25. CUENTO DE LA CRIADA

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Merna me dio el informe completo, llevo dos días inconscientes, estoy viva según el doctor gracias a un milagro

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Merna me dio el informe completo, llevo dos días inconscientes, estoy viva según el doctor gracias a un milagro.

Desde la cama escuchaba el sonido de las gotas de lluvia chocar contra el cristal, la habitación de Merna se encontraba en la primera planta y no la compartía con nadie.

Echémosle la culpa al tiempo que llevaba dormida, pero el sueño no quería acudir a mí. Las velas que iluminaban el oscuro lugar se consumieron aguzándome los otros sentidos, podía escuchar los latidos de mi corazón y mi regular respiración. Gustosa me levantaría, estar tumbada sin fuerzas suficiente me hacía sentir impotente.

El tiempo transcurrió aburridamente, plasmada en la dichosa cama, creer que antes añoraba pasar el día en ella, se ha vuelto una tortura estar en cama. Dos días exactos era lo que tardó en venir el Deacon.

La tarde lluviosa fue testigo de la proposición indecente del caballero. Apoyado contra la pared cruzaba sus brazos sobre su torso, podía contemplar como las gotas descendían por su rostro hundiéndose en su uniforme. Algo que caracterizaba al moreno es las abundantes cicatrices y la ausencia de frío, ¿quién llevaba un fino uniforme en temporadas de lluvias?

Seguía esperando mi respuesta en sumo silencio, mis ojos viajaron hasta su labio inferior donde nació unas marcas rozabas similar a la que tenía desde el ojo hasta la oreja.

—No dispongo de todo el día —se quejó haciéndome dudar más de sí contestar o fingir sordera.

—Se cuidarme sola —opté por responder sin contestarle la pregunta.

—Solo yo puedo salvarte —. Deacon miró hacia el suelo evitando mirarme en todo momento. ¿Qué tenía que ver salvarme con vengarme?

—Esto no es un cuento en el que vengáis a salvarme, me las se arreglar sola.

Efectivamente llevó sobreviviendo desde que tengo diez años, a estas alturas no necesitaba a nadie y menos a este imbécil.

—Este es el cuento de la criada en una pesadilla atrapada —sonrió con la rima, era ingenioso, pero no lo suficiente para llevarme a su terreno.

—El cuento de la criada en una pesadilla atrapada del que no quiere ser rescatada —. Jaqué mate Deacon.

El imbécil se mordía el labio poniéndose de cuquillas quedando a mi altura, cara a cara.

—A menos de que vengas de cunas altas no tendrás oportunidad de vengarte, me rindo, sé que no te puedo enamorar, así que me decanto por ayudarte a vengarte —lo encuentro sumamente sospechoso, ¿ayudarme él a mí? Alguien ha muerto.

—¿Qué ganáis vos? —seguro que se beneficiaría.

—Tu gratitud —. Deacon alzo las cejas retirándome los mechones del rostro—. Siempre pensando mal.

—Piensa mal y acertarás, viniendo de vos nada bueno —lo reté con la mirada, debería temerle como el resto, en cambio me he acostumbrado a enfrentarlo.

—Soy una mala persona con quien se lo merece, pensaba que harías algo, mira cómo te han dejado, ¿consentirás que te hagan eso? Terminaras muerta más temprano de lo que piensas.

—Estoy cansada para aguantar a imbéciles —volteé la cara escondiéndome de él. Ardí por dentro, tenía absoluta razón, me matarán algún día, lo peor no era ser prisionera, era vivir con la incertidumbre de que cuando lo deseen te borrarán como hacen con todos los que les molestan, nadie conocía mejor a los Wadlow y Blumer que yo, nadie.

—Le prometí a Merna que te curraría —al compás de sus palabras la manta que me cubría se evaporó, sus dedos expertos retiraron el camisón roto por la espalda— esto no te dejará cicatriz o eso digo Landiel.

—¿Landiel? —. Perfecto, se ganó a Merna y al mago, ¿algo más?

El olor a menta y el escozor volvieron, me recorría cada milímetro de mi destrozada piel con un cuidado extraño viniendo de un bárbaro como él.

—¿Cómo conseguís agradar a todos? —. Respecto y admiración entre los hombres, deseo entre las mujeres, nadie lo enfrentaba menos yo.

—¿Cómo consigues permanecer viva?

—Suerte supongo —respondí sintiendo un leve beso en mi cuello desnudo.

—No eres la única con suerte Leah —. Su aliento chocaba contra mi piel, la cama se hundió, no podía verlo, aun así, sabía que se encontraba encima mía, desde aquella vez por la ventana sabía que me daba caza.

De Cunas AltasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora