Recordar el agradable incidente me reconfortaba, ver al todo poderoso Deacon gatear hasta puerta de la sala, es un acontecimiento histórico, se resbalaba constantemente en el mármol frío que la mansión tiene de suelo.
<<Estás muerta>> fue lo último que me digo antes de partir.
Es inaudito ese tipo de comportamiento en mí, pero ese rufián me enojó tanto que mi razón se nubló dejándome guiar por mis impulsos.
Contenía la risa vaga, mostrar el indicio de felicidad sería mi perdición. En plena madrugada ayude a Briseida a tomar su ducha de rosas, en este momento peinaba su lacio pelo negro.
Desde atrás podía observar gracias al espejo de su inmenso y lujoso tocador dorado su mirada perdida y triste. El Duque Uriel Wadlow se quedó en la capital, era un secreto a gritos que su matrimonio es fachada, estaba en declive.
La luz de las velas la hacía lucir mucho más hermosa, los destellos intensificaban su pálida piel, el camisón blanco de encaje realzaba su figura, costaba creer que su propio esposo no la deseaba.
Ella sonrió levemente, cuando curva los labios a solas conmigo solo podía significar una cosa, problemas, al menos para mí.
—¿Sabes por qué sigues con vida?
Rodó sus ojos marrones oscuro capturando los míos. Temerosa paré el movimiento del cepillo en sus mechones, tragué saliva antes de enfrentar la que me vendría.
—Gracias a su infinita bondad —. Mentira cochina, ella me mataría de cualquier forma. Lo que me mantiene viva es algo que nadie excepto Las Blumer y yo sabemos.
—Por tu discreción y astucia —giró alzando las cejas. Pensar que en ocasiones siento lástima por ella, seré tonta. Hay un dicho, cada uno recoge lo que siembra.
Meneó sus finos y delicados dedos incitándome a que me acercará, apenas noté que retrocedí cuando ella se volteó. Mis escasos músculos se petrificaron, da más miedo que las historias terroríficas que cuentas los juglares, con las señoritas Blumer nunca se sabe a qué atenerse. Con la fuerza de los dioses me acerqué precavida a ella.
—Quiero a Deacon —supuse que me mandaría a por algún varón de la mansión. Casi todas las noches me veía en la tesitura de meter a hombres en su alcoba sin ser pillada en el acto—. Ya sabes que hacer.
El punto débil de Briseida es el que dirán, las apariencias son todo para ella. Deposité gentilmente el cepillo delante de ella, las ganas abrumadoras de incrustarle el artilugio en su venenosa boca me invadían.
<<Claro anaconda>> pensé furiosa. Me encanta el apodo cariñoso por el cual la llamó, le queda como anillo al dedo.
—Si me disculpa —me incliné haciendo la reverencia, sin perder los hábitos me ignoró.
Cobijada por una capa negra busqué al susodicho, la suerte de topármelo se esfumó, pregunté innumerables veces, fui a su habitación, entre los soldados que se emborrachaban, éxito fallido, el único lugar que me quedaba por inspeccionar era la mansión y los establos.
Aquí en altas horas de la noche gracias al egoísmo de la Duquesa tengo que hallar al cretino, el frío helado de octubre no me apaciguaba, todo lo contrario, se calaba en mis huesos incrementando mi desorbitado cansancio.
Merodeando las escuadras escuché un ruido, curiosa me adentré en los dominios gobernados por el estiércol y paja. Todo estaba sumido en el silencio, la luz lunar me ayudó a caminar por el pasillo donde descansaban los caballos.
—¡DEACON! —juraría que esa voz era la de Sindil seguido de un gemido.
¡AY, DÓNDE ME HE METIDO! Retrocedí unos pasos con el rostro sonrojado, la situación bochornosa se complicó. Choqué con algo, mejor dicho, con alguien.
—Te gusta mirar —. Una voz desconocida me susurró en el oído izquierdo, sentí su aliento en mi nuca, es un hombre su voz gravé lo delató.
Una de las manos del desgraciado me acarició la capa desatándomela. Entre mis latidos desenfrenados y mi respiración acelerada le pegué un pisotón en su pierna derecha al extraño.
¿Por qué lo desagradable me ocurre a mí? Culpa de la anaconda, me manda cada recado incoherente.
Corrí lejos de él, se la di con tanto énfasis que algún daño he de haber ocasionado. Desesperada tropecé descendiendo a la polvorienta tierra impregnada de paja.
Las palmas de mis manos me ardieron como si llamas la rozaran, ellas fueron las que redujeron la probabilidad de herirme gravemente.
—Guerrera como me gustan —incliné la cabeza observando al depravado que se agachaba hacía mí.
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De Cunas Altas
Romance"El cuento de la criada en una pesadilla atrapada" Cuentos, cuentos y más cuentos. Estoy harta de que siempre tengamos que ser rescatadas, quiero ser mi propia heroína. Nadie salva a terceros de forma gratuita, esta sociedad está basada en tres prin...