18. POR FAVOR

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Cerré los ojos profundamente inhalando para calmarme, lo mato o me mata

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Cerré los ojos profundamente inhalando para calmarme, lo mato o me mata. Borde lo encaré empujándolo para atrás con mis débiles manos. Él pensó que era un juego, como no se rio.

-Llevas evitándome desde que me convertí en tu diana -. Obvio ¿para qué quiero verle el careto de imbécil?

-La respuesta es que sí, me disgusta estar con vos -. Algo tardía respondí la pregunta que me formuló de camino al pueblo.

En realidad, no soy habladora, las pocas fuerzas que tengo las guardó para poder rendir. Se sentó en mi cama con un paño húmedo en mano.

-Me debes una camisa nueva.

-Vos me debéis un camisón -cargando la poca paciencia que tenía me crucé de brazos.

-Estamos en paz, pero -achinó sus ojos inclinando la cabeza. Deacon es tan inoportuno e impredecible -. ¿Por qué no respondes a ninguna de mis preguntas? No es agradable ser tu perro faldero, eres fría y soberbia.

-Gracias -debido a que no se marcharía me deshice del delantal.

-No es un piropo -se plantó frente a mí justo cuando deshacía el moño soltando mi castaño cabello.

-Te responderé cuando seáis sincero, ya os lo dije -me retiré al otro lado, la cama se interpuso entre ambos.

-La mentirosa eres tú, me haces creer cosas que no son, un ejemplo -se sentó en la cama dándome la espalda -. Pensé que estabas embarazada, no está bien ir engañando a la gente.

Esto es el colmo, ¿viene él a sermonearme? Que poca vergüenza, le tiré su trapo empapado en la cabeza, cuando me miró me vio con las manos apoyadas en la cintura.

-Escúchame bien, el mentiroso eres tú, me estas calentando las narices, ¿Sabes por qué no respondo? Primero porque no me da la gana y segundo porque no te incumbe -exploté, va a conocerme enfadada.

-¿Qué te cre...? -apenas movió los labios incorporándose, mi miró asombrado quitándose el veló que le lancé.

-¿Enamorarme? -reí negando -. No te lo crees ni tú-. Mis modales se esfumaron, estoy harta de ser la buena e intachable Leah-. Si eso fuera verdad no intimarías con ninguna, ni las mirarías. Eres mala persona, ¿quién abandona a su suerte a un necesitado? -lo señale, las palabras se escupían solas -. Dejaste a la que pretendes enamorar convertirse en una asesina, me persigues por todos lados y casi me matas -indiqué mi cuello vendado.

-¿Qué quieres de mí? -fue de su boca que salió la pregunta.

-Quiero estar muerta para ti, llévate el mérito de la bestia, no me debes nada, sal de mi camino de una vez por todas. ¿Qué quieres de mí Deacon?

Juraría que estaba desconcertado, su rostro fue neutral, como la del primer día que lo pateé, se acercó a mi lado retirándome los cabellos del rostro.

-¿Podría curarme la herida? Por favor -tendría que estar enfermo para hablarme así. Me trata con respecto y me pide por favor -. Prometo no volver a molestarla.

Deshice la venda que ocultaba los puntos que causo la flecha, apenas tenía sangre, cicatrizo bastante bien, le pasé la tela con delicadeza.

-Listo -acabé de limpiarle la parte ligeramente rozada, lo miré antes de continuar.

Soy poco sociable, ese el motivo por el cual descomprendo su mirada, a diferencia de las anteriores no radiaba ira, brillaba con elegancia, sin ser ruda ni prepotente.

Sus hábiles dedos rosaron mis mejillas encajándose detrás de mis orejas, el brillo cesó cuando sus parpados bajaron y peligrosamente fue acercándose a mí. Mi desbordado corazón interrumpió, nuestros alientos chocaron y fue cuando supe que en nada me besaría.

Me robaría mi primer beso, no lo permitiría.

-También tienes sangre aquí -. Impulsivamente le planté el pañuelo con rastro de sangre en su boca, con mis dedos lo introduje un poco, su cara todo un poema. Imbécil, se cree que soy Sindil.

De Cunas AltasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora