Me desvelé toda la noche, ¿Cómo pegar ojo cuando el rostro del muerto me invadía? Ojalá pudiera hacer como si nada, soy una vil asesina. Desde la incómoda cama que tengo en la habitación compartida repasé el resto de la catastrófica noche, culpar a la anaconda o Deacon no me reconfortaba, la verdad es que mis manos son las que se ensuciaron de sangre.
Evitando encontrarme con los demás me escabullí hasta lo más parecido a un baño en la residencia, maltratando mi piel me raspé con mis propias uñas en vano, aunque el agua se llevará el rojo sobre mí, seguía sintiéndome horriblemente sucia, mi tono melocotón se convirtió en un rosado intenso, las ganas de sentirme bien impulsaron a que me limpiará con desesperación y brutalidad.
Tuve suerte, el edificio estaba completamente desolado, los curiosos se amontonaban alrededor del establo, desde aquí se podía captar el murmullo de la aglomeración. Envuelta en la capa puse rumbo a la pequeña habitación en busca de otro uniforme, había perdido uno, pero gracias a los dioses que tenía otros tres intactos.
Estuve a punto de ir al estanque como me pidió el causante de todos mis males. En su lugar acudí a Briseida informándole de que Deacon se encontraba ocupado, me abofeteó, nada nuevo, no se quedó satisfecha hasta que me escuchó decir que había un muerto en los establos.
Ahora me encontraba tumbada en la cama sin poder conciliar el sueño, dando la espalda a la puerta, mis compañeras de habitación no se encontraban, desde que los soldados llegaron no dormían en sus aposentos.
Escuché el chirrido de la puerta en armonía con unos lentos pasos, fingí estar dormida. Coloqué ambas manos debajo de la almohada envolviendo la fina daga que escondía. Vivir aquí supone ser fuerte, defenderte a toda costa, he perdido la cuenta de cuantas veces han intentado propasarse, pero nunca los he llegado a matar.
La puerta se cerró con llave, el ruido de la llave jugando con la cerradura me hizo aferrarme más a la daga. Ellas no cerraban con llaves, más bien al revés, traían a hombres a la habitación obligándome a partir de aquí.
La cama se hundió a mi espalda, armándome de valor abrí los ojos y me lancé como una fiera a defenderme, comer o ser comida. La sorpresa fue mutua, el miserable de Deacon me aprisiona la mano con la daga por encima de la cabeza.
—¿Pretendes hacerme cosquillas? —preguntó con aire juguetón, sus ojos brillaron en la oscuridad. Al igual que el viento danzó para déjame en esta posición, su mano derecha capturó mis manos y el arma, mientras que, la izquierda la apoyaba a mi costado. Sentado a horcadas sobre mí pataleé, el bastardo oprimió mis piernas con las suyas sonriendo ladinamente.
—¿Qué queréis?
Volví a colocar esa distancia, tratarlo de usted para mí sería como que nada a ocurrió. Se meneó acercando su rostro al mío, zarandé la cabeza negándome por completo a que me tocará, me desconcertó que sus dedos me quitarán la daga volviéndola a colocar bajo la almohada.
—Estás llena de sorpresas —me soltó y se tumbó a mi lado. Su cuerpo me empujo obligándolo a que le hiciera sitio.
—Pudríos —. Sé que tirarlo de la cama es erróneo, aun así, que bien se sentía verlo aterrizar en el suelo de madera.
Ver su rostro es impagable, se apoyó en la cama levantándose y me devolvió la jugada mandándome al áspero suelo.
—Desagradecida —escupió escondiendo sus emociones, fue a continuar hablando cuando decidí que ya estaba bien.
—¿Agradecerle qué? No me haga reír —le lancé la almohada a la cara, el pervertido se mordía los labios al verme con el camisón celeste de verano casi transparente. De pie frente a él me abracé ocultando inútilmente mi diminuto cuerpo —. Todo es culpa suya —escupí furiosa tapándome con la manta gris.
—Que osada eres Leah, ¿Así tratas a tu amante? —gritó la última palabra.
Unos puños tocaron la puerta con furor, me sobresalté. ¿Quién tocaría a estas horas de la noche?
—Tenemos una conversación pendiente —empezó a desabrocharse los botones de su camisa blanca y con sus pies se deshizo de sus botas.
—¡ABRE LA PUERTA MALDITA ZORRA! —. La voz elevada provenía de fuera, era de Sindil que aporreó la puerta.
—Desvístete —. Deacon apartó la mirada de la entrada para mírame. Me tapé el rostro con la manta, esto escapa de mi compresión. Deacon me ayudaba, Sindil me insultaba, y ellos son los únicos testigos de lo que pasó anoche.
—Ser puritana no te queda —. El moreno se encontraba al lado mía, descortés tiró de mi escudo y rio al contemplarme sonrojada—. ¿quieres que te rompa el camisón? —levanto su ceja izquierda esperando mi respuesta.
Mi existencia de ropa es poca, el camisón celeste es el único que me queda.
—Estás loco —. El tuteo salió de por sí solo.
—Quieres que pillen la mentira —. Su mano derecha acarició mi tirante izquierdo.
—Ni lo pienses — golpeé su mano lejos de mí. Gateé por la cama hasta el otro extremo. Desconfió de él, mantener la distancia sería lo mejor.
—Eres fea —rio llevándose las manos al pecho—. No me gustan las niñas —se cruzó de brazos marcando sus definidos músculos, por un instante me quede embobada mirándolo —. Mataste a Lucier y me sedujiste para que no contará nada —sonrió con malicia.
—¿Qué quieres? —repetí la pregunta.
—Ahora nada —se acercó abrazándose a mí —. Figué ser mi amante —me ordenó susurrando en mis oídos — He matado a un hombre sin causa, ¿quieres que me maten?
Me desagrada, pero no deseo la muerte de nadie, ni de las señoras.
—No me voy a quitar la ropa —con mis manos lo retiré lejos de mí.
No respondió, se alejó abriendo la puerta. En el último giró de la llave suspire, ¿qué bicho le ha picado a la arpía de Sindil?
ESTÁS LEYENDO
De Cunas Altas
Romance"El cuento de la criada en una pesadilla atrapada" Cuentos, cuentos y más cuentos. Estoy harta de que siempre tengamos que ser rescatadas, quiero ser mi propia heroína. Nadie salva a terceros de forma gratuita, esta sociedad está basada en tres prin...