oído las palabras que el desvergonzado de Winston me echaba en cara y que tenían que ser mentira.

— Estoy loco por vos —quería lastimar a Rhocan tanto como ella me lo hacía, nunca estaríamos juntos, para ello tendría que morir y no estoy dispuesto a irme de este mundo, al menos no ahora.

Por un segundo dude en utilizarla, tendría que hacerlo, aun así, me sentía ruin y rastrero, mentiras solo le estoy diciendo lo que necesita oír.

"La matarás". Rhocan me acarició la nuca. "Si la mantenéis viva, le aseguro que la mataré con mis propias manos, adiós mi amor".

Su espíritu se marchó, desearía en estos momentos ser normal y poder ignorar este tipo de situaciones. Leah volteó su cabeza enfrentándose a mí. Ambos teníamos restos del llanto en nuestra cara, meneo los labios para decirme algo.

— ¿Qué estáis haciendo? — Kevin interrumpió la escena, en parte me venía de perla su ayuda, cada vez que Leah abría la boca todo se torcía.

De Cunas AltasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora