Cap:66

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Fabiola quería creer que era valiente, quería creer que al tomar su mochila y al bajar del auto de su madre aquella mañana de viernes estaba haciendo lo correcto, quería creer que ella estaría mejor si se iba con su padre, que quizás con abrazarlo el dolor que albergaba su corazón podría desaparecer, al igual que cuando besaba alguna herida hecha por su inquieta actitud, estaba intentando convencerse de que todo estaba bien, que las calles las conocía, que sabía que su tío Mijaíl siempre iba al bar a esa hora gracias a su padre, y que estaba segura lo encontraría allí, quería creer. Sólo eso.

Tenía miedo, eso está claro, ¿pero qué es el miedo cuando la soledad y la tristeza te han acompañado los últimos meses? Exacto, no es nada, y eso lo sabía bien.

Fabiola queriendo apaciguar el constante sentimiento de su pecho que le decía que eso estaba mal y que debía volver, agarra las correas de su mochila con fuerza mientras da una gran respiración, sigue unas cuantas calles con cuidado, y cuando sabe que está cerca, por la heladería a la que siempre pasaban con su padre, y el puesto de golosinas que tenía su favorita, un gran algodón de azúcar con formas de animales, pareciera que las fuerzas y coraje que tenía se desvanecen a cada paso.

Molesta consigo misma decide acercarse a la pared más cercana y reposar, mientras saca su mochila de color rosa claro de su espalda y abre el cierre con cuidado de que nada de adentro caiga, ve en el costado como el dibujo en particular que quería estaba liso y sin arrugas, con ambas manos lo toma y procura guardar todo otra vez y volver a hacer el procedimiento, mientras deja el dibujo a su lado, allí estaba la hoja con trazos algunos más abstractos que otros y con distintos tipos de colores que mostraban su familia, Fabiola lo veía con una pequeña sonrisa sin saber qué era lo que sentía al apreciarlo, pero si estando segura que quería que volvieran a ser así otra vez, es extraño porque hace unos meses tenía todo lo que una niña querría, pero de la noche a la mañana las cosas pueden cambiar drásticamente, y ella tuvo que conocer aquello sin estar lista, tuvo que seguir viviendo con la esperanza de que su padre entrará por la puerta principal con una gran sonrisa, teniendo como consuelo sólo sus recuerdos, pero ahora ella podría ir y preguntarle a Mijaíl.

Y todo estaría bien cuando él accediera.

Inocentemente creía que todo era tan fácil como ir y decírselo, que con ello ya tendría todo listo y que él la llevaría a su papá. Eso creía.

Estaba en la acera de enfrente justo a la altura de la puerta del bar, esperando, había caminado lo suficiente como para no querer levantarse nunca más, pero cuando después de casi media hora lo vio salir sus energías se renovaron, con rapidez arreglo su ropa y tomó con fuerza el dibujo, Mijaíl estaba avanzando sin haberse percatado de su presencia y ella quería cruzar la calle que los separaba.

Estaba tan absorta en él que no se fijó cuando alguien se interpuso en su camino, más bien, porque había chocado con alguien y había perdido el equilibrio unos segundos.

—¿Fabiola? ¿Eres tú?

Alzó la vista más que rápido cuando reconoció esa voz, era una de las tías de Yamilet, a veces cuando su madre no iba a estar en casa, ella junto a otra chica la buscaban en el colegio y muchas veces ella misma se fue con su amiga y pudo conocerlas, estaba segura que se llamaba Romina y Casandra, pero cuando la tía de Yamilet la miró confundida quiso correr lejos de ahí y escapar.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Podía reconocerla como Romina, su cabello rosa la delataba y su avanzado embarazo—. ¿Estás sola?

Con nerviosismo mordía su labio inferior y huía de sus insistentes ojos que esperaban una respuesta, Fabiola ya no sólo tenía miedo, sino que también impaciencia al ver la espalda de Mijaíl cada vez más lejos.

La Mafia: Una Mentira Para Una TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora