10. ENAMORARTE

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Es innecesario mirar para saber de quienes son estas manos crueles y terciopeladas, en sus vidas han realizado alguna labor que no sea desperdiciar su tiempo

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Es innecesario mirar para saber de quienes son estas manos crueles y terciopeladas, en sus vidas han realizado alguna labor que no sea desperdiciar su tiempo.

Haciendo caso omisó a mi consciencia actué como he tenido que hacer desde el principio. Briseida, Dorotea, Ilda y Gladis, se unieron para atacarme. Ninguna vaciló a la hora de arrancarme de las greñas, golpearme y arañarme.

Por más que intenté devolverle algunas de sus caricias me resultaba imposible, me costaba demasiado retirar sus manos sobre mí.

—Se lo imploro —. Deacon apareció en la detestable escena interponiéndose entre nosotras—. Paren se lo suplico.

El grandísimo caballero de los Wadlow se inclinó arrodillándose antes las morenas despiadadas. Las miradas asesinas remitieron en mí, no me asustan, hoy me marchó de este infierno.

—Retírate Deacon —. Briseida contenía su rabia en un puño.

—Gran Duquesa —levantó el rosrto del suelo mirándola sin restricciones—. De continuar así los empleados vendrán con el alboroto, ya la han castigado.

Deacon se incorporó resguardándome de las serpientes sueltas.

—¡ME NIEGO BRI! —protestó Gladis la malcriada de las hermanas.

—No es castigo suficiente —sentenció Dorotea.

—Nada de escándalos —. El tonó autoritario de Briseida las cayó a ambas—. Espero que no exista próxima vez, de lo contrario Deacon te castigaré junto a ella.

—Pudr... —. Mi intención era decirles que se pudrieran, unas de las manos de Deacon me tapó la boca.

—Ruego por su perdón mi Duquesa, acaba de enterarse que su abuela, vuestra antigua nana ha fallecido —. Al escuchar todos los ladridos del caballero la cabeza me hirvió, mi gran temor hecho realidad, estoy sola, no me queda nadie.

Suplicas, él pretendía suplicar, el modo el que se dirige a ellas me enfermaba, de nada valdrá pedir clemencias a estas serpientes.

Él se inclinó despidiéndose de ellas, en cambio las mire desafiante. Puede que sea cosa del momento, las ganas de matarlas me inundaban. Unas de mis virtudes era que no soy nada rencorosa ni vengativa, aunque ahora mismo las descuartizaría con mis propios dientes.

Él me llevo lejos de ellas, abrazándome los hombros me indicó el camino para marcharnos de aquí, mi cuerpo lo obedeció sin rechistar, pero mis ojos seguían clavados en las cuatro verdugas.

Ellas permanecieron digna con la cabeza en alto, sus vestidos caros reluciente y abanico en mano. A simple vista se llega la conclusión de que son hermanas, piel pálida, ojos marrones oscuro, pelo negro lacio, misma avaricia y envidia en sus pupilas. Dicen que la mirada es el reflejo del alma de cada ser, pensé que ellas carecían de alma, me equivoqué su alma es tan negra, tan tóxica que si pudieran entre ellas se matarían. Prueba de ello es que Gladis la hermana pequeña de la Duquesa es una de las incontables amantes del Duque Uriel Wadlow.

—¿En qué estabas pensando? —me recriminó Deacon sentándose junto a mí. Estábamos en las escaleras de la puerta del servicio que da a la cocina. Me concentré en la nada, él habla mucho, lo que quiero es estar sola—. ¿Te duele?

Absorta asimilé lo recién descubierto, él me curó las heridas que me ocasionaron. Físicamente no siento nada, podría presumir que estoy familiarizada, otras veces me han dado palizas de las que he tardado días en recuperarme. Me duele el alma, no lo soportó más.

—¿Hay supervivientes?

El paño retomó contacto con mi labio roto, su sonrisa fue forzada tensando las venas de su cuello.

— Si supiera no te preguntaría. Casi te matan, deberías descansar el día de hoy —afirmó con su cabeza.

Cambio de tema tan a la ligera, al parecer él también tiene secretos. Permanecimos en silencio observando como charlaban con alegría unos soldados. Ambas manos de Deacon sujetaban el paño tintado de rojo.

La muerte, pena que se rehusé en venir a buscarme. Clarisa muerta, la mujer que me ha cuidado desde que nací muerta por mi culpa. Siempre he soportado en silencio por el bien de Clarisa.

—Una pena que apenas sepáis —. De pie lo observé, mirar desde arriba me hacía tener el control—. Los golpes me han hecho recordar.

Tiró de mi brazo izquierdo haciendo que mi trasero impactará contra el escalón.

—¿Qué quieres?

—Eso llevo preguntándole durante días. ¿Qué queréis de mí? —cambiaría de tema o se negaría a responder como ha estado haciendo hasta ahora.

—Escucha con atención, solo lo diré una vez —adoptó una expresión nueva, confusa y nerviosa, retiró su mirada fijándola en sus pies—. Enamorarte.

Susurró lo suficientemente alto para que lo escuchará, viendo de él es una broma, desde que lo vi me da mal rollo.

—Si habláis tan bajo me es imposible entender —. Aquí su última oportunidad para remediar la broma o mentira.

De Cunas AltasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora