Exceso de confianza.

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—¡Juan muévete!— Grité por quinta vez frente a la puerta de la habitación de mí mejor amigo —Me voy sin ti, te tocará caminar hasta el taller—.

—¿Cuál es el afán? Deja los gritos vas a despertar a tu papá y a Valentina— Se quejó mientras caminaba detrás de mí a medio vestir.

—Mí papá está haciendo ejercicio en el jardín, Valentina salió hace media hora para su entrenamiento. Juan, eres el único vago que continuaba en la cama, te dije que debíamos madrugar— Tomé una manzana de la mesa y continúe mí camino hasta la salida de la casa, justo en ese momento un furgón amarillo se estacionó frente a nosotros.

—¿Qué hora es?— Susurró Juan.

—Faltan quince minutos para las ocho— Sonreí, con la cabeza indique a las personas del furgón que me siguieran. Me monte en la camioneta negra, esa que una noche antes se había convertido en mí adquisición, Juan se subió del lado del copiloto y en total silencio conduje hasta el taller.

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Después de bajar algunas cosas que con la ayuda de papá había guardado en la camioneta, le pedí a Juan que la sacará del taller para que el furgón amarillo pudiera descargar todos los materiales que utilizaríamos esta semana. Al estacionarse dentro, volví a sonreír.

—¿Por qué tienes esa cara de estúpida?— Amalia gritó al salir del lado del piloto con su overol blanco totalmente.

—¿Eres consiente que al final del día ese overol no te va a servir para nada?— Me acerqué y con un abrazo cortamos toda distancia.

—Majo, para eso está Marianela, para que lo lave— Soltamos una carcajada.

—Nadie en la vida me dijo que al casarme me convertiría en empleada de esta vaga— Nela se acercó a nosotras con una caja en sus manos, no dude en recibirla y darle un fuerte abrazo.

Amalia y Nela eran mis amigas más cercanas, estudiamos juntas en la universidad, ellas entraron al negocio de la comercialización de partes automotrices y siempre que tenía algo grande que hacer se unían a Juan y a mi para crear. Hace una semana les conté lo que haría, un motor nunca antes visto, basado en uno de los motores existentes más veloces del mundo, pero con mejoras increíbles. Y bueno, acá están, soñando con nosotros.

—¿A mí nadie me saluda? ¡Perras!— Juan las abrazó tan fuerte a ambas que solo se escuchaban las quejas del par de mujeres.

—¡Eres un bruto!— Soltó Amalia luego de librarse de los brazos de Juan.

—Para ser lesbiana, eres una delicadita de mierda— Solté una risita, mientras caminaba hasta la salida y observaba un poco al rededor.

—¿Empezamos?— Nela me alcanzó.

—Esperemos un momento— Dije, mirando mí celular.

—¿Qué esperamos?— Amalia salió tras nosotras —Es un milagro que María José no tenga diarrea por fundir piezas y armar un motor—.

—La esperamos a ella— Juan señaló en dirección a la malla que la noche anterior había saltado.

—¿Quién es? ¿Qué mierdas hace?— Amalia se esforzaba por lograr descifrar que hacía la chica en la malla que dividía mí propiedad con la de los Calle.

—Ella es sensacional— Juan observaba fascinado —Solo a ella se le hubiera ocurrido eso. Una Diosa en la pista y un cerebro en la vida— Siguió hablando embobado, lo que produjo que sintiera algo de fastidio.

—¿De quién putas hablan? ¡No entiendo ni mierda!— Pregunto Amalia.

—Daniela Calle Soto— Susurré, mientras observaba como se acercaba con una pinza para cortar acero en una mano y un pedazo de malla en la otra. ¿Inteligente? No sé, práctica quizás.

KILÓMETRO 7 - CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora